Distopía otoñal por Rutger Hauer: De Eternautas, manos, replicantes y blade runners.

Mientras la utopía alude a un modelo de sociedad perfecto, un ideal buscado por el cual valía la pena dejar todo, la distopía es la materialización de un futuro negativo, de inequidad e injusticia. Luchar contra la distopía, en términos simbólicos, también es un ideal por el cual vale la pena dejar todo. Nota por María Rosa Gómez.

Así las cosas, en la literatura de ficción expresada a través de múltiples géneros y soportes, utopía-distopía son un par dialéctico que concita obsesiones y pasiones encontradas debido a la funcionalidad metafórica sobre la sociedad en curso.

Esta semana se cumplieron 100 años del nacimiento de Héctor Germán Oesterheld, geólogo de profesión y guionista de historietas por vocación. Fue el creador, entre otras grandes obras, de una distopía publicada en 1957 en la revista de su propiedad, Hora Cero Semanal. El contexto era el de un país gobernado por las fuerzas armadas, que mediante la fuerza pusieron fin a una épica experiencia de gobierno populista que amplió los márgenes de inclusión democrática.

 

En ese escenario, Oesterheld da a conocer su personaje, el Eternauta, sobreviviente y narrador de los avatares que atraviesa la Argentina atacada por una nevada mortal de orígen alienígena y toda una serie de seres mortíferos que se afanan por dominar a la humanidad para esclavizarla. El personaje que dio nombre a la saga era Juan Salvo, devenido Eternauta o viajero del tiempo que se esfuerza por salvar la tierra y recuperar a su familia. Un grupo de amigos con quienes comparte veladas de truco y otras aficiones, serán la punta de lanza para derrotar con inteligencia a “manos”, “gurbos”, y los más peligros “ellos”. Algunos de quienes aguardaban con ansiedad cada edición de Hora Cero para seguir la historia advirtieron una metáfora subyacente en la historieta, otros no. Bajo distintas lecturas e interpretaciones la obra, dibujada por Francisco Solano López, fue un éxito.

 

Otra distopía, varios años más tarde, iba a concitar la atracción de los amantes del género ficción y de los cómics. Una película basada en la novela de Philip K. Dirk “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” se estrenó a nivel internacional en 1982 y un año mas tarde en Argentina: Blade Runner. Transcurría en una ciudad futura, dominada por las corporaciones, donde coexistían humanos y androides llamados “replicantes”, superiores en fuerza y capacidad física. El nudo del filme era el relato de la rebelión de los replicantes y la orden taxativa de eliminarlos, tarea asignada a los blade runners. Rutger Hauer encarnó a Roy Batti, quizás el replicante más perfecto, uno de los Nexus 6 amotinados que el blade runner Rick Deckard (Harrison Ford) debía eliminar. Vida-Muerte, un par que se las trae, se entretiene a veces en armar caprichosas coincidencias. Ayer, promediando el día, se conoció la muerte del excelso actor Rutger Hauer, a pocos días de cumplirse cien años del natalicio de Oesterheld, padre del Eternauta.
¿Por qué vincular ambas fechas?

Transformaciones. El geólogo Oesterheld muta a guionista de historietas. El cazador se transforma en blade runner.

Las distopías ocurren por lo general en ciudades futuras y en galaxias lejanas. Sin embargo eso no es así ni en El Eternauta ni en Blade Runner. El Eternauta arranca en un chalet de la localidad de Beccar, lugar donde vivió realmente Héctor Germán Oesterheld con su esposa e hijas. Luego el relato se desplazó hacia otros barrios de la Ciudad de Buenos Aires. Grandes y pequeñas batallas con los invasores que trataban de someter a la humanidad transcurrieron en Núñez, la Avenida General Paz, Plaza Italia, Congreso. Quienes seguían El Eternauta a través de las entregas de apenas tres páginas en cada Hora Cero Semanal, podían reconocer en los dibujos de Solano López fachadas, edificios, estadios de fútbol y veredas que transitaban cotidianamente. Ese detalle estimulaba la cercanía con el relato y su escenario.

Blade Runner se ubicaba temporalmente en el año 2019, en coincidencia con la instancia temporal –real- de este artículo. El escenario era la ciudad de Los Ángeles después de una gran guerra. “Nadie recordaba hoy por qué había estallado la guerra, ni quién -si alguien- había ganado”, informaba en las primeras páginas de la novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” Philips Kindred Dick. El libro se publicó en 1968, el mismo en que estalló la revuelta del Mayo Francés y la acción política Tucumán Arde, impulsada por el activismo cultural argento. En Los Ángeles, grandes corporaciones habían desarrollado la construcción en serie de androides para realizar trabajo-esclavo en las colonias espaciales.

Los androides tenían fuerza física, rapidez e inteligencia, pero eran incapaces de establecer empatía afectiva, cualidad reservada –aparentemente- a “la comunidad humana”. Otra vulnerabilidad era que tenían un plazo de funcionamiento, su “vida” era limitada. La trama se dispara cuando una corporación logra crear un ser casi humano, mediante implantación de recuerdos artificiales. Los “casi humanos” toman noción de este plazo fatal, se rebelan y hacen algo prohibido, llegan a la Tierra, cuando su tarea debía remitirse a las colonias que se explotaban en Marte. ¿Qué ocurre cuando el “no humano” puede ser tomado como “uno más de nosotros”? ¿Cómo se detecta algo por fuera de “lo normal”?

 

En la vida real de Argentina 1957, Oesterheld era un geólogo amante de la lectura. Se deleitaba con las obras de Daniel Defoe, Robert Louis Stevenson, Jack London y Joseph Conrad, también era un gran aficionado a las historietas. En 1944 se había enamorado de una joven, Elsa Sánchez, con quien se casó cuatro años mas tarde. Elsa y Germán tuvieron cuatro hermosas hijas: Estela, Diana, Marina y Beatriz. Tal vez para ellas comenzó a crear cuentos infantiles “de otro tipo”, que anticipaban lo que desplegaría en su madurez como guionista de historietas.

 

En los cuentos que publicó hacia inicios de los años 50 se pueden detectar tópicos característicos de las creaciones de Oesterheld, animalitos que abandonaban su vida normal, a la que retornaban -luego de una aventura-más nobles, más solidarios y con muchos amigos. Los personajes de sus cuentos tenían defectos que superaban –siempre- para consolar a otros: el ratón Quesito cuida al gatito llorón; Moñito, el gato “con un moño azul en la cola” le corta el pelo a una osita triste; Copito, el conejo haragán, aprende a trabajar para ayudar a su mamá.

La amistad también se establecía entre pares que otros guionistas presentaban como antagónicos. En El Eternauta, quienes resisten a la invasión advierten en el Año 2 de Hora Cero que los Manos, esos seres de rostro alargado y muchos dedos, eran en realidad esclavos de los Ellos, quienes los sometían a través de un “glándula del terror”. Si se ponía en funcionamiento esa glándula, los Manos morían, ganados por el miedo.

 

 

Eso generó una progresiva empatía y conmiseración por esos oprimidos, Manos, Eternauta y grupo de resistentes cultivan momentos muy emotivos, donde afloran sentimientos de simpatía, respeto, admiración y piedad entre adversarios. En esa primera parte del Eternauta se relató la muerte de varios Manos, que entonan una canción ritual, luego de deplorar la guerra y plantear cuán diferente sería todo si los seres inteligentes pudieran relacionarse pacíficamente. Casi al final de esa serie, uno de los amigos de Juan Salvo lleva en brazos a un Mano, que muere en castigo por ayudarlos a derrotar a un Gurbo. Empatía, solidaridad entre los que resisten a un mismo opresor.

Volvamos a Blade Runner. En la novela “¿Sueñan los androides…?” el personaje Rick Deckard, protagonizado en la película por Harrison Ford, no era mencionado como blade runner sino como “un cazador” de androides que realizaba esa función para el gobierno. Pero a Ridley Scott, director de la película, le gustó el término usado en la novela de Alan Nourse, The Bladerunner, que Hamptom Fancher ya había aplicado en un guion de 1977. O sea… Deckard es un bladerunner en la película, no en el libro.

 

Los Nexus 6, casi perfectos.

Por otra parte, hay que señalar que aquellos que busquen en “¿Sueñan los androides…?” el parlamento inmortalizado por Rutger Hauer ante la muerte de Roy, el Nexus 6 casi perfecto, no lo encontrarán. No hay en el libro una escena en lo alto de un edificio. No existió ese diálogo entre el replicante y el blade runner, ni esa lucha frenética. Eso es parte de la adaptación de Ridley Scott. Es Ridley quien agrega y adapta esa “muerte del replicante”. Es Ridley quien crea esa muerte para Roy. Desecha la brutalmente directa y efectiva de “¿Sueñan los androides…?” La representación de la muerte y el diálogo entre esos adversarios surge de la intervención de ese director de cine, que era también un gran amante de las historietas.

Como decíamos, el geólogo devenido guionista de historietas, formó una familia con Elsa Sánchez. Tuvieron cuatro hijas: Estela, Diana, Marina y Beatriz. Las jóvenes crecieron y abrazaron ideales políticos. En su convicción militante, ellas -y no a la inversa- elevaron el nivel de compromiso de su padre, quien se sumó a la organización Montoneros. Hacia 1976, ya perpetrado el golpe de Estado más sangriento de la historia argentina, Oesterheld estaba clandestino. Sus hijas y sus parejas habían comenzado a ser ferozmente perseguidas y diezmadas. La editorial Record publicó en 1976, el mismo año del golpe en Argentina, una reedición de El Eternauta y encargó una segunda parte al binomio Oesterheld-Solano López. En la trama se agudiza la apuesta al “héroe colectivo” y al mandato de resistir a la opresión. Solano López, pese al entrañable afecto hacia el guionista, le reprochó lo que consideró “un exceso de ideología”.

Miguel Rep, por aquellos años cadete de Editorial Record, recordó en muchas oportunidades haber visto a Oesterheld trabajando en una oficina, en horarios insólitos y sospechaba que probablemente hubiese dormido allí. Solano López luego confirmaría esa sospecha: Oesterheld a veces dormía en Record, con el permiso de Alejandro Scutti, dueño de la editorial. El 23 de abril de 1977, Oesterheld fue secuestrado, permanece desaparecido, no se sabe cuál ha sido su derrotero final. Hay testimonios de sobrevivientes que compartieron cautiverio con él en distintos centros clandestinos de detención de la Provincia de Buenos Aires: El Campito, de Campo de Mayo, El Vesubio y Sheraton (Comisaría de Villa Insuperable).

Los personajes de Moebius (Jean Giraud) en Metal Hurlant.

Volvamos a Blade Runner. Ridley Scott y sus guionistas admiraban la obra de Moebius (Jean Giraud). Metal Hurlant y The Long Tomorrow deslumbraron a Ridley , que no consiguió la participación directa de Moebius, pero sus escenarios y personajes sirvieron de inspiración a Syd Mead, quien se encargó del arte conceptual de la película. Las ciudades de Blade Runner mostraban un futuro cosmopolita, con transportadores aéreos, autopistas gigantescas y gente que se resistía a abandonar la Tierra, pero apenas se comunicaba entre sí.

En esa etapa, fines de los años 70, comienzan a llegar a Europa miles de latinoamericanos, escapando de las dictaduras del Cono Sur. Eran argentinos, uruguayos, chilenos, bolivianos. Muchos de ellos habían conocido la obra de Oesterheld en su primera edición de 1957, otros leyeron aquella que Editorial Record publicó en 1976, año en que se lanzó la segunda parte de El Eternauta.

Mientras que Ridley Scott procuraba concretar el anhelado proyecto de adaptar para el cine «¿Sueñan los androides…?» grandes guionistas y dibujantes argentos exiliados se esforzaban por ganarse el día en España, Italia, Holanda, Alemania o Suecia. Algunos intentaban instalar sus propias obras, otros buscaban un conchabo en cualquier editorial.

Desde inicios de los años 70 había iniciado el éxodo, que se acrecentaría después del golpe de Estado. José Muñoz y Carlos Sampayo fueron tal vez los primeros, en 1977 se fue Solano López -luego del secuestro de Oesterheld-, en 1978 Ricardo Barreiro y en 1981 Horacio Altuna. En Italia se publicó la primera parte de El Eternauta en 1977, en Lanciostory.

La gran historieta ambientada en Argentina había eludido las “alambradas culturales”. Como habrán advertido, esta distopía en dos ciudades comienza a cerrar, los caminos bifurcados se acercarán hasta fundirse.

Ya habíamos explicado en la segunda parte de este artículo-homenaje a Oesterheld y a Rutger Hauer, que no existía en la novela “¿Sueñan los androides…?” de Philip K. Dick “esa” muerte del replicante Roy Batty, en lo alto de un edificio, luego de salvar la vida del cazador de androides. No existía tampoco “ese” parlamento que pasaría a la historia como una de las escenas de culto de la historia del cine, y -obviamentRidley e- tampoco existían esas maravillosas líneas que incorporó Rutger Hauer con el beneplácito de Ridley Scott.

 

Blade Runner, la muerte de Roy, «lágrimas en la lluvia», 1982.

Yo he visto cosas que ustedes no creerían. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto relámpagos resplandeciendo en la oscuridad de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, igual que lágrimas en la lluvia. Llegó la hora de morir”.

Era legítimo que esas escenas fueran cambiadas y agregadas, Blade Runner era una adaptación del libro de Dick, no una representación literal.

Pero retomemos a Oesterheld-Solano López en Argentina 1976, dando vida a una segunda parte de la historia de Juan Salvo y de los milicianos que resisten la invasión del opresor externo. Ambas partes de la saga fueron escritas en el contexto de dictaduras militares. La de 1976 auguraba otras profundidades de dolor y muerte. Oesterheld alcanzó a ver publicados casi todos los capítulos de la segunda parte, esos guiones que de manera clandestina escribía en las oficinas de Record, antes de esconderse quién sabe dónde, un lugar con barro, de acuerdo con el relato de Miguel Rep.

Los últimos capítulos inferimos que los redactó el propio Solano López -exiliado o a punto de exiliarse- tras el secuestro y desaparición de Oesterheld en abril de 1977. Pero fue creación del geólogo devenido guionista de aventuras y militante revolucionario la trama de la muerte del Mano, la que se presentó en un formato no apaisado sino vertical en la Revista Skorpio, de Record. Fueron varias las muertes de los Manos, como ya hemos visto anteriormente. Esta muerte, redactada por el guionista-militante a punto de caer en las garras de opresores internos, siniestros y concretos, mostraba a un Mano agonizante.

El “no humano”, consciente de que se acerca su fin toma entre sus extrañas extremidades a un ave. “Tan parecido a los sícalos de mi planeta, igual de tibio”, dice y comienza a entonar el canto ritual mortuorio. Y muere. El ave bate las alas, levanta vuelo. El vuelo se plasma en dos cuadritos. Vuela. Tal como voló la paloma de Roy, el “no humano” de Ridley en Blade Runner. Esta cita-homenaje ha sido mencionada levemente por otros aficionados al género. Es obvio que Ridley Scott llegó a conocer El Eternauta, primera y segunda parte. Es conmovedor su reconocimiento a la obra de Oesterheld y de eso quisimos ocuparnos en este largo artículo en tres entregas.

Este otoño de 2019 desde el sur del Río Bravo quisimos despedir al eximio actor Rutger Hauer, el que encarnó al replicante “casi perfecto”, ese que tenía como fecha de “retiro” el año 2019. Y quisimos honrar la vida de Héctor Germán Oesterheld, al cumplirse 100 años de su nacimiento.

Esta historia ha terminado. Ojalá la hayan disfrutado tanto como yo al escribirla.

María Rosa Gomez es periodista, docente e investigadora.