¿Qué hacemos con los medios?

La pregunta por el «Qué hacer» aplicada a lo que sucede con los medios en nuestra sociedad. Un panorama de los múltiples retrocesos sufridos por el campo popular bajo el macrismo y las transformaciones globales del periodismo, y las estrategias de resistencia desarrolladas. Y un breve apunte de qué hacer cuando amanezca…. Opinión por Jorge Arabito.

Muchos investigadores de la comunicación cuyos trabajos llenan las bibliotecas de comunicólogos y periodistas se deben estar revolviendo en sus tumbas en estos difíciles tiempos que nos toca vivir para la profesión. La imagen que podría graficar esto es de bibliotecas enteras derrumbándose en cámara lenta  y con estruendo. Es que el objeto de estudio de la comunicación ha quedado descentrado. Casi todo lo que se creía y enseñaba ha quedado desconfirmado por la realidad.

Uno de los tópicos de las películas de acción de los 70s -cuando comenzó a ser popular el poder de los medios- era que, descubierta la conspiración de turno, solamente bastaba llevar la información a los medios para que todo cambiara: La imagen del casete de video enviado por correo a una estación de TV para que: a) Saliera en el noticiero de las 19 y lo vieran todos y b) inmediatamente cambiaran su opinión, fueran convencidos por las pruebas irrefutables en suma, llenó innumerables producciones.

 

Para el acervo popular, «lo que se publica es cierto». El prestigio de la letra impresa fue heredado por el noticiero de la tarde, que día a día detallaba lo que había sucedido en el ancho mundo. Para los norteamericanos, Vietnam puso los muertos (norte) americanos sobre la mesa de la cena familiar. Y eso fue muy difícil de digerir.

En Argentina, desde los 2000 un «descubrimiento» que se hizo tempranamente fue a desconfiar de los medios. Alguna vez habrá que contarles a los chicos qué era «678», aquel entrañable programa de TV que desmontaba los mecanismos de manipulación mediática. El famoso «clarín miente» que instaló, descubrió para muchos que el mensaje de los medios podía no ser verdad. Algo que al principio solamente funcionaba hablando de Clarín, pero que podía extrapolarse a cualquier publicación. Sin embargo, el huevo de la serpiente estaba plantado. Y creció, creció, hasta convertirse en las actuales «fake news» que nos preocupan ahora: un panorama en el que no importa si lo que presento es cierto o no, sino simplemente que los convencidos lo crean. Y que salga en boca de los voceros del poder.

Es el pensamiento expresado en su libro «Mentime que me gusta» por Víctor Hugo Morales: No quiero escuchar lo que no coincide con mi creencia. Un argumento ya conocido desde la crítica cinematográfica: No hay películas buenas o malas en un sentido absoluto, sino que, en tanto género periodístico basado en una producción artística, le creo al crítico al que le gustan las mismas pelis que a mí.

Cuando comenzó el gobierno de Macri, se inauguró además una mecánica ingenuamente sorpresiva para muchos: la noticia podía no estar en tapa, ni en el interior de los diarios. Hasta entonces, era algo que no se discutía. Si sucedió debía informarse. Hoy ya no hace falta: Podría haber una movilización de miles de personas, y simplemente no existir porque no hubo cámaras (profesionales) presentes, no importa que circulen registros caseros. O sea si ningún medio mandó su cámara, si no existe la promesa de aparecer en las pantallas hegemónicas, no existirá para el común de la gente. La omnipresente pantalla de TN en los bares es la conciencia pública de la población, el Gran Hermano de este fin de los tiempos. Incluso no es importante lo que diga en realidad, sino lo que aparezca en los zócalos de centenares de miles de televisores silenciados, que muestran solamente una imagen y un texto que la ancla. Quizás falsamente.

Dos decretos fueron clave para consolidar la destrucción del poder comunicacional popular por parte del PRO: uno que desactivó la peleada Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, y otro que permitió la expansión a las telecomunicaciones: los grandes operadores en todos los mercados. El discurso de la convergencia favoreció a la concentración: si bien la regla es para todos, pocos están en condiciones de usufructuarla.

 

Anteriormente, el progresismo global había exacerbado la potencia de los medios alternativos. La «primavera árabe» estableció un relato de militancia heroica basada en Twitter y Facebook que convocaban multitudes para con esa fuerza derrocar a un horrible régimen dictatorial. Con el tiempo se sabría que no fue tan así, pero ya no importaba. En argentina en poco tiempo de gobernación neoliberal se establecieron canales alternativos que sumaban «verdades a difundir» como «Resistiendo con Aguante» y otros muchos. Pero sucedió que, si bien tenían centenares de miles de seguidores entusiastas, lo que difundían no salía de un circuito de convencidos, deseosos de repetirse que Macri ya estaba por subir al helicóptero.

La famosa burbuja que, lo descubrimos entonces, fabrican los algoritmos de las redes sociales surgió como concepto entonces. La pantalla me muestra solamente lo que estoy dispuesto a ver, las informaciones de mis amigos, los videos con furcios del presidente o los integrantes del gobierno. Tanto odio sobre el que se ha edificado una cultura política en nuestro país. Tendemos a movernos en «burbujas de confort», en las que lo que pensamos coincide con lo que nos dicen y replican nuestros amigos audiencia. Pero cuando cruzamos una casi invisible barrera, la realidad es otra. En las redes está a un click, en la vida real la grieta se te presenta cuando escuchas a los antiderechos o con quienes van a ver al baby Etchecopar.

 

Para muchos argentimedios, lo que no sale en tapa de Clarín o La Nación, en TN o en Telenoche, no existe. Y al día de hoy, el relato nacional esconde los fallidos de Macri, los secretos de Stornelli, o las investigaciones de Juan Amorín sobre los aportantes truchos en las últimas campañas. Llena diariamente sus páginas, sus zocalos, con la corrupción K, e ignora lo que en los medios alternativos sale día tras día. Encuentran caldo de cultivo generoso en una multitud envenenada que está dispuesta a sufrir cualquier calamidad, mientras no vuelva «Ella». Centenares de videos virales de personas, con rostros prestos a la cachetada, que están sin trabajo o cerrando una empresa propia, manifiestan haber estado mejor «antes», pero lo consideran un sacrificio aceptable a pagar en las actuales circunstancias.

Las explicaciones que da la calle para explicar los votos de Macri, se condensan en que la gente cree que la década K fue una década de derechos otorgados, y ahora viene una década de obligaciones para pagarlos. Hasta de eso los convencieron los medios. Fue una fiesta y hay que pagarla, se gastaba más de lo que se generaba, el vivir así no era real. O sea que los derechos estaban bien pero eran insostenibles o apenas merecidos por quienes los obtuvieron. Un detalle al canto es que todavía hoy las netbooks del fenecido Conectar Igualdad, que se siguen vendiendo en las redes, son llamadas «del gobierno». No se consideran propias: «Eso era demasiado bueno para mí, me lo enseñaron los medios».

 

Volviendo a la relación entre las redes y «los medios grandes», entre los hábitos de informarse que dominaron el siglo pasado, el peso de los medios era fuerte: no le decían a la gente qué pensar pero sí sobre qué pensar, lo que conocimos como «Agenda Setting». O como diría Sofovich: “Para que usted tenga de qué hablar el lunes en la oficina”. Hoy el consumo noticioso es “incidental”: el acceso a la información deja de ser una actividad independiente y pasa a ser parte de la sociabilidad en las redes. Los jóvenes no usan los medios sino que viven en ambientes digitales donde no hay contextos ni jerarquías sino retazos de historias y opiniones que son «escaneadas» y, con mucha suerte, leídas.

Los medios hegemónicos, entonces, eligen que contar (y que no) y cómo hacerlo. Construyen un «militando el ajuste» que nos suena cómico dentro de la burbuja, o convierten en noticia cuestiones que en otros momentos apenas serían «color». O cuentan un relato en tapa y alguito de verdad escondida al final de las noticias. La crisis la cuenta el interior de los diarios, mientras en la portada somos Suiza, diría  Gustavo Campana.

 

Por otra parte, Con #Telam desmantelada, la única agencia de noticias de los micromedios del interior, como portales y emisoras FM es Clarín. Eso es hegemonía. Y también reducir las plantillas de los medios, despidiendo a los que sabrían contar las noticias. La palabra es precarizar, echar. A los actuales empresarios, dueños de medios como de cualquier otro negocio, no les importa el periodismo sino el negocio. La uberización, ese proceso que conecta en forma directa al que le sobra algo con quien lo necesita, también alcanza a la información. En ese marco, los medios digitales les sirven no para trabajar mejor, sino para conseguir por ejemplo más fotografías de cualquier acontecimiento en redes sociales y plataformas para llenar sus páginas. Muchas veces, con contenidos robados a usuarios de redes sociales.

 

El periodismo le molesta a los nuevos dueños de los medios, provenientes de cualquier otra actividad empresarial. Por otra parte, para los voceros del neoliberalismo no hay nada más incomprensible que un medio sin fines de lucro, comunitario, cooperativo, plural. Para ellos sólo existen periodistas de corbata, que hacen «periodismo independiente», pero independiente de lo que le pasa al pueblo. Peor aún, ese pensamiento ha impregnado a los estudiantes de periodismo, que confunden periodismo con espectáculo. La mayor transformación del periodismo es conceptual.

La pregunta acerca del «¿Qué Hacemos con los medios?» en este contexto se orienta a pensar acerca de que habrá que hacer cuando regrese a la conducción del país un gobierno popular. Cómo reconstruir tantos años de odio por una parte, que no vienen de los últimos tres años, y quizás no de los 12 anteriores pero claramente no de los últimos 70, y por el otro como reconstruir poder popular desde y para los medios. Recuperar la comunicación para todes. ¿Cómo se rompe con el circulo de los medios que informan a los convencidos mientras la mayoría ve TN? Seguramente trabajar de un modo más sólido con el que nos sigue y dialogar con el otro para que, por lo menos, se siente a la mesa. Hacer que llegue a entender antes que sea demasiado tarde, como nos han dicho en diversas entrevistas los que saben.

En otra vertiente, reforzar los medios alternativos. Entenderlos su potencialidad y trabajar en ellos de la misma manera que lo haríamos en los principales, porque aunque tengan menor alcance, menor estatura, menor poder de fuego, en el resto son iguales. Al mismo tiempo, reforzar los medios públicos, reconstruyendo su legitimidad y desarrollo territorial.

Y considerar la formación de periodistas sabiendo que el duelo tiene que ser de ideas. Desterrar el duelo entre la verdad y la mentira que actualmente existe. Porque si el dueño de la mentira (o de no publicar la realidad) es el dueño del 95% de los medios, no hay debate de ideas. Luchar por la honestidad profesional, un valor mucho más grande que la supuesta objetividad… Fundamentalmente haciéndoles entender que el periodismo es un instrumento de la política: Hasta ahora ha sido un instrumento de las voces de poder concentrado, pero podría ser un instrumento que le dé voz al pueblo, al campo nacional y popular.

El periodismo, puede ser entendido como un instrumento fundamental para una batalla en defensa de los derechos y los intereses del pueblo en su conjunto. En ese sentido, un camino ponderable sería que quienes estudian periodismo, lo hagan con una profunda vocación de recorrer un camino hacia la honestidad profesional. Sencillamente eso.