Despertares

Esto no es para cualquiera. Tendrá que ver con que los despertares son convulsivos si se los compara con el sueño, ese desmadre de estiramientos musculares y crujir de huesos que habían estado en reposo, los despeines y los surcos tatuados en el rostro con los pliegues de la almohada. Despertar es una fiesta desprolija y en eso estamos.  (Opinión por Alejandro Ippolito, desde el semanario Café con Patria)

Sucede que de ser resignados y felices espectadores del relato de los otros hemos pasado casi sin darnos cuenta a ser productores de discursos y contenidos, editoriales humanas, usinas de decires y fabricantes de vaguedades.

En algún momento la gotera se hizo copiosa lluvia y, a riesgo de que nos tapara el agua, nos arrojamos a ese río de informaciones y desinformaciones que se nos tornaron cotidianas. Hubo que contener la respiración ante tanta máscara derrocada, lo que había detrás nada tenía que ver con la belleza, pero de todas formas preferimos los rostros a las cerámicas.

Y así fue que vertiginosamente nos adentramos en un mundo donde es necesario mover los dedos más rápido que el pensamiento y las consecuencias de ese carrusel desbocado es, frecuentemente, el mareo insoportable. Desde la omnipresente sugerencia de los medios nos avisaron que un ignorante puede ser un triunfador, que una jovencita hueca de piernas largas e ideas cortas puede ser una modelo exitosa. Nos juraron que cualquiera puede hablar de cualquier cosa y que ser periodista es fácil, basta con tener a mano un micrófono o un teclado. Asistimos al desfile de los “panelistas” como una suerte de oráculo del absurdo, una especie de reunión de consorcio televisada con escaso nivel y mucho barullo. Pero entendimos también que la televisión era la dimensión del show desesperado, de la primicia estridente, de la verdad postergada y, en ocasiones, inútil.

El rating se tragó todos los talentos y subió de una patada al escenario a una legión de nadies, de improvisados surgidos de una mancha informe llamada ‘reality’, un juego perverso al que se prestan un puñado de náufragos con la esperanza de llegar a alguna de las orillas de la fama y la prosperidad. Y entonces, en ese Coliseo de las Miserias se fueron dibujando los trazos gruesos del nuevo imaginario social.

Se desechó convenientemente la memoria solo confrontada por aislados programas de archivo que no alcanzan a ser más fuertes que la mentira desatada. Se les dio luz, cámara y acción a una jauría de mercenarios y hubo que ponerse de uno u otro lado. Y allí fueron a parar algunos políticos una vez más, a malvender su alma firmando en un libro de actas, para volver a arrastrarse lamiendo el suelo por donde pisa el poderoso Señor Supremo.

Escuché por ahí que la batalla en los medios está perdida y es muy posible que sea cierto, y para eso están las alternativas. Si de ellos son los medios de nosotros serán las calles, si de ellos son los noticieros hay que estar en los barrios, en las plazas, en las artes. Si ellos susurran todo el día nosotros tendremos que gritar a contra turno para que no nos ganen lo que es nuestro.

A diario nos enfrentamos con una andanada de energúmenos repitiendo el slogan de moda, las construcciones imaginarias que les han inyectado como una vacuna contra la realidad, cerebros de ameba sosteniendo irrealidades y llorando miseria mientras preparan su próximo viaje. Permanentemente nos exponen sus bajezas, su odio, su estupidez endémica.

A esto hay que enfrentarlo con altura, con ideas, con datos, con palabras, con acciones y sobre todo con paciencia. La tarea es nuestra, mientras los que pretenden tomar la posta de la historia arrodillándose en la corte de TN, nosotros vamos a ponerles enfrente el indomable espejo, la memoria de sus ausencias, sus berrinches absurdos, su incapacidad suprema, sus mentiras permanentes, su obsecuencia obscena.

El pueblo es responsable de lo que suceda. Reclamo las ideas, no caer en el insulto donde se mueven las bestias, a golpe de argumentos es que se quiebran las fronteras.
Los candidatos del “cambio” ya han firmado, suscribieron su mansa entrega, pero nosotros no, la dignidad no se negocia y ya sabemos de sobra quienes no nos representan.

 

Este y otros muchos escritos los encontrás en el semanario Café con Patria. Suscribite enviando un mail a cafeconpatria@gmail.com