“Lo fundamental en el periodismo sigue siendo que le molestemos a alguien”

Así lo asegura Cristian Alarcón, director de Revista Anfibia en una entrevista realizada por  Julián Fernández Mouján y publicada en  http://www.losinrocks.com. Te invitamos a leerla completa.

Si hablamos de crónicas, ensayos y una enriquecedora convivencia entre espíritu literario y rigor académico, la revista digital de la Universidad Nacional de San Martín marcó un camino a seguir. El mes pasado Anfibia cumplió 5 años y hablamos con Cristian Alarcón, su director.

Cuando nació Anfibia, en 2012, que la Universidad de San Martín fuera a buscar a Cristian Alarcón para dirigirla parecía una decisión lógica. “Anfibia materializa algo personal de una manera más institucional, colectiva, esa trayectoria mía, que era muy elíptica, porque iba y venía del periodismo a la literatura, pero también a las ciencias sociales, al arte, a los consumos culturales que había sido yo en los noventa, una voracidad propia de alguien que viene del interior a la ciudad.”, explica el periodista y escritor nacido en Chile pero criado en la Argentina. Antes de que arranque la revista ya estaban en la calle sus dos libros de crónicas en clave literaria (obligatorios para los amantes del género) Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003) y Si me querés, quereme transa (2010), y varias colaboraciones en medios como Página 12, Crítica, TXT y Debate. El también fundador y creador de Cosecha Roja repasa los cinco años de Anfibia y reflexiona sobre la actualidad del periodismo.

ENTREVISTA

¿La aparición de Anfibia coincidió con una época en la que la crónica y el ensayo estaban en auge?
Creo que llegamos en un momento de inflexión en el que algunos lenguajes estaban agotados y los corsets académicos apretaban demasiado las costillas de las nuevas generaciones de académicos, que ya eran sujetos digitales. No eran solo rockeros, o indies, o gente ligada a los movimientos culturales juveniles, porque eran consumidores de cultura, viajados, con conciencia global. Estos pre hipsters necesitaban no solo leer otra cosa sino escribir otra cosa. Ahí se produce algo que para nosotros –al principio– era casi una utopía: convencerlos de que ellos podían escribir, algo que ya no tenemos que hacer. Era muy difícil para nosotros encontrar autores que aceptaran la misión de formar una pareja Anfibia con un narrador, meterse en un tema y dejarse editar, dejarse tocar por un editor que no venía justamente del campo de la ciencia.
Ahora la revista debe cuidar permanentemente su costado narrativo porque el ensayo es arrasador. Son muchos los que tienen ideas, los que interpretan, porque lo que estamos haciendo es un ejercicio de interpretación de la agenda, de la actualidad. Ese punto de inflexión tuvo que ver con eso y con que la crónica había hecho un tránsito, en la primera década de lo que fue la Fundación García Márquez y de los nuevos autores que habíamos publicado en los primeros años de los ‘00. Había varios libros que circulaban, ya no era solo Martín Caparrós, no era solo la tradición walshiana, éramos otros que intentábamos hacer eso. Lo hacíamos en la Argentina y en otros países. La revista capitaliza esa corriente migratoria del periodismo básico de pirámide invertida hacia la literatura.

¿Anfibia es entonces un filtro para ver la realidad?
Es un filtro necesario, porque son tan caóticas algunas zonas de lo real que, si vos no parás, frenás ni convocás a alguien que conozca del tema, es difícil desentrañar lo que está pasando. En algún sentido Anfibia innova pero produce un efecto de rebote interesante. El buen periodista está siempre esperando como hacerlo de nuevo y diferente, sino nos aburrimos.

TOP 5: Las notas más leídas de Anfibia

No son monstruos, por Ileana Arduino (femicidio de Lucía Pérez)

La sanata condenatoria, por Pablo Albarces (recital del Indio en OIavarría)

Basura, por Gabriela Cabezón Cámara  (femicidios)

#Viajosola: A mí me mata el asesino, por María Fernanda Ampuero (El crimen de Marina y María José en Ecuador)

Chiruzas, por Luciana Peker (Amalia Granata y los estereotipos de mujer)

______

Ese filtro es también una mirada. Entrar a Anfibia te garantiza una calidad y un cuidado por el texto que no es fácil de encontrar en otro lado. ¿Cómo se logra eso?
Eso se logra con un equipo, que se ha ido depurando. Los que están hoy representan de una manera muy, muy cierta, digna y comprometida el espíritu Anfibia, que significa no solamente la disposición para leer los textos, para elegir las imágenes, para pensar los títulos, para escribir bajadas y tweets y posteos de Facebook, sino para agotar casi todas las posibilidades de cada uno de esos productos antes de que salgan. Una impronta en donde la calidad del texto, su claridad, no va en desmedro de la complejidad; intenta preservar la identidad del autor, respeta permanentemente la existencia de un lector, es consciente de un lector multiforme y diverso que está del otro lado.
Hay algo que para mí es sustancial en el periodismo, que es ese viaje del sí mismo a la consciencia del otro, que yo profeso casi como un paradigma religioso, un tanto lacaniano, de trabajo con el otro. Como enalteciendo ese vínculo que uno establece como intelectual/periodista/escritor a la hora de poner una palabra detrás de la otra, de usar el lenguaje. Lo que se aprecia quizá sea un trabajo con el lenguaje que tiene esta característica y que se ha instalado como un método. Al principio podía resultar trabajoso (no deja de serlo) pero ahora es natural, está asumido. Es el agua donde nada un anfibio, no hay otra manera de hacerlo.

Cuando apareció Anfibia el término “periodismo militante” era algo común y bastante denso.
El lugar del periodismo militante es el lugar del sufrimiento. La militancia de los últimos años fue una novedad demasiado novedosa para muchísimos. Pasamos por eso mucho tiempo antes con la militancia de los ochenta y noventa. No nos dejamos arrastrar por el pensamiento único de ningún tipo. Aun aquellos que incluso participamos de experiencias que estaban muy cerca de la gestión de gobierno, como en mi caso con Infojus (N. de la R.: fue su director de 2013 a 2015). Si revisás la agencia de noticias de judiciales vas a encontrar un periodismo que en absoluto responde a las características de una agencia oficial, y pertenecíamos al Ministerio de Justicia… Anfibia es quizá la trinchera más autonómica de todas. Además, tenemos la fortuna de ser financiados por una universidad liderada por un rector que se dio el lujo de construir un campus y de habilitar un recurso público para la creación de un espacio cultural donde esta palabra tan vaciada, la independencia, es real. Jamás recibimos una intervención. Nunca nos dijeron que la línea era una u otra. Es un producto absolutamente extraño, porque todos los que hacemos medios sabemos lo que significa para el director de un medio negociar con los financiadores, atender los llamados, decir que sí porque no queda ninguna opción frente a todo aquello que se te pide que publiques.
Seguimos en debate sobre lo que merece estar, y lo que merece estar es aquello que pasa ciertos estándares de calidad. Entonces el perfil de Myriam Bregman o las opiniones de la derecha liberal sobre el 2 x 1, para ponerte dos casos extremos. Nuestros lectores son de centroizquierda y son liberales progresistas. Cada vez más, ese rango de amplitud donde se cruzan determinados temas de la agenda, en los que increíblemente hay cierto consenso, hace que la revista se nutra y que surja como un espacio donde está bueno nadar, porque en definitiva es una playa donde te encontrás con gente divertida pero no todos votan al mismo. Así es en realidad la vida.

“Sigo admirando cierto periodismo de investigación que es capaz de meterse con el poder al punto de molestar. Me parece que lo fundamental en el periodismo sigue siendo que le molestemos a alguien.”

¿Tenés una imagen del lector de Anfibia?
A veces uno se pelea con la imagen del lector. A mí me da mucha ternura el lector de Anfibia, porque en definitiva se trata de ser autocrítico con la propia posición progre. Si uno no es autocrítico con su condición progre está perdido. O sea, si uno se convence absolutamente de todo no puede hacer periodismo. El que está convencido tiene que militar, ser funcionario, disputado, senador, poner un comedor y dedicarse a resolver la pobreza desde abajo. El periodista no está convencido. Por momentos tiene ciertas convicciones, por supuesto, porque lo anima la idea de transformar el mundo, sino no hace periodismo. Lo más saludable es sentarse ante la agenda para buscar preguntas que hacerse, porque si tiene las respuestas no sé qué hace haciendo periodismo. Si ser periodista es encontrar preguntas nuevas, no es encontrar respuestas. A mi me divierte mucho porque en el equipo hay de todo: peronismo clásico, progresismo liberal, estancieros peronistas, golf y cumbia, mucho rock and roll. Es gente con calle y trayectorias sumamente disímiles, grandes lectores de literatura. Todos, siempre están leyendo, siempre estamos buscando el tono, en nosotros, en otros, en los autores. Hay una cosa muy musical en estar en sintonía, pero no hay acuerdos, entonces podemos ir y venir. Últimamente, eso está dando más resultado, lo que significa que cierto progresismo clásico nos perdona que no seamos tan clásicos.
Me da gracia cuando uno comprueba que un texto que peca de no ser tan progresista en su propuesta estética, en su título o incluso en su foco despierta muchísimo interés, pero no genera likes. Podemos comprobar que el texto fue más leído que muchos otros que generaron una catarata de “me gusta”, pero no tanta lectura. Suele pasar en las redes sociales que la gente likea lo que le parece que queda bien, pero después le dedica su tiempo a aquello que le parece interesante. Me invisto de este halo de progresía porque sé que el marketing que estoy haciendo de mí mismo necesita que esté en esta zona de la cultura y de la política, pero después cuando uso media hora de mi tiempo leo lo que me interesa, que no necesariamente es lo que comparto.

¿Cómo se capta lectores en un contexto tan caótico y ansioso de redes sociales y exceso de información?
Esos procesos a mí me tienen reflexionando mucho sobre la relación entre conocimiento y cultura digital, sobre la creación de comunidades y de identidades, sobre el diálogo a partir de las afectividades y las emocionalidades de los públicos, para construir perspectivas de mediano y largo plazo en los medios. Creo que es fundamental esto. Un poco por mi laburo docente en el programa Cinco Sentidos, de la Fundación García Márquez de Derechos Humanos y Periodismo, o en la beca Cosecha Roja, donde también lo que hacemos es crear cuadros periodísticos dentro de las redacciones de América Latina para que puedan pensar la violencia de género y la violencia contra los jóvenes. Todo esto atravesado por las lógicas digitales, y ahí lo que uno aprende, por ejemplo, es que a veces se trata de generar tsunamis que nunca sabés si van a concretarse o no. Es decir, uno siempre apuesta a lograr impacto. Un trío de lo que el periodismo debe ser hoy: producción, publicación e impacto. La ambición del impacto se fue perdiendo.

Se ve cada cosa que solo busca el impacto…
Partís de la base de que determinadas condiciones de producción son serias. Vos decís, ¿cómo hago periodismo serio y logro impacto? Lograr impacto con el caso de Yanina Latorre seguramente es fácil o con muchos otros temas de la agenda que son la comida de todos los días, sobre todo de la televisión. No, lograr impacto con un tema medular, con algo que es necesario decir en determinado momento y no hay otro capaz de decirlo. Entonces tenés un pico de visitas, el tsunami que avanza sobre la Tierra y arrastra, la ola va y viene, hasta que se vuelve a restablecer un ritmo normal de lectura. Pero te quedaste con más. No vuelve a ser como antes porque al momento de viralizarte hay una porción de esos lectores que no estaban en tu núcleo duro, que no son los anfibios clásicos (como el que hace el test de peronismo) o que no saben siquiera que existe la revista.
La nota más leída de la historia es un artículo que se llama “No son monstruos”, de Ileana Arduino. Ella es una intelectual feminista que viene de la justicia y tiene una perspectiva que nosotros descubrimos porque somos cercanos y cómplices de muchas batallas juntos, pero nunca imaginamos que se iba a convertir en una gran autora. Ella nunca hizo la carrera de letras y mucho menos la de periodismo, es abogada. Esa nota nos hizo caer la página, tuvimos que poner un hosting carísimo para poder soportar nuestro propio tráfico.

Todo lo que hacés e hiciste tiene mucha relación con la calle. ¿Cómo creés que se relaciona hoy el periodismo con la calle?
Hay un discurso agotado que enarbolamos muchos de los que hicimos esto hace quince años o más. Lo dice el comienzo de Si me querés, quereme transa: “este libro no va a dar nombres porque no trabaja para la policía ni para la justicia”, y después dice “el periodismo está en la calle y en ningún otro lugar”. Esto ha sido tomado casi como un cliché, entonces la idea de que lo callejero siempre es bueno ha cundido, al punto de dar como resultado unos adefesios periodísticos importantes. El hecho de transitar y estar no te habilita a narrar. La máquina narrativa es un poco más compleja que eso.
Yo admiro algunas de las cosas que se hacen en periodismo en América Latina porque trato de estar muy actualizado sobre eso y estoy observando permanentemente esos procesos. Creo que en el mundo digital hay algunas experiencias que están ocurriendo y son las que están entre la calle y la academia, y entre la calle y la ambición literaria. Me parece que ahí hay algo que está ocurriendo. Sigo admirando cierto periodismo de investigación que es capaz de meterse con el poder al punto de molestar. Me parece que lo fundamental en el periodismo sigue siendo que le molestemos a alguien. Yo me pongo muy contento cuando alguien se enoja con algo que no me puede desmentir o por el foco que tomó un texto mío que no coincide con el foco que hubiese tomado el otro, pero donde lo que se dice es indesmentible. O porque está chequeado y es riguroso o porque es una reflexión inteligente y pertinente que puede confrontarse con otra versión. Se ha dado un proceso de literaturización del periodismo y de academización del periodismo bajo la que se esconde un sinsentido vacuo, frívolo, pendiente de lo estilístico, pendiente de una trascendencia literaria, que supuestamente se consigue escribiendo bonito. Como si las historias maravillosas, únicas y originales, que permanecen en la memoria de los lectores fuesen lo que hay que buscar en el periodismo, y la agenda periodística, que está llena de temas, ha quedado suspendida. Anfibia prácticamente no compra ninguna nota que se le ofrece porque los periodistas no ofrecen ninguna nota interesante. Porque no están leyendo los diarios, escuchando los noticieros ni mirando en Twitter los conflictos de los que hay que hablar. Son contados los colaboradores que se van quedando en la revista, porque comprenden esta lógica y saben que nosotros estamos ávidos de contar lo que está pasando. Pero lo que está pasando, no la singular historia que se les ocurre les va a permitir ganarse un premio el día que un jurado, que además es tan liberal como el cronista, decida que es extraordinario que haya descubierto semejante singularidad en el medio de la nada.

“Suele pasar en las redes sociales que la gente likea lo que le parece que queda bien, pero después le dedica su tiempo de lectura a aquello que le parece interesante.”

 

«La calle” hoy sería ese hurgar en lo que está pasando.
Es muy difícil que alguien que tiene el afán de ser un cronista asuma esta situación. Te doy un ejemplo: estoy feliz porque un movilero que me parece extraordinario se está por recibir de sociólogo y quiere escribir en Anfibia. ¡Es una bendición! No sé todavía cómo escribe, creo que tiene algunas condiciones. Yo no necesito alguien que haya pasado diez años por un súper taller para que escriba en Anfibia, yo necesito alguien que haga sinapsis periodística. Eso es un hallazgo.

revistaanfibia.com