«Dr alaska»: Una serie para curar el alma…

Cicely es un pueblo en Alaska que figura en el top ten de lugares imaginarios, especialmente para quienes han visto la serie “Dr Alaska”. La historia trata de un médico neoyorquino, Joel Fleischman,  quien al recibirse le avisan que para devolver la beca que le pagó sus estudios debe trabajar gratis cuatro años en un remoto pueblo de Alaska. Al llegar ahí confunde con una prostituta a la piloto-taxista local Maggie O’Connell, comenzando así  una relación de amor-odio que será uno de los ejes de la narración. La naturaleza salvaje, la falta de comodidades, el carácter de la gente, tener que valerse por sí mismo; todo en ese lugar aterra al cosmopolita y neurótico doctor, por lo que el contraste brutal entre su manera de ser y una delirante galería de duros personajes, hace que la comunidad de Cicely y su espíritu serán los verdaderos conductores de la serie.

Recordemos que el título original alude a una “exposición de norteños”, pues para la cultura norteamericana, Alaska es tan lejana, tan el  fín del mundo como para nosotros lo sería Ushuaia. No tardarían en añadirse personajes secundarios como Walt (Moultrie Patton), trampero que se convertiría en el interés romántico de Ruth Anne, Bernard (Richard Cumming Jr.), el hermano negro de Chris, y dos de los personajes que enseguida se convirtieron en favoritos de la serie, el semi-vagabundo y cínico Adam (Adam Arkin), un mentiroso patológico que dice haber sido espía y militar en el Gobierno (aparte de extraordinario chef) y del que nunca se llega a saber del todo cuanta verdad dice, dejando bastante ambigüedad en el asunto, y su esposa, la hipocondríaca compulsiva Eva.

Entre ellos destacan Maurice Minnifield, exmilitar y astronauta, cacique local y dueño de gran parte de la localidad, Ed Chigliak, joven indio aspirante a director de cine, Chris Stevens, exconvicto, artista experimental y animador de la radio local, la K-OSO, Holling Vincour, sexagenario cazador reconvertido en el dueño del “Brick”, el bar local, y Shelly su novia casi adolescente. El contrapunto al modo de ver la vida de Fleischmann estará representado en Marilyn, su hermética secretaria nativa americana.

Posteriormente, se van definiendo los caracteres del resto de personajes principales, diluyéndose el protagonismo de Joel, pasando a ser la comunidad de Cicely y su espíritu los verdaderos conductores de la serie, que funciona como claro homenaje a “Twin Peaks” (más que nada por aquello de «retrato de pueblo chico lleno de gente un poco loca»), pero con un mensaje divergente  porque a la oscuridad de aquella, esta contrapone un mensaje de luminosidad y optimismo.

La serie fue creada para la CBS en 1990 por los guionistas Joshua Brand y John Falsey, que fueron responsables del episodio piloto y por ello de los personajes. Para el resto de capítulos se alternan distintos guionistas y directores, pero respetando siempre la idea original. La serie completa consta de 110 episodios que se reparten en seis temporadas de emisión hasta 1995.

¿Por qué verla? Es difícil describir qué la ha convertido en una serie de culto. Quizás sencillamente por su calidad. Por la honestidad y eficacia de los guiones, el magnífico reparto de actores, la hermosa selección de la música y, sobre todo, por los muchos registros que adopta la serie: si alguien quiere ver una buena comedia, se reirá con las aventuras de los personajes; si lo que se busca son cruces y referencias culturales al mundo onírico, el conocimiento indígena, la ecología, el paisaje, la literatura, la filosofía o el cine, las encontrará contadas con gracia y sensibilidad. Incluso para aquellos que gustan de la buena cocina, ésta es una serie donde la comida, y sus ritos de preparación y consumo, tiene un lugar preponderante.

Leonard Quinhagak  dice que: «el cine (y la ficción en general, también las series entonces) es el folklore del hombre blanco, el equivalente a los mitos sanadores de la cultura india americana”.  Ver un capítulo de esta serie es un buen ejemplo de esta terapia. Personalmente, nunca terminé de verla. Cada tanto saboreo un capítulo, con la secreta ilusión de que ese mundo exista, todavía en algún lugar. Y que entonces, mientras no llegue al final de las temporadas, puedo volver a visitarlo…

Para terminar de definir a esta serie tan inclasificable, la ilustraremos también con un poema que la homenajea en las redes:

Crónica de un Estado de Ánimo

poema de Aimee Parrot

Gracias a Doctor en Alaska creo que los árboles pueden hablar.
Creo que una mujer puede volar desde un acantilado como un águila.
Creo que un oso puede convertirse en hombre y volver de nuevo a su estado.
Creo que una mujer embarazada puede hablar con su hija nonata cara a cara.
Creo que un hombre puede reencarnarse en un perro.
Creo que un cineasta en potencia y un disc jockey ex convicto pueden enseñar a una grulla a bailar.
Creo que un beso puede restaurar la voz de un hombre.
Creo que el diablo es un vendedor de saunas.
Creo que una persona puede soñar los sueños de otra.
Creo que un hombre puede hibernar como un oso.
Creo que lanzar un tomate a alguien puede ser un acto de amor y amistad.
Creo que un cuervo es tan buen símbolo de las Navidades como Santa Claus.
Creo que un doctor puede realizar cirugía bypass al motor de un avión.
Creo que el agua puede hacer que los hombres y las mujeres intercambien sus identidades de género.
Creo que los lanudos mamuts congelados son un buen manjar.
Creo que Napoleón no estuvo en Waterloo.
Creo en chefs sociópatas semejantes a Yeti; en medio hermanos que se encuentran el uno al otro a través de los sueños; en correr desnudo por las calles durante el deshielo en invierno.

Y creo que es posible que un hombre se adentre unos pocos pasos en la niebla de Alaska y termine en el Ferry de Staten Island.

En pocas palabras, creo en la magia. Así que, lógico de mí, no más argumentos lógicos.