Hundidos

La desolación del submarino que se encuentra colapsado y en el fondo del océano, habiéndose tragado la vida de tantos argentinos víctimas de la desidia y la irresponsabilidad, es una metáfora muy poderosa de estos tiempos. Se confirmó lo que ya se sabía, pero resta ahora todo descubrir todo lo que no se sabe: la maraña de ocultamientos, mentiras, secretos y falsedades que rodean a este caso tristísimo, desolador, que es el, hasta ahora, accidente del ARA San Juan. (Por Alejandro Ippolito, desde el semanario Café con Patria)

Por respeto a la memoria de quienes murieron en este hecho y al sufrimiento devenido agonía de los familiares que por un año estuvieron en las sombras de un Estado que los consideraba molestos, incómodos, para una gestión en permanente decadencia, es que no vamos a enumerar elucubraciones particulares ni hacernos eco de rumores que no han sido confirmados. Tendremos la prudencia de esperar alguna certeza, despejar lo aceptable de los delirios que se sucederán en las pantallas de los medios tratando de que cualquiera hable con tal de llenar espacios y completar la agenda.

Lo cierto es que al gobierno le “vino bien” el hallazgo, justo un día después de la lacrimógena presentación de Macri en un acto presuntamente de “acompañamiento” luego de haber dejado a la deriva y sin apoyo oficial a los familiares de las víctimas por todo ese tiempo.
Sin caer en la tentación de las suspicacias podemos observar la foto del presidente asegurando que seguirían buscando al submarino y casi en el cuadro siguiente, aparece la noticia de la confirmación del hallazgo por parte de la empresa estadounidense, Ocean Infinity, en el último minuto, del último día de exploración.

Hay un juego de cartas que se llama ‘desconfío’ ¿no es cierto?

Las autoridades locales del área, encabezadas por el impresentable ministro Oscar “el milico” Aguad, patearon la pelota para el costado y le tiraron el caso a la jueza federal, Marta Yañez, quien hace un año que instruye en la causa que investiga la desaparición del ARA San Juan, quien expresó que: “Por ahora no pediré el reflotamiento de la nave”.

 

Hace tres años que el dolor es la constante en la vida de millones de argentinos, todas son malas noticias, no hay nada para festejar, ni una sola medida en favor de la gente, solo desgracias, ajustes, muertes, despidos, endeudamiento, hambre, miseria, olvido, especulación, cierres de industrias, empresas y comercios, mentiras, burlas, disparates y saqueo. Y parece que no hay consecuencias y que la banda de forajidos ya planea sus acciones de campaña para continuar comandando el desastre a partir del 2020.

Es patético, es siniestro, pero saben que si hay algo que no tiene límites es la estupidez humana y el grado de enajenación de buena parte de la sociedad puede llevarlos a un nuevo triunfo con tal de que no vuelva la chorra, la que se robó todo, la que tiene un PBI debajo de la cama, la que bebe sangre de niños sacrificados en un altar profano, la que le metió la mano en los bolsillos a sacrosantos y arrepentidos empresarios, la que les dice en la cara a estos delincuentes lo que son y lo que hacen mientras todos se tienen que quedar callados.

Dicen que del ridículo no se vuelve, eso es falso, no solo se vuelve sino que se puede ser concejal, intendente, ministro y hasta presidente después del ridículo. La realidad más descarnada nos muestra nuestra precariedad como colectivo, como ciudadanía diezmada, como un cardumen hipnotizado por los medios, dispuesto al suicidio masivo en una playa.

El ARA San Juan es una imagen descomunal del país, una postal del presente, el resultado catastrófico de un Estado ausente y plagado de buitres y chacales que tienen una alcancía en el pecho que no late sino le cae una moneda. Y sucede en toda la región, donde antes daba orgullo ver esas fotos de Lula, Chávez, Correa, Evo, Néstor y Cristina y ahora nos hundimos en la vergüenza de mandatarios balbuceantes y déspotas, con las rodillas lastimadas de tanto inclinarse ante el imperio de los bancos.

Que descansen en la paz de nuestra memoria los tripulantes del San Juan, que encuentren en lo profundo lo que no pudieron hallar en la superficie de un territorio devastado, que su voz que no fue escuchada en el momento, sea un eco permanente que nos recuerde lo que somos y que les susurre al oído de los votantes del desastre:

“Ustedes también hicieron esto”.

 

 

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