La ‘Fantasmática’ resonancia de Pavlovsky se posó en La Fábrica

Recibimos en el buzón una nueva entrega de las críticas teatrales de la actriz, directora y docente de Teatro Lucía Salas. Esta vez, el análisis recayó en la obra ‘Fantasmática’, que se puso en escena en el Teatro La Fábrica el pasado 28 de marzo, con entrada a la gorra. Pase y lea, para enterarse de qué se trata y para estar atenti a su regreso al tablado…

Fantasmática: Texto escénico creado a partir de la resonancia con textos de Eduardo ‘Tato’ Pavlovsky

(por Lucía Salas) Si vas pensando que necesitas saber sobre Pavlovsky, o lo del ‘devenir pluralizado’ te pareció demasiado enrosque intelectual, tranqui: date la oportunidad de verla. Además de entenderla, la vas a disfrutar mucho. Es una obra sincera, trasparente y muy bien actuada.

Jacinto Mastropierro (el actor-autor) es un conocido músico tandilense (integró La Natural Swing, entre otras bandas). Como músico, es autodidacta: empezó tocando percusión, incursionó en la guitarra con ‘Los Sedientos Surfistas’, y actualmente es solista. Forma parte de ‘La Superficie de los Truenos’, un espectáculo con otro músico, donde trabajan con sintetizadores y guitarras en vivo. Además, esta vez, él canta y compone.

Mastropierro comenzó a hacer Teatro de chico, con la mamá y la familia. A los 11 años, siguió con Bety Troiano en la Escuela de Comercio. A los 16, con su familia creó un grupo al que llamaron ‘Producciones El Corte’, con el que hicieron una obra de teatro comunitario llamada ‘Una luz en las Ánimas’. En esta obra, donde actuaban 25 personas, Jacinto hacía la asistencia de dirección. Luego, cuando comenzó la universidad, hizo innumerables obras: algunas, en el teatro comercial, como actor; y otras, como actor, director y asistente, en el teatro independiente.

El actor y dramaturgo creó ‘Fantasmática’ bajo la influencia de su conocimiento y fanatismo sobre Tato Pavlovsky; sobre todo, bajo la influencia de la obra ‘La muerte de Margarite Duras’, la cual le sirvió como inspiración para la creación y composición de esta pieza. El nombre de la obra hace referencia a un concepto de la psicología con el que Tato trabajaba: algo de lo grupal moviliza emociones de los vínculos primarios. Estos fantasmas, que los porta cada miembro del grupo, circulan y operan en la dinámica entre los miembros del grupo, fomentando o inhibiendo la producción grupal.

En escena están Jacinto Mastropierro, Mariano Rotolo a su derecha (que lo ayuda ambientándole las escenas con músicas y soniditos), mientras Milagros Ballent le proyecta desde la cabina, siempre que sea necesario, comentarios a lo que sucede. Todos están bajo la dirección de Javier Lester.

En la sinopsis se cuenta: “Una muerte insignificante puede hacernos pensar en la vida. Los recuerdos son instantáneas desordenadas. El sentido es confuso. Un hombre se encuentra pensando en la muerte, y para hablar de ella narra cosas de la vida: un primer amor en Paraguay, unas vacaciones en familia, un sueño deportivo… El miedo al vacío, la pérdida de la dignidad, intenta singularizarse en un devenir pluralizado, donde lo individual está disuelto en cada acto cotidiano”.

Jacinto te mantiene durante toda la hora cautivo de las anécdotas que te va contando, y sólo lo hace con su cuerpo y su voz. En escena, lo vemos a él y dos sillas. El arroyito, la paraguayita, el helado, los dientes, adquieren la materialidad de ser vistos con nitidez gracias al arte del actor. Hace un despliegue bello y claro de cada cosa que te cuenta, adentrándote en las historias de este ser que interpreta. Es una obra redondita, prolija, sutil y conmovedora. Muy musical. Sin golpes bajos, se adentra en los conflictos más viscerales de los humanos.

Según palabras del autor-actor, el proceso se sigue modificando y transformando con el devenir de las funciones. Esta obra ya ganó el premio Teatro del Mundo por el texto y la actuación. Promete mucho y bien ganado lo tiene.

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