Señor de las Pampas: Cacique General Cipriano Catriel, en su tiempo y geografía

A propósito de la restitución del cráneo y el poncho de Cipriano Catriel, la docente e investigadora María E. Argeri, de la Facultad de Ciencias Humanas de la Unicen nos acercó un análisis al respecto. De formación historiadora, este escrito sirve, cual mapa rutero, para entender varias dimensiones sobre el tema y sobre los actores participantes, allá no tan lejos, en el siglo XIX.

(por María E. Argeri) Los restos del Cacique General Cipriano Catriel regresan a su familia. Salieron de los museos para recuperar su pasado. Un pasado que aquí trazaremos en líneas generales. Para ello, nos situaremos en el siglo XIX, tratando de comprender la dimensión política. Comenzaremos por delinear el marco interpretativo de época que fue la Teoría de la Evolución. Posteriormente, nos situaremos en las acciones político-militares pampeanas y en el papel de Don Cipriano en esos entramados de poder.

En efecto, la Teoría de la Evolución biológica trajo consecuencias sociales y geopolíticas. Se creía que las mejores razas humanas eran aquellas que habían logrado conformar la ciudad y sus instituciones, y habían sido productoras de revoluciones industriales y de inventos tecnológicos. El resto, los que no había llegado a ese nivel, eran bárbaros o salvajes; razas que biológicamente iban a desaparecer por ser primitivas. Ese pensamiento científico era compartido por todos los ilustrados y dejó sobre las poblaciones del mundo grandes secuelas. Unas directas, que terminaban en exterminio rápido. Otras indirectas, como acopiar las mejores piezas corporales, con la finalidad de obtener testimonios de una evolución biológica regulada por la sobrevivencia de los más aptos. Los museos de Ciencias Naturales se llenaron de esqueletos. Los expertos en museología competían para ver quiénes preservaban los mejores ejemplares.

Argentina participó de aquellas competencias, de la mano de compatriotas que eran grandes expertos, con reconocimiento internacional. Sin lugar a dudas, la denominada ‘Campaña al Desierto’, además de las muertes por causas naturales, vino a nutrir las vidrieras con los exponentes de la denominada “barbarie”. Los pilares de la ciencia de punta eran el racismo y el evolucionismo biológico de competencia y lucha por la vida, sostenidos por largas taxonomías físicas.

‘La Conquista del Desierto’, cuadro de Juan Manuel Blanes.

De allí, se deducía su mayor o menos grado de adaptabilidad social. Así la Criminología, la Medicina positivista, Frenología y disciplinas afines comandarán la interpretación de cómo eran o no eran las sociedades ‘sanas y de progreso’. Posteriormente, durante el periodo de guerras mundiales, se agregarán otras disciplinas vinculadas al conductismo y a la tipificación neurológica del comportamiento inducido. En ese contexto, muchos de los grandes caciques terminaron generalmente en La Plata, o fueron repartidos a otros espacios donde se clasificaba el pasado biológico, entendido como el principal motor de la historia. Así, el destino de Cipriano Catriel fue el museo. No fue el único. La lista de caciques en vidriera es larga.

Tenemos aquí una primera conclusión: toda la Campaña al Desierto y la propia centralización del Estado argentino, así como el avance sobre los territorios para ocuparlos de hecho, no fue obra de improvisaciones, sino que se realizaron sobre sólidos parámetros científicos. Obviamente, hoy nos escandalizamos de la conducta de aquellos hombres. Los denostamos en todo sitio donde tenemos la posibilidad de mencionarlos. Pero nuestra condena ideológica del presente no cambia la historia. Así, Francisco Moreno, Estanislao Zeballos, Julio Roca y el propio Sarmiento son personas “ennegrecidas” por nuestro juicio histórico. Aunque no fueron los únicos que hablaron y actuaron en nombre de ‘La Ciencia’. Quizás sean los masivamente conocidos, pero hubo otros dirigentes que pululaban por diferentes agrupamientos políticos, que pensaban en el mismo sentido, o arañaban los conocimientos muy superficialmente, para no desentonar con los mandatos de su tiempo.

El perito Francisco Pascasio Moreno. Montaje: gentileza La Izquierda Diario.

Ahora bien, quedarnos aferrados a criticar humanamente a aquellos hombres contribuye en poco a la comprensión de época, por dos motivos. En primer lugar, porque los ilustrados cientificistas no eran toda la dirigencia sino la nueva vanguardia. Contrariamente, todavía pervivían por los espacios provinciales y por las fronteras una dirigencia política- militar que se manejaba con parámetros más antiguos, blandiendo lanzas, haciendo acuerdos personales, quebrando compromisos, generando intrigas, firmando pactos. En segundo lugar, pensar sólo en la vanguardia ilustrada y racista nos impide ver cómo se movían las relaciones sociales decimonónicas y las vinculaciones entre criollos e indígenas.

Como he escrito en muchos de mis trabajos sobre el siglo XIX, no se podía hacer una descripción racial de los grupos ¿Quiénes eran criollos, cuáles indígenas? Son preguntas de pura retórica y de respuesta rápida en el siglo XXI, cuando el pasado ya es un ausente. Pero en el siglo XIX, y muy a pesar del racismo científico, indios y criollos sólo podían tener una definición política. Y con más justeza, político-militar ¿Quiénes era indios? Los que estaban bajo mando de cacique ¿Por qué? Porque durante los amplios y largos conflictos que arrancaron con la Independencia y siguieron con las luchas civiles, indígenas y criollos se pasaban de uno a otro lado de las fronteras e iban a residir con este o con aquel cacique, o en este o aquel fortín o pueblo.

No estamos acostumbrados a ver a indígenas y criollos de esta forma. No importa. Si desconfiamos, vayamos a leer la gran reserva de memorias y escritos del propio siglo XIX. Es más, si estamos dispuestos a comprender aquellas vinculaciones y movimientos políticos, es mejor que nos lo cuente un relato de época antes que un texto del presente, cargado de las miradas del siglo XXI, con sus parafernalias de nuevos derechos, inexistentes durante las décadas de la guerra final. Si difícil es entender la política del presente, debido a creaciones extrañas denominadas “grietas”, más difícil se nos hace entender la política decimonónica, asentada sobre complejas lealtades personales, en un universo indígena jerarquizado política y militarmente. De arrancada, debemos saber que la pirámide de mando de una poliarquía de caciques se componía como sigue: cacique general o principal; cacique; caciquillo; capitanejo y conas (estando los capitanejos al mando directo de conas). Esa pirámide militar-política se movía en obediencias y desobediencias. Siendo al mismo tiempo, grosso modo, complementaria en honores con los grados militares de los criollos. Estamos en un universo fronterizo de visión militar, de guerra constante y de política sostenida sobre lanzas, pactos y cuestiones de honor. Hechas estas dos primeras aclaraciones, una respecto de la ciencia de época y otra sobre la organización de los cacicazgos indígenas y la formas política de las fronteras y regiones rurales, vamos al problema principal: Cipriano Catriel en el contexto.

Cacique Cipriano Catriel.

Fue el último poderoso cacique de las pampas bonaerenses. Su nombre era Mari Ñancú, Diez Águilas. Era el tercer hijo del cacique principal Juan Catriel. Nació en 1837 y murió en 1874, a manos de las lanzas de su hermano Juan José, quien lo tomó prisionero después que Cipriano enviara novecientos conas de pelea para sostener la revuelta de Mitre, bajo el mando del general Ignacio Rivas, alzado contra el alsinismo porteño y sus aliados, por haberle trampeado la elección presidencial de ese año. Antes de su doloroso final, en medio de un quiebre profundo del cacicazgo de los Catriel, Mari Ñancu siendo muy joven fue enviado por su padre –que lo reconocía como el más inteligente de sus hijos- para cubrir misiones diplomáticas en las tres plazas fuertes de la geopolítica pampena: Paraná, Buenos Aires y Salinas Grandes. Cipriano se hizo conocido de Urquiza, de Mitre, y de Calfucurá y su amplia red de caciques, así como de los comandantes de frontera.

Los tiempos que transcurren entre su nacimiento y su muerte fueron demasiado agitados por las profundas transformaciones que tuvieron lugar como rebote de las guerras de la independencia, sobre todo después de la caída de Rosas. Sin dudas, las diatribas no terminaron con la última batalla de Ayacucho en 1824, lográndose la independencia de América del Sur. Antes bien, recrudecieron en todo el interior de las Provincias Unidas, camino de conformarse como Argentina. Los ejércitos de Buenos Aires, hechos de tropas milicianas y de pocos expertos militares, combatían desde Mendoza y San Luis en la frontera sur, hasta el Noroeste y las regiones litorales. En este último caso, el imperio Brasileño pujaba por llevar a cabo una antigua aspiración portuguesa: llegar con sus límites hasta el río Paraná. Un universo de alianzas, intrigas y combates signó la geografía y el tiempo.

Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Tucumán y otras capitales provinciales, para sostener ese estado de guerra constante, en combates abiertos y tácticas de guerrillas -que los libros de Historia de la escuela han borrado de un plumazo y por eso se desconoce la historia y no se puede comprender la política- necesitaba hombres de pelea. Para ello, los criollos no alcanzaban. Los descendientes de esclavos africanos tampoco, muy a pesar de las fábulas que se han construido en torno a su exterminio inducido, al colocarlos en los frentes de combate. No es que los afro descendientes no hayan sido milicianos. Lo fueron. Pero las fuerzas provinciales necesitaban personas que supieran de combate. Y los únicos que sabían de combate, porque esa era su especialidad, fueron los desmovilizados del Ejército Libertador y los indígenas. Especialmente, todos los que habitaban en la frontera sur.

Muchos historiadores contemporáneos han escrito páginas de crítica histórica respecto a esa imagen solidificada que los definía como los centauros de las pampas. Obviamente, esos historiadores jamás pusieron atención en lo que pasaba en el interior del país. Tomaron la frontera sur como imagen literaria. Lo cierto es que indígenas pampeanos fueron a pelear bajo el mando de sus capitanejos, contra las tropas de Facundo Quiroga y otros caudillos del interior, ya fuesen federales o unitarios. Eran huestes dispuestas y de pelea firme. Unas veces luchaban bajo el mando de los federales. Otras veces, los mismos caciquillos y capitanejos lo hacían en el bando unitario. La contrapartida de los gobiernos provinciales –y después del gobierno nacional- era entregar raciones de alimentos, especialmente vacunos, pagar salarios militares y firmar pactos reconociendo tierras. Esa política se denominó de “indios amigos”. La hizo primero Juan Manuel de Rosas, en el mejor estilo de un señor castellano medieval en sus fronteras, y después de algunas derrotas a manos indígenas, aprendió a realizarla Bartolomé Mitre.

Los acuerdos por contraprestación de favores militares llevaban también a que los caciques habilidosos en pactar con las autoridades nacionales fueran nombrados para custodiar las fronteras. Cipriano Catriel fue uno de ellos. Su inteligencia o visión de águila –como vaticinaba su nombre- le hizo comprender el tiempo. Fue nombrado cacique general y asumió el mando antes de cumplir sus treinta años. Fue ascendido a coronel del Ejército Argentino. Tenía ranchos, estancias, criaba ganado y sus indios, arado en mano, producían agricultura. Tenía un buen pasar, una casa en la ciudad de Azul y hasta una cuenta en el banco.

Cipriano hablaba varios idiomas y era habilidoso diplomático, capaz de pactar con los más respingados vecinos de Azul, haciéndose pasar por ingenuo que no alcanzaba a comprender el desprecio racial y las intrigas disimuladas. Las luchas civiles fueron duras y cruentas, pero él sabía que llegaban los días finales y los días del cambio. No se le pasó por alto que en 1867, la Ley 215 impulsaba las fronteras hasta el río Negro. ¿Cómo acomodarse al nuevo tiempo? Cipriano pactaba y tenía vinculaciones con la amplia red de comandantes mitristas de la frontera sur. Al mismo tiempo, hacía gimnasia política con Calfucurá y su extensa red de caciques, propios y aliados, que iban desde Salinas Grandes hasta las inmediaciones de Bahía Blanca, extendiéndose hacia Chile y las profundidades patagónicas.

La Ley 215 recalentó los conflictos. El regreso de las tropas después de la Guerra del Paraguay presionó más aún. El avance del alsinismo iba en el mismo sentido. Desde los Estados Unidos, se difundía la idea de exterminio indígena. ¿Qué hacer con los indios? ¿Incorporarlos dentro de la unidad estatal o exterminarlos? El proyecto mitrista era integrarlos, tal y como habían hecho con los Coliqueo. Cipriano Catriel estaba en una disyuntiva porque era uno de los ejes de la frontera. Su mayor develo y preocupación era Calfucurá, con una diplomacia personal entre argentinos y chilenos. En medio de esas confusiones mediaba Cipriano Catriel.

La suerte o las acciones fraudulentas del conteo de votos en 1874 hicieron que se desatara una nueva contienda civil. Cipriano alineó con los comandantes mitristas: Machado, Vidal, Ocampo, Borges, y Gelly y Obes. Mientras los hermanos Campos, Julio y Luis María, respondían a Avellaneda y al alsinismo. Los mitristas fueron derrotados. Calfucurá había fallecido el año anterior y su cacicazgo se desmembraba. No había coincidencias en interpretar correctamente el presente. Muchos de sus capitanejos se volcaron hacia el interior pampeano y otros decidieron guerra a muerte.

Placa en el cementerio de Azul. Gentileza: cementerioconhistoria.blogspot.com.ar

Juan José, hermano mayor de Cipriano, alineó al mismo tiempo con el cacicazgo de los Curá y con las fuerzas alsinistas, que en ese momento estaban enfrentados. Lo que significaba ponerse inmediatamente en contra de su hermano, el cacique general. No era extraña a los indios, la estrategia de arrimarse al vencedor para conseguir pactos y beneficios. Pero los tiempos habían cambiado. Juan José no percibió de la manera correcta. Acribilló a lanzazos a Cipriano y a su secretario y lenguaraz oficial de las pampas, Santiago Avendaño. Posteriormente, Juan José firmó un pacto con los vencedores. Pero entre las cláusulas, debían abandonar sus posesiones en Azul y Olavarría, y marchar más allá de los límites patagónicos. La suerte estuvo echada.

De la mano de los hermanos Campos y del alsinismo, se descabezaron las comandancias de fronteras. Llegó la modernización y apareció Julio A. Roca, después de algunos años de desarrollar un proyecto casi asiático y romántico: la zanja de Alsina. La modernidad significó: no más cacicazgos independientes. La frontera fue corrida hacia el sur y en virtud del uti possidetis iuris, la ocupación de derecho iba a coincidir con la ocupación de hecho. La política de exterminio impuso su alta modernidad. La Campaña al Desierto anticipada en la Ley 2015, comenzaba en 1874.

Monumento al Cacique Cipriano Catriel, en la Plaza de los Pueblos Originarios (Azul). Foto: gentileza Mariano Rinaldi files wordpress.

Cipriano fue recuperado por y para su pueblo

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