Hungría, crónica de una reforma anunciada

Miles de personas se manifestaron por cuarta vez para rechazar la nueva ley de trabajo que la oposición cataloga de ‘ley de esclavitud’. Los manifestantes también acusan al primer ministro húngaro de ejercer un Gobierno cada vez más autoritario. Por Gerardo Leclercq, analista internacional.

Cerca de 10 mil personas se movilizaron por las calles de Budapest, la capital de Hungría, en rechazo a las políticas de Gobierno de Viktor Orbán -Primer Ministro nacionalista de derecha- este domingo 16 de diciembre.

La nueva legislación laboral habilita a que un trabajador húngaro realice hasta 400 horas extra al año en vez de 250, como hasta ahora; para ello, muchos empleados se verán obligados a extender sus jornadas a seis días por semana, mientras que se autoriza a las empresas a pagar esas horas extras hasta tres años después de haber sido trabajadas. Si bien  la ley habla de que las horas extras son optativas en la práctica muchos trabajadores se verán obligados a hacerlas por miedo a perder sus empleos.

El gobierno afirma que esta nueva legislación laboral moderna es necesaria debido a la falta de personal en las empresas, considerando que beneficiará directamente a quienes quieran ganar más. Otra excusa oficial señala que con la nueva legislación se fomentan las inversiones en el país.

El problema de la falta de trabajadores en Hungría se agudizó en los últimos años, durante la administración del propio Orbán, que está en el poder desde 2010. Con su discurso y sus políticas, el primer ministro se ha opuesto deliberadamente  a la llegada de inmigrantes al país, lo que generó muchas vacantes en el mercado laboral.

He aquí un punto donde se torna indispensable estar atento. Se habla de modernidad, previsibilidad, sustentabilidad y otro sin fin de adjetivos que suenan bien al oído , e incluso parecen razonables; quién puede estar en contra de actualizar una ley que data de principios del siglo 20. Pero lo que no puede (ni debe) quedar solapado en la discusión es qué se busca con  la quita de derechos y garantías que el conjunto de los trabajadores  hemos sabido conquistar. Derechos como la estabilidad laboral, sueldo mensual, aviso y compensaciones por despido, vacaciones, aguinaldo etc. Cuestiones que creíamos básicas y garantizadas, pero que en un contexto de crisis internacional (humanitaria, social y económica) las grandes corporaciones y el capital concentrado, amparados por gobiernos funcionales a sus intereses, intentan poner sobre la mesa de discusión.

El caso de Hungría es el que ganó el centro de la escena los últimos días pero no es el único. Lamentablemente tampoco será el último, basta traer a la memoria los casos de Francia y Brasil.

En su momento el presidente Macron aprobó en septiembre de 2017 una ley de reforma laboral, que entró en vigencia meses más tarde, que persigue flexibilizar las contrataciones y simplificar los trámites de despido, entre otras cuestiones. Lo más llamativo de este caso es que Macron realizó su campaña electoral sobre este punto.

En el caso de Brasil, el gobierno ilegítimo del golpista Temer aprobó una ley de reforma laboral que tuvo efectos negativos para los trabajadores brasileños. Un informe de tres investigadores de la Universidad de Campinas (Unicamp) publicado en la revista Carta Capital reveló que el impacto se sintió sobre todo en aquellos sectores en los que el trabajo ya era  precario.

 

 

Desde la implementación de la reforma, crecieron los despidos por común acuerdo, también aumentaron las contrataciones intermitentes. Los mayores incrementos de estos indicadores se registran en los sectores en los que los derechos laborales son menos respetados y en los que antiguamente había más trabajo informal: restaurantes, comercios de venta de alimentos y bebidas, vigilancia privada y construcción, entre otros.

Como vemos este tipo de reformas laborales, buscan dar supremacía al capital sobre el trabajo. Y bajo la máscara de adjetivos pomposos esconden sus verdaderas intenciones, que no son otras que las de entender al trabajo, no como un medio para el desarrollo del ser humano, sino como un instrumento más en la producción para la acumulación de riquezas. El tal caso el salario deja de ser una justa retribución por un trabajo realizado y pasa a ser entendido como un costos en la producción empresaria, y lo más preocupante, esto es avalado por el Estado. Es ahí donde la resistencia popular en las calles, no sólo es necesaria, sino que es un deber.