Los anchos mares de la radio, en su día…

En Argentina celebramos el cumpleaños de la radio este día porque la noche del 27 de agosto de 1920 el radioaficionado Enrique Susini, junto a sus amigos César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica, posteriormente llamados «Locos de la Azotea», dieron inicio no sólo a la radiofonía argentina sino también a la mundial cuando transmitieron desde la terraza del Teatro Coliseo la ópera Parsifal. (por Jorge Arabito)
 

 

Y este es mi homenaje a la amiga radio, con un texto que escribí hace mucho, cuando todavía escuchaba a la radio por radio:

Me gusta visitar las casas que venden cosas usadas. En una de ellas encontré algo que buscaba hace tiempo: una radio Noblex 7 Mares. Estaba rota e iba al desguace: la compré por monedas y la hice arreglar en el barrio. Ahora está aquí en la mesa, frente a mi y me trae voces en la noche.

Habla y me habla. Es difícil creer que no haya vida en ella, que esos hombres y mujeres que seducen calladamente en la noche están en otras ciudades, pequeñas o grandes de la lejanía. La escucho y escribo estas palabras, como velando una mujer que duerme, por eso escribo con lapicera de pluma para no molestarla con la interferencia de la PC.

Esa es la AM, con su sonar deslucido para quienes la escuchamos a centenares de kilómetros en el interior, donde la FM o la TV de aire no llega. La FM, al tiempo que nos abrió la puerta a lo local, nos aisló del mundo. Los que escuchan «solo» FM, no saben de los mundos que hay más allá: voces que hablan en la noche o el día desde metrópolis o pueblos que están allende el horizonte.

Giramos el dial y surgen sonidos como venidos de un tiempo antiguo, radios provinciales, cerealeras, marítimas, Córdoba, Rosario. Formas de comunicar que parecen perdidas. La FM nos trajo nuestra propia voz, pero nos volvió más pueblerinos.

Y eso que no tentamos la Onda Corta. Que estuvo antes de la Internet y servía para escuchar voces de otras patrias, lo que se dice o no se sabe más allá, son tiempos de guerra. En tiempos como estos, antes se ponía la OC para saber qué pasaba. Durante la dictadura, los que supieron, supieron así.

Este aparato es como un perro perdido que he adoptado. No puede contarme su historia, decirme de su primer dueño, o ese día luminoso que salió de la caja por primera vez. Qué voces, qué palabras, qué músicas ha traído a este rincón del mundo. Ahora recorre los mares de la escucha bajo mi mando. Juntos navegamos un océano eterno que nos rodea invisible.

Es noche fría. La onda viene y va. Trae música y se esfuma. Vuelve con palabras que no deja terminar, en la próxima vuelta serán diferentes. No importa. Es un momento mágico y para serlo debe terminar.


AL PEQUEÑO APARATO DE RADIO

Cajita con la que cargué cuidadosamente en mi huída
de casa al barco y del barco al tren
para que sus lámparas tampoco se me rompiesen
y mis enemigos no dejaran de hablarme

en la cabecera de la cama y con gran dolor mío
de sus victorias y mis penalidades
cerrando la noche y empezando la madrugada:
¡prométeme no enmudecer nunca de repente!

Bertolt Brecht
(Alemania)