Panorama de una pandemia jamás imaginada

Los cinéfilos hemos visto todas las versiones del apocalipsis en muy diversas variantes. Pero ninguna catástrofe imaginada logra parecerse al panorama que en pocos meses envolvió al mundo, cambiando incluso nuestras costumbres sociales. Bienvenidos a algunas postales de una pandemia que no dejará al mundo indemne.

Se suele decir que la ciencia ficción funciona como un reloj roto: dos veces por día da la hora exacta. pero nunca se sabe cuando. En el mismo sentido, este género arrastra la misma maldición: Si lo que se busca es «anticipación» en el sentido de adivinanza, el problema real es que nunca se sabe que parte acierta lo que sucederá.

 

Muchas veces, las especulaciones del género pecan de simplistas. La mera extrapolación de un detalle funciona como motor del relato. Pero sucede que la historia, justamente, tiene múltiples motores. Escribamos un cuento acerca de que los hombres pueden volar. Pero seguramente será solamente acerca de eso. No volarán perros ni gatos, ni investigará la fluctuación del mercado de la propiedad horizontal.

Siempre se trata en encontrar en la Ciencia Ficción profecías acerca de cómo el mundo va a evolucionar, o incluso acabarse. En ese contexto, muchos entienden que la calidad de una obra se va a relacionar con lo exacto de su acercamiento a lo que después es  realidad. Y quizás la cosa no vaya por allí. Una novela de anticipación puede prever detalladamente el futuro, y al mismo tiempo estar muy mal desarrollada. Es decir, sus valores como obra literaria van por carriles muy diversos que su potencial de adelantamiento.

En ese sentido, desde el cine, por ejemplo ninguna película anticipó antes del 2001 el ataque a las torres gemelas usando aviones comerciales como proyectiles. El atentado del 11 de septiembre al World Trade Center fue visto en directo por millones de personas en todo el mundo en sus pantallas como una película de acción más. Sin embargo, ninguno de los films que Hollywood realizó previamente se acercó ni por asomo a narrar ese exacto horror.

Eso fue pronosticado en la ficción de “Contra el enemigo” –en la que terroristas islámicos aterrorizan EEUU al punto que el gobierno pone en ponen en estado de sitio a Nueva Cork, o en “Decisión ejecutiva” en la que Kurt Russell, Steven Segal y Oliver Platt luchan por retomar el control de un vuelo transcontinental destinado a estrellarse con explosivos, venenos y pasajeros, todos secuestrados por torvos terroristas de tez oscura.

Algunos conocedores recuerdan que varios años antes se estrenó en televisión una película con Peter Strauss, donde se anticipaba el modo de operación: Varios terroristas secuestraban aviones para estrellarlos contra puntos estratégicos, pero antes de que pudieran acabar con toda la flota comercial estadounidense eran detenidos y la tranquilidad volvía. Las críticas tildaron al filme de irrealista, calificativo similar al que recibió “Duro de matar II”, aunque en este caso la diversión asegurada alejaba cualquier lectura crítica, tal como en “Avión presidencial” con Harrison Ford en el rol de presidente de EEUU. En todas el final absolutamente feliz terminaba empañando las posibilidades de la lección.

 

En muchas películas de Ciencia Ficción, el escenario es una epidemia que mata a gran parte de la humanidad rápidamente. En algunas de ellas los muertos reviven y se comen a los demás. En un capítulo temprano de la serie «Walking Dead», sus protagonistas descubren que TODOS están infectados por el virus que espera que mueran, para invadirlos y revivirlos. No es imprescindible la mordedura del muerto vivo para convertirse en uno de ellos. Sólo es necesario morir, para ser un no-muerto, evidente giro de guión para darle más complejidad a las tramas de temática zombie.

Pero nunca la Ciencia Ficción creó el cuadro con tanta sutileza como la realidad que vivimos actualmente. Un costado siniestro de esta pandemia es la aterradora sospecha de que el virus pudiera estar esparciéndose silenciosamente durante mucho tiempo, hasta adoptar su actual letalidad y capacidad de adaptación.

En «Bird Box», seguimos a unos sobrevivientes de algún tipo de presencia cuya contemplación lleva al suicidio que se esconden en una casa, pero no se desarrollan los traumas del encierro prolongado como en la cuarentena que está atravesando buena parte de la población mundial actualmente. Y eso que ellos no pueden mirar por las ventanas.

En un sentido irónico, hay una película indie en la que, por algún desastre ecológico que no se explica, y a partir de avisos de las autoridades sanitarias, el protagonista acepta que debe encerrarse herméticamente en su casa para sobrevivir. Allí debe impedir que nadie entre, ni siquiera su novia ni sus amigos, con los consabidos momentos desgarradores en la trama. Al final del film, nos enteramos que los organismos científicos estaban en un error que acaban de descubrir: En las casas, en lugar de protegerse del veneno, éste se concentraba, por lo que los que se pusieron en confinamiento morirán. Y vemos cómo se van oscureciendo las ventanas mientras derraman hormigón sobre la casa para sellarla definitivamente. Desgracias de seguir a rajatablas las instrucciones del gobierno (de EEUU).

También surgen debates acerca de las medidas desesperadas de protección: La gente que usa barbijos sin estar infectada nos recuerda al libro «World War Z«, de Max Brooks, en el que Corea extirpa los dientes a todos sus habitantes para detener la plaga zombie. Obviamente, una pandemia de este tipo va de la mano de la existencia de los vuelos intercontinentales. Tal como se presenta en «12 monos«, estos viajes brindan la posibilidad de esparcir un virus de cualquier tipo muy rápidamente a lo ancho del planeta.

 

La realidad toma múltiples caminos. Si las especulaciones acerca de enfermedades registraban únicamente su rápido avance, no contemplaban cuestiones como que sucedía con los mercados, la política, los rufianes que se roban mascarillas, los truhanes que venden falsas medicinas o los famosos que se aburren en sus mansiones.

Nunca hemos visto en películas de apocalipsis zombi observaciones acerca del futuro de la economía, mientras las industrias no esenciales se derrumban. Hemos visto imágenes de exodos a las afueras similares a las de quienes intentaron irse a la costa en marzo. Pero nunca vimos en esas producciones el momento en que en la TV debatían economistas a favor y en contra de las medidas de protección. O que los trabajadores de los supermercados las farmacias y los colectiveros tengan que ir a trabajar, o que los agricultores aprovechen la cuarentena para fumigar con agrotóxicos durante el toque de queda global.

En los filmes, lo que vemos es una tragedia burda, acelerada, sin detalles. En comparación, el avance del CoronaVirus es un desastre en cámara lenta que se acelera lentamente cada día, sin pausa. Al principio nadie le da trascendencia, pero en algún momento sin precisar, no se habla de otra cosa: Parece difícil, casi increíble recordar que la primera vez que esa palabra apareció en los medios fue cerca del 20 de enero de 2020.

 

La ecuación de cualquier enfermedad para convertirse en pandemia tiene tres variables: Contagio, incubación, mortalidad. Puede contagiarse mucho y no ser tan mortal. Puede incubarse por años y ser inocua.

Puede requerir cuidados muy riesgosos para los médicos o demasiado expensivos, de tal modo que agote los sistemas de salud. Y es que esta enfermedad tiene caracteristicas muy especiales. El CoronaVirus no mata a todos, solamente al 2% en promedio de los que infecta, especialmente a los más débiles. Pero contagia MUCHO y lentamente se va extendiendo país tras país, imparable. Se supone que si no se lo impidiera, contagiaría al 60% de la población mundial. Peor aún, en muchos casos como se manifiesta hasta dos semanas después del contacto que pudo haber infectado a alguien que se mueve creyendo estar sano, y quizás ya lo lleve consigo.

 

En comparación, el SARS solamente contagia cuando comienzan los síntomas y para entonces la gente ya está hospitalizada. El VIH por su parte, se manifiesta muy posteriormente, pero el contagio no es tan directo. La gripe aviar no contagia fácilmente entre humanos, y mata a la mitad de los infectados, pero liquida demasiado rápido a su portador.

Con ello, el CoronaVirus avanza como una invasión que cuando se la percibe, ya sucedió. Amarga victoria de los Preppers, ese colectivo de personas que se adiestran en técnicas que les ayuden a sobrevivir en un posible apocalipsis. Toda una vida preparándose para sobrevivir y cuando llegó su hora de gloria y pueden por fin estrenar su búnker, sus armas y su comida enlatada, quizás ya tengan la enfermedad con ellos y en cambio, deban ir al hospital público a pedir atención.

Eso en las películas de virus nunca tomaron en cuenta ese detalle: que la tardanza en manifestarse signifique que el contagiado, cuando se concientiza, ya esparció la enfermedad. Peor aún, la sospecha que los más jóvenes puedan llevarlo sin enfermarse y con ello ser una bomba biológica para sus mayores.

En las historias que nos contamos, campean enfermedades atroces pero drásticas, como recordaba Eduardo Galeano hablando del paludismo que lo atacó en Guaniamo, estado Bolívar: «En la selva los mineros la llaman La Económica, porque te mata en un día y no tenés que gastar en remedios”. El Ebola, en ese sentido no es un virus eficiente, porque aunque se contagia fácilmente, mata tan rápido que los infectados no alcanzan a transportarlo.

 

En la película «Infectados» (Carriers) , quienes se contagian de la enfermedad lo saben pero lo ocultan para no ser dejados atrás, hasta que los descubren por unas manchas en la piel. Y los enfermos se convierten en enemigos de los demás, una especie de traidores que los ponen en peligro. En nuestra realidad, algunos de los enfermos han sido escrachados en redes. Y también los médicos, enfermeros y cajeras de supermercado.

En la recomendada novela de Ciencia Ficción «La tierra permanece» de George Stewart, su protagonista regresa a la civilización luego de pasar un tiempo en las montañas, para descubrir que la humanidad ha sido aniquilada por una enfermedad causada por un virus y transmitida por el aire. En esta obra no hay las habituales escenas de acción a las que nos han acostumbrado las producciones contemporáneas.  No es una historia en la que prime la acción o lo fantástico. Los protagonistas no se enfrentarán a mutantes, zombies, infectados, clanes armados bajo el mando de un gobernador o un Negan o bandas de motoqueros paramilitares. No es una historia trepidante, no hay peligros extremos cada semana, ni tiene un ritmo de vértigo ni un tono nihilista y desesperanzador mientras los años pasan lentos. Lo que sobreviene entonces es un apocalipsis tranquilo, cuando poco a poco se pierden todos los conocimientos científicos, incluida la escritura.

Al final del libro y dos generaciones después, ese hombre, ya muy viejo, agoniza mirando un puente en un mundo que ha retrocedido a la edad de piedra. El trabajó en su construcción. Y lo recuerda. pero sus nietos, que le aman, creen que está desvariando. Los hombres no lo construyeron. Eso no puede ser. Siempre ha estado allí. Como la montaña o el mismo río. La memoria se ha perdido.

La pesadilla avanza en cámara lenta, y en diferentes cuadros. Es que si como algunos especulan, quien se reponga se pueda volver reinfectar, pues no existe evidencia de que las personas que se han recuperado de la #Covid_19 sean inmunes a futuros contagios: Lo que no te mató a la primera, lo intentará una y otra vez hasta lograrlo cuando vuelva por vos ya mayor o cuando estés más débil o enfermo. Incluso preocupa qué va a pasar con los recuperados de coronavirus: En algunos países piensan darles un salvoconducto para que circulen libremente, pero más allá de eso, si no se enferman nuevamente, podrían ser incluso vehículos de contagio, porque también se afirma que nunca se curan, y la enfermedad puede simplemente reactivarse, como el herpes… Además existen casos de médicos chinos a los cuales tras una larga convalecencia les quedó la piel negra.  posta.

Mientras tanto, se corre una carrera contra el tiempo de la investigación que encuentre una vacuna o un remedio que cure los casos más graves. Básicamente quienes están deteriorados por la edad o tienen alguna condición previa. Y tristemente, agrega la cuota de dolor de la ausencia de despedida de los seres queridos.

Además, la pandemia desmorona los sistemas económicos. Los países que deciden proteger a su población derrumban su industria. Los que eligen salvar el sistema económico son tratados de inhumanos. Y de todos modos tienen que atender el colapso de su sistema de salud.

 

 

Esta enfermedad es un poco como esa táctica de guerra que consiste no en matar sino en herir. No por misericordia sino porque atender a un herido merma los recursos del ejército contrario… Este virus nos obliga a tener que salvar a todos todo el tiempo, el famoso «aplanar la curva», gastando ingentes recursos hasta que todo pase, haya cura o vacuna…

De alguna manera, el virus realiza, no una limpieza étnica, sino una «limpieza etaria», porque se lleva el 80% de quienes tienen más de 60 años. Parece programado por el capitalismo, porque suprime a los pobres y a los viejos, o sea aquellos menos productivos (o necesarios) para la sociedad de consumo. Y algunos sospechan eso, aunque las especulaciones acerca de que sea un virus de diseño, sean conspiranoicas.

Una especie de «Señor de las moscas«, o un poco más cerca de nosotros: «Guerra del cerdo«,  en la que (allí drásticamente) no quedan mayores y sólo hay jóvenes en la sociedad. Con lo que el sistema los tendrá de pasantes eternamente, y se ahorrará de jubilaciones. Hay una antigua  novela de Ciencia Ficción que describe un mundo en el que está prohibido pasar de los 60 años, y quizás el corona le haga ese favor al mercado.

 

Y ademas le pega a los mas pobres en un sentido múltiple. Porque no pueden lavarse las manos los que no tienen agua, porque no pueden mantener la distancia quienes viven hacinados, porque no pueden dejar de trabajar quienes tienen mucho que pagar, porque los pobres tienen patologías previas y no pueden pagarse las pruebas ni médicos.

De aquellos que no pertenecen al lado más castigado de la sociedad, algunos tendrán una afección leve. Muchos más ni se enterarán. Pero algunos, unos pocos, necesitarán una atención extrema. Si nos contagiamos muchos, esos pocos serán demasiados. En el camino todos aprendimos algo de representación logarítmica de gráficos. Aplanar la curva significa evitar que colapse el sistema de salud.

Algo de eso expresaron el premier inglés -hasta que se enfermó y terminó agradeciendo al equipo médico que lo salvó, formado por inmigrantes- y un gobernador norteamericano: quizás debamos despedir antes de tiempo a nuestros seres queridos para preservar nuestra sociedad y nuestro sistema económico. O despedirnos nosotros, si estamos en la zona de riesgo, esa en la que muere al 60% de los contagiados.

 

Entonces el terror, el terror real, no es tanto ante la inevitabilidad de la muerte, sino ante la demorada incertidumbre. ¿Llegará hasta aquí? ¿Me contagiaré? ¿Me matará? O peor: ¿A quien de mis seres queridos se llevará «antes de tiempo»?

La pandemia alguna vez se irá. Cuando haya vacuna o cura, será solamente un contratiempo, un mal recuerdo. Poco a poco se irán curando los múltiples quiebres que habrá causado en nuestra sociedad, que volverá, igual o distinta, a una «normalidad».

En ese nuevo horizonte, estaremos -los «nosotros» que habitamos aquí, en este tiempo- o no. Esa es la única incógnita relevante. Y es que aunque no lo tengamos claro, habitualmente vivimos sin certezas. Algún tecnócrata hace pocos años quiso vender como un valor vivir en la incertidumbre. Gracias, para nuestra gente eso no.

Vivir sin un horizonte claro ha desmoronado nuestro afán de previsibilidad, de poder elaborar proyectos, planificar futuros.  Nos ha traído de repente a un día a día repetido eternamente, tal como el del protagonista de «El día de la marmota».  Quizás sea oportuno recordar cómo ese hombre aprende la lección, sale de la trampa, y se prepara para cuando el tiempo se ponga nuevamente en marcha.