«The Man in the High Castle», o lo que nunca jamás sucedió…

Los alemanes y los japoneses ganaron la segunda guerra mundial. Tiraron una bomba atómica en New York y ahora Japón domina la costa Oeste mientras la costa Este es una colonia germana. Es la premisa de la serie de Amazon «The Man in the High Castle» basada en el libro de Philip K. Dick, el mismo autor de la historia en que se basa «Blade Runner».

Ambientada en una “ucronía” o realidad histórica alternativa posterior a una victoria del Eje en la Segunda Guerra Mundial, esta versión libre de la novela nos presenta a unos Estados Unidos que han sido repartidos entre Japón y Alemania, potencias que en plenos años 50 libran su particular Guerra Fría -como ocurrió de hecho entre Estados Unidos y la Unión Soviética- en medio de conspiraciones varias que amenazan con derrumbar el precario equilibrio de poder establecido tras el fin de la guerra.

La historia original, describe un mundo donde la gran segunda guerra mundial fue ganada por el eje y gran parte del planeta se divide entre Japón y Alemania. La narración se fija particularmente en Estados Unidos, donde la costa oeste (estados del Pacífico) está bajo el dominio japonés y la costa este (Estados Unidos) permanece ocupada por los alemanes. Los estados centrales (estados de las Montañas Rocosas) han logrado mantenerse autónomos.

Entre ambos imperios hay una tensa paz que parece estar a punto de romperse a cada momento, especialmente porque Hitler ya está viejo y enfermo. En esta América invadida, los nativos son ciudadanos de segunda clase a pesar de que su cultura es admirada por los vencedores, y en ese universo alterno seguimos las historias de Frank Frink y Ed McCarthy, el señor Nobusuke Tagomi, Juliana Crane y Hawthorne Abdensen el escritor que ha escrito una ficción llamada “La langosta se ha Posado”, que habla de una guerra ganada por los aliados, por lo que es un libro censurado.

Esta obra de Philip K. Dick ganó en 1963 el premio Hugo y es muy popular dentro del género. Sin embargo hasta ahora no había tenido adaptación en cine o televisión, aunque existe una película con un argumento que comparte el escenario: «Fatherland» con Rutger Hauer como un detective de la Kriminalpolizei, la policía de la SS, que debe resolver un crimen en una alemania de la década del 60 en la que los alemanes han ganado la guerra.

También existe una miniserie de la BBC: «SS GB» que sucede en una historia alternativa del mundo en el que las potencias del Eje ganaron la Segunda Guerra Mundial. El rey es prisionero y a Winston Churchill le pegaron un tiro. El detective británico de homicidios Douglas Archer, durante un caso de rutina descubre una red de intrigas relacionadas con secretos de investigación de armas atómicas británicas, que la organización alemana Abwehr quiere obtener. La miniserie está basada en la novela homónima de 1976 del autor británico Len Deighton.

En el escenario que presenta «The Man in the High Castle» unas misteriosas películas que contienen filmaciones de una realidad alternativa en la que fueron los Aliados los que ganaron la guerra, introducen el elemento de ciencia-ficción y desencadenan una trama de espionaje en la que se ven envueltos algunos de los protagonistas, y miembros de la resistencia. Esa grabación es obra de un misterioso «hombre en el castillo», pero nadie sabe exactamente quién es él ni qué objetivo busca. Ese hombre que da título a la serie no es fundamental en la trama , sino la manera en la que muestra la vida bajo un régimen totalitario y opresor.

Sucede que hay ciudadanos de la Norteamérica ocupada que apoyan o toleran el discurso de las fuerzas de ocupación, y altos cargos de esas fuerzas de ocupación que deben replantearse sus lealtades cuando la unidad ideológica de sus países comienza a resquebrajarse. Pero que quede claro, estamos viendo una serie de espías, no de ciencia ficción. La ucronía es un escenario para desplegar la historia, para pensar si es nuestra realidad actual tan diferente a la que habríamos tenido. No solo invita a la reflexión, sino que en su complejidad de matices y su exploración de una miríada de posibilidades éticas y sociopolíticas resulta perturbadora.

Los dilemas morales que unos y otros deben afrontar al decidir su nivel de adhesión a la causa y su grado de sacrificio personal en aras de un bien mayor, o simplemente al reflexionar acerca de qué es y qué no es traición constituyen uno de los aspectos más atractivos de la serie, sobre todo porque ésta rehúye cualquier maniqueísmo y convierte a sus personajes en seres complejos, en los que no todo es blanco o negro. El resultado más inquietante es que tenemos a unos nazis pluridimensionales que logran que a menudo nos sorprendamos simpatizando con ellos más que con los héroes de la historia, gracias en gran parte a los actores que los encarnan.

La serie nos muestra también la cotidianeidad de los totalitarismos. El estadounidense medio, en el mundo de «The Man in the High Castle», no tiene porqué sentirse realmente oprimido si no tiene familiares judíos ni se implica en las actividades del patético movimiento de resistencia, y ahí es donde la serie resulta una propuesta diferente: Podés estar viviendo bajo un gobierno represor, que tus condiciones de vida sean buenas, y nunca tengas motivo para protestar. Y esa es la realidad que nos resulta ominosa a los espectadores. Lo que se destaca fuertemente en  la historia, y que se va percibiendo lentamente con el avance de los capítulos, es la manera en la que el grueso de la población ha aceptado como normales esas circunstancias.

Junto a esa profundidad y ambivalencia moral, el otro aspecto impresionante de esta serie es su diseño de producción que logra crear esa especial atracción que tienen los mundos distópicos, como éste en el que Berlín se ha convertido en una urbe colosal y los Estados Unidos aparecen plagados de simbología imperialista japonesa y nazi, y vemos aviones concorde adornados con esvásticas o calles llenas de Volkswagen. La ambientación de la serie está llena de pequeños detalles que buscan potenciar esa sensación de cotidianidad, de que los personajes se han acostumbrado a vivir así y sólo quieren salir adelante sin tener problemas. Es curioso ver el mismo despliegue de símbolos nacionales tan común en Estados Unidos -en las puertas de las casas por ejemplo- con las esvásticas y las cruces de hierro nazis por todas partes.

La historia está ambientada en los Estados Unidos de los años 60 del siglo pasado, pero la estética es de los 50, como si el desarrollo cultural se hubiese frenado. En estos estados unidos de Trump la serie cobra un significado nuevo, en el sentido de que el renacimiento de este fascismo cotidiano que la visión presenta es algo que los estadounidenses en particular siempre sintieron que no les podía pasar a ellos. Y por eso es una serie de visión recomendada.