Charlatanes que pasaron por Olavarría (Parte 2)

Cuando el pueblo era algo menos cosmopolita que ahora, quizás no muy atrás en el tiempo, cada tanto pasaban episodios que hoy llamaríamos ‘bizarros’. Historias de buscavidas, embusteros, pequeños timadores que pasaban y trataban de hacerse, no la América sino de vivir simplemente unos días de cuentos ‘del tío’. Historias que hoy suenan increíblemente inocentes, y calaban en gente aburrida con deseos de algo distinto, sueños de escapar a la monotonía del pueblo chico donde nunca pasa nada… Seguimos hoy con un racconto de episodios que han sucedido, aunque más de uno querrá esconderse porque en un tiempo (que desea olvidar) cayó en alguno de estos buzones.

Luego del éxito de la muestra de cine «Lucas Demare», que tras cuatro ediciones había popularizado el cine en Olavarría (al punto que había varios aficionados que filmaban en Super 8), se instala una escuela de cine en esta ciudad. Funcionaba en un local de calle Belgrano. En realidad, si algún fanático del séptimo arte visitó la academia, se sorprendió de que no hubiera cámaras u otro equipamiento o saber relacionado con el lenguaje cinematográfico, y si interminables sesiones en las que los anotados en la escuela (en su mayoría, adolescentes de familias acomodadas) eran, más que capacitados para filmar, entrenados para enfrentar airosamente las cámaras, con la promesa de ser estrellas. La aventura terminó cuando el grupo completo de estudiantes fue llevado a Mendoza en comitiva para filmar un comercial, con la promesa de ser vistos por cazadores de talentos. Quizás era la prehistoria de los reality shows que seleccionan para la fama. El sueño duró poco: los docentes los abandonaron en un hotel serrano, con la cuenta impaga, que tuvieron que abonar sus padres, bajo la amenaza de meter a todos los chicos en cana…

Academias truchas, aunque de informática, también hubo en Sierras Bayas. Un pretendido ingeniero en sistemas armó un Instituto de Informática en la que hablaba de bueyes perdidos, estirando las clases en la espera de computadoras, para desaparecer una noche con las cuotas cobradas por adelantado.

La experiencia cinematográfica sería continuada en 1993, esta vez por los ensayos que una escritora local, devenida directora de cine, hacía en el edificio Cereseto, con un grupo de adolescentes a los que había convocado, con la promesa de aparecer en su film. La imposible película, basada en su propio libro, trataría sobre el narcotráfico. El «equipo» prometió papeles protagónicos para media ciudad, mientras ensayaba haciéndose casi atropellar por un fitito que debía esquivarlos y chocar contra una pila de cajas de cartón vacías. Los chicos querían ser famosos, y defendían con vehemencia a su directora ante quien quisiera descorrerles la venda de los ojos. Con el correr del tiempo, la cosa se fue diluyendo y hoy, ya no tan jóvenes, esconden esta marca de su pasado.

Crédulos nunca faltan. Periódicamente han visitado los comercios de estas ciudades intermedias ‘enrosca-serpientes’ que, representando distinciones tales como «el Cóndor de Oro» o «la Brand Meter Association» producían un ágape que premiaría a las mejores firmas del condado, en los que, casualmente todos los que anunciaran obtendrían alguna mención. A los felices participantes, les quedaría una linda calcomanía en su negocio, una medalla y una costosa cena, amén de algún cheque menos en su chequera por gastos de publicidad…

Casos similares se han dado con pretendidas elecciones de Miss Argentina, en las que una veterana modelo de fama nacional, con las chapas medio caídas, ha aparecido por la ciudad para organizar el capítulo local de este certamen. Convocatorias, desfiles, publicidad… Quizás, entremedio, algún productor del evento se propasó con las postulantes de la zona, en el doble engaño de quien sabía que todos necesitamos ser engañados para seguir viviendo. «Te prometo esto y te pido lo que me puedas dar». La selección pudo haber sido en la amplia confitería del mayor hotel o en algún restaurante. En alguna ocasión, luego de la cena que coronaba la ceremonia, los organizadores desaparecieron con la recaudación, el fondo de publicidad y especialmente con la ropa que los mejores negocios habían prestado para la ocasión; «apretados» por esos organizadores, ante la «zanahoria» de la publicidad que recibirían de parte del acontecimiento y la promoción que les daría vestir a la quizás futura «mujer más linda» del país.

En otra oportunidad, el cuento se vistió de academia de modelos, donde en apuradas sesiones, les enseñaron a chicas confiadas en su cuerpo, a caminar, vestirse y maquillarse para triunfar en una pasarela. Todo terminaba siempre con una cena en la que, se prometía, vendrían buscadores de talentos de la Capital para verlas desfilar, concursando por el mejor puesto. Las tarjetas eran vendidas por las mismas participantes a sus amigos y familiares. Sin embargo, en el día tan esperado estaban sólo ellos mismos, para mirarse las caras y acunar un sueño que esa noche se preveía tan lejano como un sueño inalcanzable. Una de las participantes es hoy reconocida pediatra; alguna otra viajó a la Capital pero no se bancó la lucha y hoy forma parte de la burguesía local como esposa de un pequeño empresario.

El mito vuelve de maneras diversas. Su última versión es un premio a programas de radio o TV que recorre los pueblos de la provincia. Todo empieza con un aviso en el diario local, en el que se invita a participar a los hacedores de programas con su respectiva producción. Deben enviar un demo a una determinada dirección y, pasado un tiempo razonable, reciben una carta en la que les avisan que su programa ha merecido alguna de las distinciones en competencia y se lo entregarán en una gran fiesta a realizar en Mar del Plata. Esa cena tiene una tarjeta de valor alto, pero bueno… ¿Quién se va a fijar en gastos ante tanta alegría? Algún conductor avispado advertirá, al concurrir a la fiesta, que todos los programas presentados han ganado premios. El organizador quizás no esté estafando a nadie: cambia un trofeo y un certificado que el realizador exhibirá con orgullo en su living u oficina, y que le servirá para posicionarse en el medio o negociar publicidades, por un banquete caro y, quizás, algún arancel de inscripción. Y todos contentos…

Otros han pasado organizando cenas en las que se rifaban varios autos, o círculos cerrados del tipo «1000x60», que son engañosos porque se presentan como un plan de ahorro pero en realidad son un sorteo,  en ellos se arman grupos de mil suscriptores de los cuales solamente 60 obtendrán el bien mientras los demás, con suerte, obtendrán apenas la devolución del dinero sin intereses luego de mucho batallar. Son todas historias pequeñas, sórdidas, de miserias humanas en las que uno se imagina a sus personajes como los que componía el negro Olmedo. No todos son penalmente responsables por lo que hacen. Quizás, de un lado u otro, estafadores o estafados, buscan simplemente un instante de atención, de gloria, de efímero reconocimiento por parte de alguien.

En 2005, Olavarría conoció la estafa piramidal o sistema Ponzi/Madoff, un esquema de negocios en el que los primeros participantes recomiendan y captan a más y más clientes, con el objetivo de que los nuevos participantes produzcan beneficios a los participantes originales. Se requiere que el número de participantes nuevos sea mayor al de los existentes; por ello se le da el nombre de pirámide. La Wikipedia dice que un esquema piramidal de ese tipo funciona mientras existan nuevos participantes en cantidad suficiente. Cuando se hace imposible el ingreso de posibles participantes (porque ya no queda gente que agregar), los beneficios de los participantes originales disminuyen y muchos participantes terminan sin beneficio alguno tras haber financiado las ganancias de los primeros. Este tipo de sistema se considera ilegal en varios países.

La venta piramidal se esconde en el sistema de algunos productos de uso personal, especialmente artículos de belleza o limpieza. Una persona es invitada por alguien de su confianza a empezar un negocio que le cambiará la vida. Cuando se informa, se trata de la venta por catálogo de productos con nombres cargados de esperanza, como «Nu Skin» o «La flor de la abundancia», que prometen viajes, consumo, algo parecido a una vida soñada… Pero para unos pocos: los demás deberán desembolsar una buena cantidad para hacer una primera compra, y en un paso posterior intentar hacer entrar a sus parientes y amigos en el negocio, sólo para lograr recuperar una parte de lo que estos aporten. Una cadena sin fin, donde los únicos que ganan son los que están al tope de la pirámide.

En nuestro país, el primero que intentó una estafa a gran escala disfrazándola de financiera fue Eugenio Curatola. Luego, le siguió el olavarriense Hugo Rotella, que armó una entidad de ese tipo en Corrientes con el sistema piramidal, pagándole los intereses a los primeros inversionistas con lo que aportaban los que ponían dinero después. Los primeros corren la voz de los altos intereses que se pagan, pero en algún momento la estructura se cae. Como el número de habitantes del planeta es finito, tarde o temprano no se pueden pagar los intereses: en realidad, no se realiza ningún tipo de inversión especulativa para aumentar el capital, pero se les dice a los clientes que sí. Cuando los ahorristas quieren retirar el dinero, no se lo entregan y adiós al sueño de riquezas, y al capital «invertido».

Araceli Saavedra en su oficina (fuente: «El Popular»)

En calle Berutti, Araceli Saavedra ofrecía intereses del 70, 75 u 80 por ciento en poco tiempo a todos los ingenuos que se acercaran. Ella tomaba cualquier suma de dinero, y no se preocupaba por disfrazarse de firma de inversión internacional como hiciera el azuleño Curatola, que hasta llegó a la publicidad en medios nacionales. Terminó convirtiéndose en un verdadero fenómeno social, pero más temprano que tarde el sistema terminó derrumbándose: funcionaba mientras hubiera gente poniendo plata. Miles de personas comenzaron a temblar en agosto de 2005, y sus peores miedos se confirmaron poco después, cuando comenzaron las denuncias que sumaron varios centenares. Se dice que muchos protestaron, algunos menos iniciaron acciones legales que se sabían inútiles, y muchísimos más  prefirieron resignarse a perder su dinero en silencio antes que exponerse públicamente. Tiempo después, la Justicia condenaría a Araceli Beatriz Saavedra a 5 años y 4 meses de prisión, de la que en 2008 quedó libre para luego irse de Olavarría. Estos episodios ponen de relieve la irracionalidad de muchas personas cuando se les pone por delante la zanahoria del dinero multiplicado «como por arte de magia» y sin esfuerzo alguno… aparentemente.

Todos estos personajes se parecen al de la película de Tornatore que recorría los pueblos de la Sicilia profunda filmando rostros, con la promesa de llevarlos a Cinecitta y de allí a la fama. Pero la cámara no tenía película y el ojo que repetía la mentira, pueblo a pueblo, al final cae preso de su propia trampa. La inocencia, la ingenuidad han retrocedido, paso a paso, arrinconando a un provincialismo irremediablemente muerto hoy por un horizonte de comunicaciones que llega hasta el último pueblo… ¿Cuáles serán los nuevos relatos de los buscavidas del siglo XXI?

 

 

NOTA RELACIONADA: Charlatanes que pasaron por Olavarría (Parte 1)