Se ha ido un actor, y solo dejó tristeza entre sus amigos

La necrológica consigna que Eduardo Clemente Pisetta “Pise” falleció en Olavarría el día 23 de Febrero de 2020 a los 63 años de edad. Su esposa y su hijo, su madre política, su hermana, sus sobrinos y demás deudos participan su fallecimiento. Nada indica en esas palabras que hubo en esa vida. Cuando muere alguien con quien no profundizamos mucho la relación, nos invade esa sensación irreparable de pérdida completa. A partir del fallecimiento de Piseta, pise, sus amigos, quienes compartieron escenarios con él comenzaron a compartir sus experiencias en las redes. Estas son algunas de esas palabras, sin jerarquización especial. Buen viaje y gracias por tu vida, Pise…

Desde Insurgente Espacio Cultural-Independiente lo recordaron así: «La anarquía vencerá, aunque yo no vuelva a verte, aunque no volvamos a vernos. Tu lucha vive dentro de nuestros corazones, dentro de todo lo que compartimos cotidianamente y hacemos. Dentro del humor, los momentos recurrentes de chistes (aunque no seamos muy hábiles con eso), dentro de tu gran capacidad de emocionarte sin miedo, de una canción, de un encuentro, de nuestro abrazo. Desde tu compañía y tu habilidad de escucharnos, que nos permitió crecer juntxs, a pesar de toda diferencia. Y lo que más nos enseñaste, payaso de la vida, que ha sido tu lucha incansable desde el arte.»

 

Compañero, Piseta
Una risa emergiendo de la barba espesa
Dos manos para hacer
Cejas fuerte, que dicen
Ojos atentos
Amor por plantas y animales
Vida de artista
Estrella roja
Compañero.

En la última asamblea alguien te nombró
(Siempre estás, porque está tu nombre)
Que tenemos prepotencia de laburo
Dijo alguien que dijiste.

Y ese halago que nos recuerda parte de lo que fuimos, nos impulsa en lo que somos «Prepotencia de laburo»
Como un empujoncito de palabras que trascienden tiempo, espacio, vidas. Te despedimos compañero pise, pisetta, piseton; con los puños en alto y la certeza de que tu lucha nos abraza desde siempre. Vos, en tus palabras, en nuestro recuerdo, para siempre en Insurgente.

Salud y R.S

 

Carla Moura se permitió expresar: «Un hasta luego Pisetta amigo, alumno, consejero y gran compañero de laburo tengo mucho dolor te voy a extrañar loco. se nos fue otra estrella Olavarriense que nos dio muchas alegrías, gran actor. Cuantas anécdotas, risas y llantos hemos tenido.

Gracias por hacerme levantar cuando andaba de capa caída siempre creíste en mi, espero que leas esto ya q no te pude despedir. Abrazo a Ivon tu gran compa. Pisseta fuiste y seras un gran artista y eso te lo decía todos los días, aunque vos no te la creías, maestro de Teatro. te abrazo siempre.

 

Horacio Ubaldo Garcia posteó en FaceBook: «Un GRANDE un Compañero se innumerables encuentros y charlas en su Tugurio o en la calle como Artesano Payaso y Actor Como te Extrañaremos Payaso querido Hugo tu Amigo ANARCO de la vida y Yo CHARLY el Ferroviario ha Sido para nosotros un golpe muy fuerte pero seguramente dónde estés nos esperara para seguir compartiendo esas Charlas y mates RIE PAYASO RIE tu alegría seguirá en la memoria y en el Corazón de HUGO y MIO Salud y Anarquía Compañero ENRICO El Gallego Soto Facom Mijaíl Severino Sacco y Vanzeti y los Mártires de Chicago ABRAZO y SALUDO COMPAÑERO HUGO y CHARLY»

«Un obrero, un actor, un anarquista, un payaso, un ser humano solidario y revolucionario! Un camarada!
Sera recordado siempre por su gran sentido del humor, por su inmensa humanidad.
Tu alegría vive y brotara en cada joven, en las nuevas generaciones de actores, de obreros!
Despedimos una parte de nosotros. De nuestras charlas, de nuestros delirios, de nuestra alegría por vivir!

A su compañera, hijos, nietos, amigos y camaradas los abrazamos en este momento.
Cuando uno se entera, ya pasados los años, que un «loco» se paraba en la línea de producción de la sección clasificación en Cerro Negro a las 4 de la mañana improvisando como actor, con un público sorprendido entre la rutina y el temor al despido y aun asi se demora el arranque de las máquinas. Es porque alguien distinto está entre nosotros.
Y eso sentimos todos los que lo queremos. La alegría de saber que el futuro es revolucionario.
Camarada Pise! Hasta la Victoria Siempre!!!

Hakim Pablo Fredes lo recordó desde la emoción de las palabras que no tienen consuelo: «Cuando recién empecé a entrar en el mundo del teatro, en el año 90, al otro taller, al que empezaba más tarde, justo a la hora que terminaba el nuestro aparecían unos personajes que me llamaban la atención. Eran los adultos, los que ya tenían experiencia teatral: gente que en su paso normal eran muy potentes. Uno era Marcelino, y el otro Pisetta, alias el Pise. Fueron también ellos dos las primeras personas que vi actuar en teatro en una obra que se llamaba ¿Quién se comió el perdreguyo?, dirigida por Pato Farias. Era un laburazo, cuerpo, ritmo, teatralidad, poesía.

Años más tarde, 1997, hicimos una versión de esa obra, y nos subimos al escenario del teatro los 4, con Fer Moraga.

Después nunca más hice teatro con Pisetta ni con Marcelino, pero la vida nos cruzó siempre en otros lados, porque eramos compañeros de teatro,porque eramos amigos, y siempre era un gusto encontrarlo al Pise, y charlar. Un tipo cariñoso y divertido.
Hoy se fue. La muerte le dijo vamos, y parece que no se le puede uno negar a esa cita. Gracias Pise.

Pascale Barbato, por su parte expresa: «Piseta fue obrero, “aplaudía biscochos” en la fábrica de cerámicas. Era un hombre al que el mundo no le quedaba bien, el mundo era un traje que le tiraba de la sisa, los pantalones le quedaban cortos y los zapatos demasiados grandes. Por esa disconformidad se hizo actor, por ese traje desencajado se pinto de payaso y salió al picadero de la vida, obrero, actor, payaso, no sé en qué orden, pero él fue todas esas cosas. Pero, por sobre todo fue anarquista.

Recuerdo los primeros encuentros el “alumno” yo “profesor” en CLAD. Le hice una pregunta cuasi retórica. ¿Por qué quieres hacer teatro? Agacho la cabeza mirándose los botines, con su humildad de siempre contestó. Porque quiero cambiar el mundo.

Nos reímos y ahí nos dimos cuenta de que estábamos en el mismo barco. El me llamaba el maestro “pascalito”, pero la verdad que el maestro era él. Fue mi mejor alumno. En realidad, solo tenía que ayudarle descubrir todo ese inmenso talento que había en él; por eso digo, que yo aprendí más de él, que lo que él pudo aprender mí. Fue una maravilla dirigirlo, siempre te devolvía mucho más de lo que le pedias. Su presencia escénica te atrapaba, un talento natural que sorprendía.

Fue un payaso que deambulaba entre la risa y la lágrima bañado de ternura. El pise tenía una tristeza onda que la disfrazaba de payaso, la cargaba de ironías y disparaba contra el mundo, aun cuando el mundo no lo quería escuchar. Cuando hubo escenario se montò en ellos cuando no los hubo salió a la calle, y gritó.

 

Después de mucho tiempo, nos vimos, fue el año pasado; tomamos mates en su patio, apretados entre sus plantas. Me contaba su vida. Sus sueños, sus deseos de no parar, aunque su cuerpo anduviera a otro ritmo. Incesantemente se acariciaba su barba, fueron varias horas, de mate y calor mucho calor, interrumpía sus relatos para narrar breves historias de sus perros y sus gatos. Con su paso lento me acompaño a la puerta, nos despedimos, lo abrasé. él se quedó apoyado en el marco de su puerta. Me fui camine unos metros y volví la vista, él estaba allí. Ambos sabíamos que era la última vez.
El ya no está. Pero su mueca escondida tras la barba nos roba una sonrisa, nos muestra su lágrima final. Nos lleva a nuestro recuerdo ultimo. Ya no está, ni estará jamás. Sobrevivirá el tiempo que, en este mundo de olvidos, perdure en nuestras memorias. Se ha muerto un actor y el mundo no dice nada, un payaso, un obrero, un anarquista y el mundo no dice nada.»

 

Cristian Bernardo escribió: «Ulises, un amigo en común, me lo  presentó a principios de los años 90. Lo primero que me llamó la atención-y que me causó gracia-  fue la palabra Pisseta, que de entrada pensé que era un apodo y no su apellido real. Parecía como si el destino lo hubiese marcado a ser un tipo gracioso hasta con su apellido. 

En esos año el Pise ya andaba haciendo de las suyas con su amigo y partener  Marcelino Benítez con el famoso dúo de payasos Garlopa y Martillazo, y siempre que se presentaban no dejábamos de ir; era la diversión asegurada. 

A principios de los 2000 tuve la suerte de trabajar con él en un proyecto de títeres. De ese proyecto surgió la idea de realizar un viaje a Las Grutas para probar suerte allí. De ese viaje tengo recuerdos imborrables, todos divertidos.  Éramos seis personas en total pero con tanto equipaje que para trasladarnos en Bahía Blanca desde la estación de Trenes a la de Ómnibus, no pudimos tomarnos un taxi, nos “tomamos” un flete. La estadía en Las Grutas también tuvo una infinidad de situaciones, primero la preocupación de no poder trabajar por falta de permiso municipal, la plata que comenzaba a terminarse, robar aloe vera de los jardines para apagar las quemaduras del sol. Luego la llegada del permiso municipal y fluir hermosamente.

Nunca más volvimos a trabajar en otro proyecto pero siempre seguimos en contacto. Cuando comenzamos con el proyecto de Chamula, siempre estuvo desinteresadamente dando una mano para lo que sea.

A finales del año pasado presenté mi primera obra como director y felizmente vino a la función.  Allí estaba dando el presente, con su salud dañada pero con el espíritu festivo de siempre. Cuando terminamos nos sentamos en una mesa a charlar hasta que casi no quedó nadie. Esa noche lo acerqué hasta su casa, le agradecí su presencia y me despedí. Como siempre, quedamos en vernos en la próxima.  

No me considero uno de sus amigos más cercanos, me conformo con haber sido un buen conocido. Gracias Pise por todo lo que nos diste como artista y como persona. Siempre se te recordará de la única manera posible: con una sonrisa.»

 

Así lo recordaba el periodista Daniel Puertas en «El Popular» pocos días después: «Sus lágrimas sobre el escenario eran tan sinceras como su risa de todos los días. Cuando las pocas decenas de personas que presenciaban la función para periodistas y amigos que marcaba el debut del Centro Libre de Arte Dramático, llamado así entre pomposa y sarcásticamente parecían a punto de llorar nos miramos con Pascale y nos sonreímos: ya sabíamos que la presentación era un éxito.

Cuando nos preparábamos para subir nosotros a representar la obrita propia y sin guión que constituía la segunda parte del espectáculo estábamos tranquilos. Aunque fuéramos un desastre, la «Fábula de la bolsa del pan», un sketch de «El grito pelado», la obra de Oscar Viale, ya había salvado la noche, fundamentalmente por la increíble actuación de Eduardo Clemente Pisetta, quien también debutaba como actor, sin que tampoco hubiera desentonado Pancho Sosa, quien tenía experiencia en el teatro independiente. Habíamos llegado a la fecha de estreno con pocos ensayos y muchos problemas. Los versos de la obra los queríamos transformar en canciones que debía cantar Susana Segurel, una colegiala a la que su madre le retiró el permiso para seguir formando parte de ese grupo de jóvenes quizá extraños, algo raros.

A pocos días hubo que improvisar de nuevo. Las primeras melodías las había compuesto Pelusa Lorenzo para Susana y en el vértigo desesperado de las últimas horas Quique De Olaso les puso música a esos versos y apareció una nueva cantante: Mónica Badoglio, en sus dulces dieciséis y cuya voz e imagen contribuyeron en mucho al éxito de la representación. Eduardo vivía bromeando y riéndose, pero su primer papel fue dramático. Tanto Gustavo «Pascale» Barbato como yo y creo que como toda persona que lo conociera estábamos convencidos de que Pisetta era dueño de un histrionismo natural que, además, ejercía permanentemente en la vida cotidiana.

 

Aunque hasta entonces no me había dado cuenta, esa noche supe que admiraba a Pisetta. Y lo admiré más poco rato después de concluida la función, cuando uno de los integrantes de la comitiva de Conrado Ramonet, quien había venido de Buenos Aires para ver el debut de Pascale, su alumno, elogió también la obrita que habíamos representado nosotros y me dijo «claro que tu papel estaba muy acorde a tu propia personalidad, por lo que veo».

En realidad, aunque ya habían pasado algunas horas de la función todavía no podía sacarme de encima la angustia, el dolor y la sensación de  fracaso de mi personaje.. es que me sintiera una encarnación de la alegría, pero para sentirse tan inmisericordiosamente en la lona más amarga hacen falta unos cuantos años y unas cuantas derrotas y cuando se tienen veintipocos años como yo en ese momento las ilusiones todavía no se han secado.

En ese momento también supe que eran reales los riesgos que tantas veces habíamos hablado en los talleres de formación actoral de ir demasiado a fondo con el método Stanislavski sin entrenarse lo suficiente: usar tanto los sentimientos propios para construir el personaje y después no poder volver.

Tantas veces habíamos hablado de Pepe Soriano y sus internaciones al quedarse fijado en el personaje de «El loro calabrés» que cuando el compañero del grupo de Buenos Aires de Pascale me hizo notar eso decidiera, sin saberlo, que la actuación no era lo mio.
El clown ácrata
Mientras comíamos la pizza del festejo miraba a Pisetta y era el de siempre. Pascale también. En cambio yo volvía a parecer de mi edad tras lavar las líneas que había trazado en mi cara Marc Aurelio Cirigliano, muy cerca ya de convertirse en la entrañable leyenda local que es hoy para agregarme unos veinte o veinticinco. años más, pero seguía llevando encima como una segunda piel el drama existencial del personaje.

De Pascale no me sorprendía la capacidad para entrar y salir rápidamente del personaje, tanto por condiciones naturales que ya le conocía como por el entrenamiento que le daban las clases con Conrado.

 

Pero para Pisetta era su debut absoluto y sólo contaba con unas cuantas clases dadas fundamentalmente por Pascale. Nada más.

El Clad duró pocos meses. La mayor parte de sus integrantes hacía teatro como podía haberse juntado para hacer cualquier otra cosa. El otro día leí en Facebook que Daniel Cortondo recordaba cuando se fueron con Pascale a Buenos Aires con los cuatro sandwiches de Juan Barbato, el padre de Pascale, decididos a ganarse un lugar en el mundo.

Después de unos cuantos años en Brasil viviendo como periodista radial, actor y alguna otra cosa Pascale terminó en Bariloche, donde también vivió antes, y sigue siendo actor y director, ahora con título universitario. Daniel fue jefe de arte de CBS, vivió mucho tiempo en Israel y ahora está de vuelta en Olavarria.

En cambio Pisetta siguió sien, en Olavarría, aunque viajando mucho. Viviendo siempre en San Vicente. Pero siguió siendo actor. Y también se convirtió en payaso. Y artesano. Y titiritero,. Y últimamente se estaba preparando como cantante. Es curioso. Cuando estaba buscando la casa de Pisetta para hablar con, su compañera y madre de su hijo pregunté a una familia si por ahí no vivía un actor, un payaso.

No conocían a nadie así. Pero al enterarse que era un señor que últimamente andaba con bastón y también era gasista y plomero de oficio señalaron inmediatamente a una casa ubicada a treinta o cuarenta metros.

Es decir, conocían al hombre comía, que también era Eduardo, pero nada sabían del clown ácrata que tanta veces alegró a niños desconocidos.

Acrata. Además de un histrionismo notorio, un buen humor a prueba de cualquier desdicha y una risa no menos estruendosa que su voz, Eduardo Clemente Pisetta era anarquista hasta la médula.

Su anarquismo se le pegó en la casa de un anarcosindicalista de ley, trabajador ferroviario e idealista irreductible como lo fue el padre de Hugo Guidoni, el amigo de toda la vida de Pisetta.

Mary, su hermana melliza recuerda hoy con una sonrisa triste que un día Eduardo comenzó a leer libros sobre su recién adquirido credo, el que lo acompañaría hasta su tumba.

Su compañera por más de un cuarto de siglo, Ivone Liliana Minor, devota de las terapias alternativas, con algún curso sobre chamanismo sobre las espaldas recuerda que él le decía «vos con tu historia y yo con la mía». Su anarquismo militante le vedaba creer en Dios o cosas sobrenaturales. Pero no le molestaba que Ivone tuviera otras creencias. Y juntos viajaban como artesanos a Las Grutas, donde se instalaban habitualmente por un par de meses.

A Las Grutas Pisetta fue al principio, unos siete años antes de viajar con Ivone, a presentarse como clown o como actor, junto a su amigo Marcelino Benítez y su compañera Pao. Después comenzó a ir sólo con Ivone por una razón invencible: los ingresos no daban para dos familias. Ivone construía los muñecos y Eduardo ponía la voz.

No sé cuántas personas sabían que a los dieciséis años Eduardo cumplió con con el sueño de incontables chicos de todo el mundo en épocas menos tecnológicas: fugarse con un circo.

 

«Siempre hablaba de eso», recuerda Ivone, que al igual que su hermana Mary o su sobrina Cintia aseguran que las enfermedades que marcaron sus últimos años nunca quebraron su humor.

«El tío venía con su bastón y siempre estaba alegre», recuerda Cintia. Mary dice que toda su vida fue así, a pesar de que quedaron huérfanos de padre cuando eran chicos. El padre era un italiano que llegó al país muy joven después de una guerra y que tenía 47 años cuando nacieron Eduardo y Mary.

Mary cree que ese humor lo heredó Eduardo del padre. Después de un ACV los males de ‘ salud de Eduardo se multiplicaron, hubo una tuberculosis, diabetes, neumonía.

«No quería cuidarse», dice Ivone con algo de tristeza y mucha comprensión. Aunque el alcohol anulaba el efecto de algunos medicamentos que debía tomar Eduardo nunca se mostró de acuerdo con sacrificar el placer de una birrita por más prescripción médica que hubiera. Hace no demasiado tiempo se golpeó un dedo de un pie trabajando en el techo de su casa. Se fue poniendo negro y se lo tuvieron que amputar. Un par de arterias estaban en mal estado y finalmente los médicos decidieron amputarle una pierna.

Por entonces Eduardo Clemente Pisetta se estaba reciclando como cantante, tomando clases con Carla Moura en Insurgentes, un espacio cultural que era uno de sus refugios. Tal vez la mutilación de su cuerpo, ese cuerpo con el que había trabajado la mayor parte de su vida, como actor, payaso, titiritero o gasista fue demasiado y Pise decidió que y estaba bien, que era hora de inclinarse para saludar y bajarse del escenario.

Olavarría tiene unos ciento veinte mil habitantes y seguramente un porcentaje mínimo sabía que entre ellos vivió más de sesenta años un payaso, un actor, un titiritero capaz de hacer más amable la vida durante un rato.

 

Hay en Olavarría algunos espacios mínimos diferentes. En el Parque Mitre se yerguen un par de árboles que cuando uno pasa al lado la brisa es un poco más fresca que a dos metros de distancia.

Sobre el fin de Pueblo Nuevo hay un potrero con arcos hechos con lo que parecen durmientes de ferrocarril donde al pasar se advierte que en ese «campito» corrieron y patearon tres o cuatro generaciones y hay gritos y risas que parecen colgados de algún matorral o acostados sobre el pasto. Pueden oírse leve y brevemente si uno se para allí y cierra los ojos.

Estoy seguro que hace pocos días debe haber surgido algún lugar así cargado de magia en algún sitio del barrio San Vicente. Quizá cerca o en la Escuela 51, donde cursaron la primaria los hermanos Pisetta.

El payaso anarquista no puede ha-berse ido así nomás llevándose su ale-gría. Es fácil recordar al imaginar el último viaje de Eduardo Clemente los versos de Mario Benedetti por la muerte del Che Guevara: «será una pena que no haya Dios, pero habrá otros, claro que habrá otros dignos de recibirte».

Se ha ido un actor, un payaso de la vida. La ciudad del cemento está un poco más triste, más gris. La risa, está en cuarentena hasta que el tiempo cure el dolor de esa ausencia.