Sobre Tandil y el tiempo

Compartimos este escrito de Ana Fernández, docente de la Facultad de Ciencias Humanas e integrante de la Asamblea Ciudadana por la Preservación de las Sierras de Tandil, en donde analiza diversas cuestiones que están aconteciendo en la (aún) Ciudad de las Sierras, a las que relaciona bajo el denominador común del actual atropello (sin desparpajo y con total impunidad) al patrimonio natural, histórico y cultural de Tandil. Asimismo, plantea debates de cara al Tandil del Bicentenario. Debates que bien pueden ser replicados en las sociedades de cada punto de la región. Sin más preámbulos, pase, lea, reflexione y difunda…

Reflexiones sobre Tandil y el tiempo

(por Ana María Fernández Equiza) Lo que Tandil es y hace hacia el futuro, depende no sólo de lo que se hace localmente. Sin embargo, eso no quiere decir que las políticas nacionales no son de incumbencia de los tandilenses, tanto de los votantes como de los referentes políticos que piden el voto para distintos proyectos de país. Basten un puñado de ejemplos: repercuten en la ciudad las reglas de juego que promocionan la minería; las políticas industriales tanto cuando promocionan como cuando castigan a la producción nacional; las políticas de transporte, cuando, como hoy, nos dejan sin tren de pasajeros y encomiendas; las políticas económicas que hacen de las actividades especulativas las más exitosas y determinan que a nivel local florezcan algunos negocios financieros, inmobiliarios, en desmedro de otros ligados a la producción nacional y el mercado interno. Hoy en la ciudad reina la usura. Y como contracara, se cierran pymes, comercios, falta trabajo y el que existe, en muchos casos, es precario.

Tandil es parte de un sistema y como ciudadanos nos competen todos los niveles. Si bien las autoridades municipales tienen competencias locales, no son meras tomadoras de las políticas nacionales, o, como gustan decir, de la globalización. Pueden consentir y apoyar, tratando apenas de contener los resultados sociales y económicos a nivel local; o pueden tener políticas activas de desarrollo endógeno y luchar con ahínco por políticas nacionales que propicien de verdad la producción de lo necesario, la integración y la igualdad.

Por ejemplo, pueden repartir asistencia social o, además, comprar a proveedores locales pagando como corresponde y a tiempo, lo cual permitiría consolidar trabajo local. Puede tener una gestión de tierras que tienda a promover el acceso a la misma; o continuar beneficiando al mercado inmobiliario. Pueden cumplir y hacer cumplir un ordenamiento ambiental y urbanístico; o pueden tener una gestión discrecional que genera beneficios extraordinarios al negocio inmobiliario, a algunos propietarios e, incluso, a quienes están sospechados de apropiarse de tierras mediante información privilegiada, o construyen sobre terrenos del ferrocarril, es decir, de todos.

Puede tener una política turística pensada como complementaria de una política industrial en un proceso de diversificación económica; o puede privilegiar a algunos permitiéndoles hacer cualquier cosa, en cualquier lugar, destruyendo los valores de la ciudad. La artificialización, la invasión con construcciones y usos de alta densidad en zonas que supuestamente ofrecen naturaleza, tranquilidad y calidad ambiental, está revelando ya su impacto en efluentes cloacales que no se sabe dónde van; en cambios de escorrentías que generan problemas de inundaciones y obligan a hacer obras (a costa de todos) como los desagües pluviales proyectados en Don Bosco. En zonas donde no hay agua corriente ni cloacas, en laderas y valles interserranos, en áreas de recarga del acuífero del cual se abastece la ciudad.

¿Cuál es la política más adecuada: respetar el ordenamiento, evitar la contaminación de las cuencas hídricas y seguir ofreciendo un uso de paseo, recreativo, de baja densidad? ¿O habilitar hoteles, casas, centros comerciales, más construcciones, eventos de alto impacto como los food trucks? ¿Por qué hacer todo eso ahí y no en una zona de la ciudad preparada para eso? Quizá porque el negocio inmobiliario y la visión equivocada de muchos funcionarios incapaces de reconocer el valor de las Sierras tal como están, consideran que ‘progreso’ es aumentarle el precio a tierras que hasta hace poco tiempo eran rurales de baja carga y hoy imaginan enormes fortunas a partir de un uso residencial intensivo que no existe como derecho sino como pretensión. El poner en valor del cual nos hablan las autoridades muchas veces no tiene que ver con destacar y preservar la ciudad, sino con valorizar patrimonios privados, habilitando usos que le aumentan el precio a algunas tierras pero degradan características de Tandil que son valiosas para todos en el presente y el futuro.

Y para hacer esto, ante todo, han tomado una opción política que es retirar al Estado de su rol indelegable en el ordenamiento ambiental. El Estado municipal no sólo tiene la competencia, sino la obligación, de hacer un ordenamiento que cuide el ambiente y los intereses generales de la comunidad. ¿Por qué las autoridades no asumen ese rol? Porque asumen como principio rector que el rol del Estado es promocionar inversiones privadas, y para ello deben satisfacer las exigencias de los agentes del mercado. De este modo, la igualdad ante la ley se “flexibiliza”, el interés particular de unos pocos con plata (o que pueden hacer una ingeniería para conseguirla) se jerarquiza respecto al interés general.

Además de todo lo que puede cuestionarse en términos éticos, no es económicamente eficiente para la ciudad, puesto que lo que maximiza el negocio de algunos agentes repercute en pérdidas y en costos a futuro que pagan el conjunto de los ciudadanos. Si se construye en las laderas, ¿quiénes pagarán los servicios más caros para llevarlos a esos lugares, los diques que habrá que hacer para evitar las inundaciones, los costos de proveer agua potable si se contaminan las cuencas hídricas y el acuífero del cual nos proveemos hoy?

Tiempos yuxtapuestos

En un ecosistema que evolucionó millones de años para ser lo que es, una especie surgida hace unos pocos miles, en una ciudad de casi doscientos años, algunos actores piden y consiguen que decisiones extremadamente importantes sean tomadas con la premura que exige la usura como medida de la ganancia esperable para un inversor. Los tiempos de esos negocios se miden con la tasas de interés. Se le impone a la vida, a la ciudad, a la naturaleza, el ritmo del capitalismo financiero, que es inseparable de la codicia. Definen al hombre como naturalmente egoísta, para legitimar la competencia despiadada, la explotación y la destrucción.

Sin embargo, basta un mínimo de espíritu crítico para comprender que todo lo que ha hecho mejor a Tandil ha surgido de la cooperación: clubes en la ciudad y el campo, bibliotecas, asociaciones de las colectividades, cooperadoras escolares, la Usina con el espíritu con el que nació, la Universidad luchada por la unidad de docentes, estudiantes y obreros en las calles, los múltiples hacedores de nuestra cultura, etc. etc. Basta con mirarnos entre vecinos para darnos cuenta que lo mejor de nosotros fue construido colectivamente. ¿Por qué deberíamos aceptar que lo mejor para Tandil es el egoísmo? ¿Qué es lo que ha hecho que gran parte de la dirigencia y de la población naturalicen que ahora debemos privatizar, concesionar y satisfacer los deseos de negocios rápidos, sin obstáculos, con privilegios?

El Parque es un buen ejemplo. El monumento, la Portada, el Castillo Morisco, fueron dados por instituciones de la ciudad para la ciudad, los vecinos plantaron los árboles. Todos sentimos ese lugar como un paseo propio y lugar emblemático. ¿Cómo puede estar sucediendo que un gobierno otorgue la concesión, no sólo del espacio confitería, sino de la terraza, a un privado, y sin siquiera pasar por el Concejo Deliberante? ¿Que se hagan espectáculos de pirotecnia que producen incendios y se tiren los árboles que plantó la comunidad? La ciudad pierde cuando el interés particular se prioriza sobre el interés general.

¿Por qué no podemos hablar de ambiente sin hablar de economía? Porque casi todo lo que estamos perdiendo a diario se justifica con argumentos económicos, como si las opciones destructivas fueran inexorables, o cuidar el ambiente, así como el patrimonio cultural y natural, fueran sinónimo de atraso. Todo lo contrario. Ningún proyecto (por atractivo que sea en el momento o por beneficioso que sea para algunos) es bueno para la ciudad ni para los tandilenses si se destruye algo valioso que no se puede recuperar, o que costaría mucho recuperarlo. Por eso, no podemos medir las decisiones sobre la ciudad con la mera vara de los negocios privados.

La calidad ambiental de Tandil, que a menudo se pregona desde las esferas de gobierno como un mérito, es en realidad un legado de la naturaleza privilegiada del valle de las Sierras de Tandil y la pampa húmeda. Sin embargo, partiendo de una dotación de aptitudes tan alta, se degrada aceleradamente por un uso inadecuado, poco previsor y poco respetuoso de consideraciones ambientales, históricas y culturales. Las generaciones actuales tenemos la obligación de no destruir el mundo de las generaciones siguientes y, sobre todo, de valorar la maravillosa existencia de la naturaleza de la que somos parte. Sólo el amor, el respeto, el cuidado y el trabajo pueden hacer un Tandil del Bicentenario mejor que el que tenemos.

Por último, aunque debió ser lo primero: reconocer que el cero de los doscientos años que contamos no fue el comienzo. Tandil, el nombre y los nombrados, preexistentes, persisten en nuestra identidad, a pesar de la pretensión de sucesivos fundadores de órdenes nuevos, expropiatorios de bienes comunes, que tienden a invisibilizar a los despojados.

Quizá, el desafío más importante de los tandilenses puestos a pensar en el futuro, es construir una nueva relación sociedad-naturaleza, basada en el respeto a los bienes comunes, una ciudad como comunidad y una cultura de la solidaridad. En la trama social de Tandil están las condiciones para que así sea. Dependerá de la capacidad para evitar que el orden del egoísmo se imponga como “normalidad”.

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