En Olavarría la moneda del trabajo tiene sus dos caras en rojo

Hay un detalle en rojo en dos esquinas de la ciudad bajo el sol fuerte de una primavera que arranca lentamente, con frío, pero esto no es una nota de color. La carpa de los ex-empleados del Musimundo que cerró está a tres cuadras de los asociados de la empresa de envíos que llegó hace una semana. Son dos caras de una misma moneda que están en rojo, como en tantos lugares del país bajo el imperio Macri.

Musimundo se impuso en ese instante de resplandor menemista en que fuimos primer mundo, y creció al abrigo del recambio tecnológico impuesto a todos los que renovaban su colección en CDs a finales de los noventa. Cuando el mercado tocó su techo y volcó frente a la piratería, debieron diversificarse. Fueron libreria, casa de electrodomésticos, y en algún momento incorporaron linea blanca. Últimamente, ya no vendían música ni libros.

 

Los chicos están contentos con su trabajo. Por el primer mes y medio, cobran un básico aunque no hagan viajes. Básicamente cobran por tomar mate en la plaza, su zona de logueo, «pero no para siempre», como afirman con firmeza. esperan pronto poder hacer su platita, cuando el sistema se imponga en el pueblo y todos los convoquen. La economía de plataformas es una de las novedades de la sociedad red. Una aplicación establece el sueño de intercambio ideal entre usuarios y prestadores de un servicio o producto. Uber, AirBnb, etc. Y a todos establece como asociados. No existen ya los empleados. La épica del emprendedorismo potencia la esperanza de quien decide hacerse unos pesos mas con su auto, su cuarto vacío, o su bicicleta y su fuerza física como en este caso.

 

Quienes trabajaban en Musimundo mantienen presencia en el local, sin ocuparlo, porque tenían información de que llegaría un camión a retirar la mercadería del negocio. Paola desgrana casi con resignación lo sucedido en la sucursal Olavarría de la conocida cadena. Vieron llegar el final en cámara lenta, temiendo y sin quererlo creer. Cuando vieron caer  las sucursales de Mar del Plata y Bahía Blanca, que facturaban mucho más que ellos, se dieron cuenta que la decisión era político financiera antes que comercial: Borraron las 26 sucursales de la región Sur de un plumazo. El año pasado la empresa cerró otras 14 sucursales, pero en ese caso cumplió con todos los compromisos digamos, y siguió funcionando el resto de la cadena. Hoy el contexto es diferente.

Los vendedores de la cadena dicen que su reacción hoy es otra porque los cierres fueron muy desprolijos, hechos todos en forma intempestiva. En el término de siete días se cerraron 26 sucursales sin hacer ningún tipo de movimiento operativo para el resguardo de la mercadería o su traslado: No se tuvo en cuenta que hay productos que ya están desembalados así que no pueden volver a ser colocados en el empaque original con lo que van a deteriorarse en el viaje de retorno a la casa matriz. Ellos destacan que esa pérdida tranquilamente podría ser el monto que se podría destinar a sus indemnizaciones.

 

 

 

Los chicos de los pedidos se atropellan para hablar. Cuentan anécdotas. Que aquel se hizo unos mangos fácil con un mandado a cuadra y media. O aquel mandado que aunque fue lejos y demandó esfuerzo, dejo platita. Dos de ellos estudian, presumiblemente, ingeniería. Dan clases de física, pero trabajan ocho horas en la empresa. Por ahora, si no hay pedidos cumplen el horario en espera en la plaza.

 

Frente al Musimundo, los empleados (ex-empleados) hablan con amargura. La gente pasa, no los mira. la catástrofe anunciada llegó a Olavarría. Solamente esperan con «la guarda» impedir el vaciamiento de la sucursal para con ello, asegurar sus indemnizaciones, un dinero que les permita tirar hasta conseguir otro trabajo, o emprender algo por su cuenta. La promesa es que el 8 de octubre se liquide el sueldo de septiembre y lo que corresponde de aguinaldo, mientras que antes del 10 deberían cobrar las indemnizaciones. Todos resaltan que la gente del Sindicato de Empleados de Comercio los acompañó en la lucha que empieza. Les acerca lo que necesitan, como el gazebo rojo que defiende la entrada al local y un generador que ruge a la vuelta de la esquina. Allí hay paquetes de yerba, gaseosas, un dispenser y algunas vituallas para mitigar la desesperanza. Los vendedores saben vender, y sin poder vender se miran los ojos vacíos.

 

Olavarría es (era) la ciudad del trabajo. Sin trabajo, no tiene entidad. La identidad de los empleados es serlo, estar empleados, tener empleo en relación de dependencia. Sin ella no son nada. Y mientras tanto este sol del primer día de octubre alumbra en rafagas por entre un cielo con nubes que el viento mueve rápidas. Anticipa un verano abrasador como todos los de la llanura bonaerense. Las elecciones parecen más lejanas que este verano que se anuncia.

Ahora mismo la televisión informa que en la fábrica Zanella de Caseros, los empleados reclaman aunque sea una moto de indemnización. ¿Veremos en Olavarría a los que trabajaban en Musimundo vendiendo los artículos que se exhiben tras ellos en el comercio hoy cerrado?

 

Los chicos en la plaza siguen entusiasmados. Detallan que el mandado le cuesta $50 al cliente y a ellos les pagan $65. En Paraná se cobra $129 el envío como promoción inaugural. Seguramente la estrategia es posicionarse por delante de los tradicionales motomandados, nacidos justamente durante el menemismo. Quizás ellos no lo sepan. Cuentan que a la noche y los fines de semana hay muchos pedidos. Especialmente comida, helados y que quizás más adelante también lleven envíos de farmacia, perfumería o supermercados y también adhieran a los 24 hs.

 

Dicen que están siendo más requeridos que los motomandados, únicamente que aquellos pagan cuentas, cosa que ellos no pueden hacer. Se sienten modernos, se consideran superadores, lo nuevo. Detallan cómo funciona la aplicación, mientras la policía pasa cerca, lenta. Pero no les preocupa, cuentan que la primera vez que los vieron reunidos en la plaza se acercaron a preguntarles, pero ellos les contaron que hacían y hasta los convencieron de descargarse la aplicación. La que usan los clientes, que es otra que la que tienen ellos: «Road Runner», o correcaminos, que les avisa cuando tienen que llevar un envío. Les dice por donde deben ir. Aclaran que la diferencia con un motomandado es que hacen de a un pedido por vez: No llevan una pila de pizzas. Y de ese modo justifican los 97 pedidos en total que tuvieron la primera semana.

 

El chico de que más habla, dice que, además de hacerse unos mangos, todos estarán pronto muy en forma. Saben que hay una chica registrada «en la plataforma», pero no la conocen todavía. Ella tiene un trabajo con horario y hasta ahora no se ha hecho tiempo para salir a pedalear, además que de noche no se anima. Cuentan que les dieron una campera, dos remeras y el casco. La vistosa mochila, obviamente roja, la pagan a razón de $250 por semana. Dicen que están a resguardo de los accidentes de la bici, porque pagan un seguro por día. Saben, aunque lo dicen con liviandad, que no son empleados directos de la empresa: son monotributistas. Y que cuando haya más demanda les sacaran las horas fijas y lo que ganen será por mandado. Pero son emprendedores, quieren hacer muchos viajes porque tienen ganas de hacer plata.

 

Los vendedores del Musimundo  tienen los ojos cansados. Son siete, los siete que quedaron, cerca de la mitad de los que eran cuando la empresa abrió sucursal en Olavarría. La que más habla es Paola, la acompañan Paula, Luciano, Fernando, y Micaela. No dudan en indicar cómo están siendo respaldados por Empleados de Comercio. Todos enuncian que desde el primer día los están asistiendo. Cuentan que cuando los de la empresa vinieron a hacer el cierre, uno de los compañeros pidió ayuda a la Secretaría Gremial, que se hizo presente en forma instantánea a la sucursal y los asesoraron para hacer una presentación en el Ministerio de trabajo, pero que lamentablemente se citó a una audiencia a la que nadie se presentó. Hoy en día ese expediente está en reserva «en Ministerio». Ahora están esperando una audiencia que se va hacer con Faeside en representación conjunta de todas las sucursales que fueron cerradas en Buenos Aires. Pero eso hasta ahora tampoco se ha concretado.

En Olavarría, la moneda del trabajo tiene sus dos caras en disputa. Mientras unos son expulsados de su condición laboral y se enfrentan a la posible pesadilla de no poder enfrentar sus compromisos porque una empresa no se hace cargo de sus responsabilidades y no les da respuestas, otros se acercan con cada kilómetro al sueño de ser libres socios de un emprendimiento que les permita crecer con cada golpe de pedal. En ambos lados anda el rojo tiñéndoles el día del color de una deuda que alguien ha incumplido, colorida metáfora de estos tiempos sin moraleja.