Un apocalipsis adolescente

Las distopías han tenido un lugar privilegiado en la literatura del siglo XX, sociedades anómicas en donde la competencia por la supervivencia es la única norma. El siglo XXI ha colocado a los adolescentes como protagonistas de estos dramas que ponen en el centro los dilemas de un futuro incierto. Nota de Luis Alberto Pescara compartida desde La Vanguardia.

Jóvenes compitiendo en un juego mortal dentro de una sociedad casi medieval, encerrados en un laberinto en un planeta devastado por la enfermedad o participando de un cruel rito de iniciación para poder cambiar de facción social. Se trata de historias similares que se repiten con distintas variantes, pero que tienen la particularidad de estar protagonizadas por individuos en plena pubertad, lo que suma los dilemas románticos y las inseguridades típicas de esa edad a estas tramas pesimistas. Una tendencia que empezó en las listas de best-sellers de las librerías se trasladó a la gran pantalla con el mismo éxito. “Los juegos del hambre”, “Divergente”, “Maze Runner” y “Ender’s Game” -entre otros títulos– reinan en la taquilla desde hace una década, atrapando al público juvenil y preocupando a los académicos de distintas áreas.

 

Las ficciones distópicas constituyen uno de los géneros narrativos más representativos del último siglo. El retrato de un porvenir desolado luego de alguna catástrofe, con un poder autoritario que somete a los seres humanos a una existencia de vigilancia donde las emociones fueron suprimidas, es una de las materializaciones más significativas del desengaño posmoderno. Durante décadas una serie de novelas se alejaron del positivismo del siglo XIX y su confianza ciega en los avances tecnológicos, imaginando futuros de pura pesadilla. George Orwell, Aldous Huxley, Ray Bradbury, Philip K. Dick y Margaret Atwood son algunos de los autores que popularizaron estos universos, marcando a fuego la cultura popular. Luego el cine, los cómics y los videojuegos forjaron la imaginería visual futurista con la que estamos familiarizados, al punto que frecuentemente comparamos los acontecimientos de la realidad con esas ficciones a las que juzgamos proféticas.

Si antes el cine mostraba el ingreso a la pubertad utilizando el lenguaje del melodrama romántico o la comedia, ahora el pesimismo de la ciencia ficción parece ser el formato predominante.

Pero en este milenio la edad de los protagonistas del género se achicó sensiblemente. De pronto, ese porvenir poco amable se transformó en el escenario ideal para la mezcla de angustia y explosión hormonal que caracteriza a la adolescencia. Si antes el cine mostraba el ingreso a la pubertad utilizando el lenguaje del melodrama romántico o la comedia, ahora el pesimismo de la ciencia ficción parece ser el formato predominante. En contraste con la fiesta y picardía que siempre caracterizó a los films dirigidos a los adolescentes, hoy parece haber poco lugar para el estilo burbujeante de clásicos como “Breakfast Club”, “Clueless” o “Mean Girls”.

La idea de un futuro violento poblado de personajes en el umbral de la adultez existe desde hace décadas, solo que el cine tenía cierto pudor al respecto. Cuando Stanley Kubrick adaptó a la pantalla “La naranja mecánica” (1971) no respetó la apariencia quinceañera del protagonista de la novela original, eligiendo a un actor mayor para darle vida a Alex DeLarge. También 15 años tenía Vic, el protagonista de “A Boy and his Dog”, un film de culto de 1975 que narra la historia de un muchacho perdido en un desierto post-apocalíptico más preocupado por conseguir una chica que por luchar contra las injusticias que lo rodean.

Ambas películas, representantes del nihilismo que salpicó a la producción cinematográfica al terminar la década del 60’, tuvieron su impacto en los blockbusters de hoy. Pero durante esa época la young adult fiction (ficción destinada al adulto joven) aún se centraba principalmente en historias románticas muy alejadas a la ciencia ficción. En lo literario debieron pasar algunos años para que escritores importantes como Orson Scott Carr con “Ender’s Game” (1985) y Lois Lowry con “The Giver” (1993) anticipen el fenómeno actual.

Pero el antecedente más notable dentro del cine proviene del lejano oriente. El estreno del clásico japonés “Battle Royale” en el año 2000 tuvo un gran impacto en las ficciones occidentales al introducir el argumento de una competencia descarnada entre los protagonistas. El film muestra a un Japón envuelto en una gran recesión que provoca alarmantes cifras de desempleo, por lo que el gobierno busca controlar a la población juvenil obligándolos a enfrentarse a muerte en una isla bajo la supervisión de un profesor interpretado por Takeshi Kitano. Este esquema fue luego imitado en numerosas historias destinadas al público adolescente, con “The Hunger Games” (2008) de Suzanne Collins y su adaptación cinematográfica a la cabeza.

La puesta en escena de una competencia feroz entre jóvenes puede interpretarse como una representación del miedo que estos sienten frente al carácter inhumano del mundo adulto que les espera, pero también funciona como una crítica a los excesos de la industria del entretenimiento. Esto nos da una pista de los motivos por los que estos films gozan de gran aceptación entre los jóvenes. Su popularidad se explica en gran parte porque conectan con ese sentimiento de incertidumbre que caracterizan a los años de transición entre la niñez y la adultez.

 

El profesor Jon Ostenson de la Brigham Young University afirma que “la ambientación, los temas y los personajes de las ficciones distópicas encajan justo con los cambios intelectuales que ocurren durante la adolescencia. A medida que los púberes se van desarrollando son capaces de lidiar con conceptos más abstractos y complejos, así como con las consecuencias que estos tienen en el mundo que los rodea, pudiendo abrazar así un pensamiento más crítico”. Debido a esto, muchos académicos empezaron a usar estos libros y películas como material de apoyo en materias como literatura, ciudadanía y filosofía.

Si la cultura juvenil de la década del 70’ había expresado su desencanto mediante el lema “No hay futuro”, los adolescentes contemporáneos descubrieron algo más aterrador: hay futuro, pero no tiene nada de auspicioso.

Si algo caracteriza a todas estas producciones es que sus personajes se ven empujados a tomar decisiones todo el tiempo. En “Divergente”, Tris, la chica protagonista, apuesta a confiar en un misterioso joven llamado Cuatro solo para salvar a su grupo de parias, en “Los juegos del hambre” Katniss decide tomar el lugar de su hermana menor dentro de la competencia del título, mientras que en “The 5th Wave” una muchacha elige desoír los consejos de los militares y se arranca un implante para descubrir el engaño del que forma parte. Estos son algunos ejemplos de las elecciones que salpican estas sagas. Este recurso enfrenta al público con dilemas éticos y morales que los hace abandonar la simplicidad emocional de la infancia, donde todo es blanco o negro.

Pero sin lugar a dudas lo más evidente dentro de estas historias es la certeza de que resultan una especie de reproche de los más jóvenes ante el mundo que sus padres les están dejando. Mientras que en la ciencia ficción clásica las críticas eran dirigidas hacia una ideología política, un gobierno corrupto y autoritario o hacia una corporación manipuladora, hoy no es descabellado afirmar que son los adultos en general los culpables de las ominosas circunstancias que atrapan a los personajes de estas películas. La generación millennial, criada en familias fragmentadas, dueña de una susceptibilidad excesiva y destinada a un mercado de trabajo poco sólido, ve en estos films pesimistas un reflejo de la desidia e ineptitud de las generaciones anteriores.

 

Si la cultura juvenil de la década del 70’ había expresado su desencanto mediante el lema “No hay futuro”, los adolescentes contemporáneos descubrieron algo más aterrador: hay futuro, pero no tiene nada de auspicioso. De todas formas no hay que alarmarse, ya que mientras los films distópicos se acumulan al punto de llegar a la saturación, siempre existe la oportunidad de distraerse con alguna de las cientos de formas de entretenimiento que el presente nos ofrece.

Porque si alguna de estas profecías fílmicas se hace realidad, lo más probable es que encuentre a la gente encerrada en sus casas en plena maratón de Netflix o compartiendo memes con algún grupo de WhatsApp. El apocalipsis será adolescente, pero también será paulatino.

Luis Alberto Pescara Licenciado en comunicación social (unc) y guionista (sica), periodista y redactor. Nota originalmente publicada en  La Vanguardia.