La era del bloqueo

En un capítulo de la serie inglesa “Black Mirror”, dedicada a mostrar «futuros» distópicos invadidos por la tecnología, se presenta una sociedad en la que es posible bloquear a las personas en el mundo real. Eso sucede gracias a unos lentes de contacto que todos tienen implantados y que impide a quien se bloquea hablar o escuchar a la persona que lo ha impuesto; además de verlos como una silueta indeterminada llena de “arroz”, como el que mostraban los televisores sin señal.

Opinión (por Jorge Arabito) 

También en las fotos se verá así, y hasta su descendencia quedará privada de verle. Más aún: en el caso de un crimen, el castigo no será la cárcel, sino que le “bloquean” para todos los demás, de modo que no pueda tener contacto con ningún ser humano. Si entre los griegos el mayor castigo era el exilio, aquí el que sufre la pena arrastra su calvario digital a todas partes, no solamente en las pantallas. Vaya donde vaya, los demás son siluetas llenas de ruido. Está total y definitivamente bloqueado, sin posibilidad de defensa, y la metáfora del bloqueo se hizo real para él. Como la protagonista del filme pionero «La red» que, borrada de las redes, pasa a ser nadie.

El bloqueo es negación. Es el fin del diálogo. Cuando no te quiero escuchar, simplemente te bloqueo. Como ese juego que tienen los chicos, en el cual aparentan que alguno de ellos no existe. En poco tiempo, el ignorado por los demás estalla. En estos tiempos de diálogos digitales, es esa la forma de clausurar todos los diálogos. El bloqueo. Estamos retrocediendo cuando no encontramos un terreno común para seguir hablando. Cuando te bloqueo, cuando no te quiero escuchar, cuando me tapo los oídos, bajo un escalón en la conducta humana.

Eso es lo que hacemos en las redes sociales con aquellos con los que no coincidimos. Bloqueamos. Nosotros o la plataforma. Nos muestra lo que piensan quienes piensan como nosotros, quienes habitan nuestra misma zona de confort. A cada uno de nosotros nos acomoda entre los nuestros. Poco a poco y sin darnos cuenta, nos quedamos encerrados en la burbuja de los que piensan como nosotros. Y luego las realidades nos golpean.

Sucede que esas plataformas que usamos para expresarnos, para comunicarnos, hasta para hacer acción política en algunos casos, en realidad no fueron pensadas para eso. Peor aún: fueron diseñadas en otras culturas. Muchas veces, justamente, por personas con grandes problemas para comunicarse con otras personas.

Es demasiado sencillo poder simplemente bloquear a los que no piensan como nosotros. Es infantil. Es el triunfo definitivo de esos nerds que ganaron la batalla por la cultura popular, por la comunicación en suma. En ese escenario, todos somos nenes grandes, atiborrados de juguetes electrónicos y cultura audiovisual, jugando juegos de rol en lugar de madurar y enfrentar los problemas reales.

Eso que sucede es entonces como un suicidio conversacional. Más valiente sería intentar seguir comunicándose con esa persona que no piensa como nosotros. Susanita Giménez dice que los K inventaron la grieta, y no se puede estar de acuerdo con ella. La grieta siempre estuvo allí, como una zanja de Alsina tapada un poco por la desidia, la comodidad y la miseria cotidiana de no querer ver que no todo está bien. Lo que hizo una etapa de militancia intensa fue sincerar las relaciones, no pensar que había que suavizar los conflictos sino, por el contrario, exteriorizarlos, mostrando qué somos a partir de las posiciones que tomamos, de las elecciones que hacemos. En qué vereda de la vida nos paramos.

Desde el primer instante de nuestro devenir latinoamericano, la grieta estuvo allí. Y lo que hicieron años y años de dictadura y democracia fue intentar sepultarla. Hoy sabemos pocas cosas. Pero una de ellas es que de nada sirve bloquear al que está en la otra orilla.