El crimen de género que marcó a Olavarría

Muchos creen que es un cuento, pero sucedió realmente. En 1888, el cura párroco de Olavarría asesinó a su mujer e hija, lo que se constituyó en un caso de relevancia nacional, discutido durante mucho tiempo, y que inauguró los crímenes de género en la ciudad. En 2005, se filmó un mediometraje sobre ese hecho. Hoy te contamos la historia y el detrás de escena de la película.

Según la misma confesión del religioso, los hechos que terminaron con el asesinato de Rufina Padín (de 45 años y esposa del párroco), y de la hija de ambos, Petrona Castro (de 10 años), comenzaron cuando el 5 de junio ambas llegaron desde Azul para visitar al sacerdote. Cenaron juntos y se retiraron al dormitorio. Luego, hubo una fuerte discusión entre Rufina y su esposo, porque ella no quería regresar a Azul. Entonces, Pedro resolvió asesinarlas. El sacerdote robó un veneno de la botica de Ventura Esteves y se lo suministró a su mujer como té de tilo. El veneno no surtió efecto inmediatamente, por lo que el cura culminó el crimen a martillazos en la cabeza. Como la niña había sido testigo de la escena, la obligó a tomar también una dosis mortal de atropina. Brevemente, estos fueron los pasos del asesinato, según lo declarado por el sacerdote en su confesión. La escena de un cura cenando con su familia era presentada como «normal».

¿Quién era este hombre? Castro Rodriguez llegó a Olavarría en 1883 desde Azul, y con el tiempo se convirtió en un personaje importante de la comunidad. Se estableció en una casa frente a la plaza, un lugar muy céntrico, lo que garantizaba a los vecinos el control de los actos públicos del cura así como cualquier movimiento extraño. Al poco tiempo de su llegada, impulsó la fundación de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, de la que fue el primer presidente. Instaló la Iglesia, la casa parroquial y la primera escuela. Un hombre «valioso» para la comunidad, que en poco tiempo supo hacer que sus ideas impulsaran al pueblo y prometieran pasar a la historia.

Español de origen, en algún momento de su vida se había alejado de la Iglesia oficial para ligarse a una secta disidente, formada por curas católicos, pero posteriormente pidió (y obtuvo) la restitución al clero. El cargo en Azul era un destino excelente y codiciado, y ser nombrado cura párroco de Olavarría indicaba que era bien considerado y estaba haciendo buena carrera. A diferencia de Azul, donde había inscrito el nacimiento de su hija, en Olavarría pretendía llevar una vida pública más acorde con los mandatos de la Iglesia Católica, por lo que no la había presentado.

Luego de asesinar a su familia, el cura intentó ocultar los cuerpos. Para ello, encargó un cajón grande y solicitó un servicio de entierro. Contó a todos los vecinos que la muerta era una mujer muy gorda «venida del campo» que había muerto de peste, y así evitar que lo inspeccionaran. Se realizó el entierro, pero en la película los empleados municipales advirtieron algunos detalles llamativos y abrieron el cajón. En la realidad, el sacristán denunció a Castro Rodríguez casi dos meses después. El religioso fue detenido y confesó con profusión de datos, aunque para justificarse adujo ‘emoción violenta’.

En el siglo XIX, en Argentina, existía la pena de muerte. Si bien Castro Rodríguez fue sentenciado a morir por fusilamiento, a partir de la presión de un altísimo funcionario gubernamental, el juez cambió la sentencia por cadena perpetua. Castro Rodríguez falleció en prisión en 1893 y, a petición del gobernador de Salta, su cabeza fue enviada a esa provincia para ser estudiada.

La horrenda historia fue visitada en varias oportunidades por historiadores e investigadores locales y apareció en algún programa de televisión. A los académicos les intrigaba tanto el discurso jurídico respecto al caso como el relato médico-científico basado en la antropometría («ciencia» de la época que permitía usar el cuerpo del delincuente como «prueba» de su peligrosidad). El análisis lombrosiano proveía al discurso jurídico de evidencias visuales a partir de la «animalización» del sujeto criminal: supuestamente, los rasgos animales ponían en evidencia el atavismo prehumano típico de un estado de barbarie, expuesto en las imágenes difundidas del eclesiástico en prisión.

En 2005, este hecho recobró vigencia cuando un grupo de cine olavarriense decidió producir un mediometraje acerca del doble crimen. Era un episodio de la historia local poco conocido y fascinante. Se apoyaron en las investigaciones previas para preparar el guión y en la existencia de algunos lugares en el partido donde la ficción podría ser filmada recreando fácilmente la época. El Grupo de Cine «Fusión» se había formado a partir de un curso impartido por Juan Manuel Eujanian y Verónica Pacheco para la Municipalidad. Los unía la pasión por el cine, medio audiovisual por excelencia del siglo XX. Realizar una producción de este tipo podía ser onerosa pero ello se pudo completar con ideas. A los integrantes del equipo les esperaban muchas jornadas agotadoras.

Durante varios meses, se desarrollaron las tareas de casting para elegir el reparto. La locación elegida fue en la localidad olavarriense de Hinojo, lo que supuso un considerable esfuerzo de logística, para lo que se logró el apoyo de la Facultad de Ciencias Sociales. Al ser un film de época, fue necesario vestir –con ropas de 1880- a varios curas, el juez y los asistentes a un juicio, así como a los feligreses en una iglesia, una mujer y su hija. También fue necesario recrear una iglesia, un juzgado, una botica, un dormitorio y un comedor, entre otras locaciones. Los actores eran vecinos de la ciudad, provenientes algunos de grupos de teatro locales. Un casting determinó quiénes daban mejor para los roles establecidos.

La filmación tuvo todo tipo de tropiezos y anécdotas: actores diplomados que se equivocaban veinte veces en un parlamento de tres líneas; un cajón prestado por un colegio que resultó ser de color dorado, y hubo que pintarlo de negro para después volver a pintarlo del color original antes de devolverlo; el préstamo «temporal» de una cruz del cementerio de Hinojo, proverbial para armar la iglesia donde el cura daba la misa en la que aparecían dos mujeres que lo hacían titubear.

Un museo histórico que debía ser desmontado en cada jornada de filmación para convertirlo en las habitaciones del cura. La casa de la cultura local, que los sábados por la tarde se convertía en juzgado, con la interrupción de la reunión semanal de la «Asociación Belgraniana» que demandaba la espera de todo el equipo escondido en el piso superior para continuar la filmación cuando los integrantes de la asociación se retiraban.

El trabajo fue presentado en la Muestra Nacional de Cine «Lucas Demare» de 2005, en la sección Concurso de Cortometrajes. Si bien no ganó, obtuvo el aplauso cerrado del público.

Poco después, el grupo se disolvió, pero quedó un hilo de anécdotas y la producción que ofrecemos en esta nota:

En un capítulo de Los Simpson, Lisa descubre que el héroe fundador del pueblo Jeremías Springfield era una farsa: un asesino, pirata y contrabandista. con una lengua de plata, que intentó matar a George Washington. Pero cuando va a revelarlo a sus conciudadanos, comprende que no les hará ningún servicio y además estropeará el mito fundacional.

Hitler ganó el gobierno alemán en las urnas y la cantidad de franceses que participaron en la Resistencia nunca fue muy grande, aunque las películas de maquis nos han convencido de lo contrario. La construcción de un imaginario social de un país siempre consiste en rehacer el relato para presentar a los próceres como hombres sin fallas, y a la historia siempre avanzando hacia adelante, hacia el progreso de la humanidad.

Cuando se mira en este capitulo a Lisa tomar el micrófono,  ese segundo en que contempla a la gente es una epifanía: ¿Por qué derrumbar el mito en quienes quieren vivir en pureza, inocencia y tartas de grosella para desarrollar en cambio la inteligencia y el pensamiento crítico?

En nuestro caso, hay un crimen de género que se sitúa en el origen fundacional de la ciudad, cuando estaba construyendo sus asociaciones civiles, su identidad popular. Las arenas del tiempo lo taparon. Este crimen no se estudia en las escuelas, pero un siglo y medio después, marchamos demasiado seguido por otras mujeres asesinadas por el hecho de ser eso: mujeres. Un crimen de género que fue el primero pero no fue el último. Un crimen que marcó a fuego y para siempre la historia de la ciudad. Está tapado bajo la alfombra. Mientras no descorramos el velo, no nos liberaremos de ser un pueblo amarillo fundado sobre una corteza de cemento y niebla…