¿La única verdad es la realidad?
Esta semana el Presidente Mauricio Macri hizo un acting que revela lo que podría ser el eje de su campaña electoral por la reelección. En la inauguración del Paseo del Bajo, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se acuclilló, tocó el piso con su mano y dijo: “Este pavimento no es relato, es real”. La estrategia ya venía anticipándose en sus redes sociales, con fotos y la frase “cosas reales”, o “cosas que se pueden tocar con las manos”. Nota de Santiago Diehl compartida desde Panamá revista.
Rémora del peronista “mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”, la frase es un clásico del discurso político. “Res non verba”, decían ya en la antigua Roma: “hechos, no palabras”. Para ese entonces, incluso Platón ya había escrito en La República la alegoría de la caverna, para ilustrar lo engañosa que puede ser la realidad para el conocimiento humano.
A riesgo de caer en el viejo tic de la “supremacía moral de la ciencias sociales”, hay que decir algo obvio: el problema con la realidad es que no es única. Todo es según el cristal con que se mire, decía Yoda. La tara es el lenguaje. No tenemos más que un único sistema para referirnos a los distintos niveles de la experiencia humana: sensorial-biológica y social-cultural. No hay un meta-lenguaje, estamos todos juntos en este mismo lodo semántico, todos manoseaos. Por eso, la epistemología constructivista habla de realidades de distinto orden.
Cualquier sociólogo sabe, con Berger y Luckman, que la realidad es una construcción social. Cualquier psicólogo sabe, con Vigotsky, que el individuo no existe sino a partir de la internalización de la cultura. Lo que primero existe en el nivel social (interpsicológico), luego se forma en el individual (intrapsicológico). Como en la transición del plano del fémur volador a la estación espacial en 2001, Odisea en el espacio, de ahí a las guerras infocomunicacionales, o de quinta generación, hay un pasito.
Por eso la importancia de los medios de comunicación y su regulación antimonopólica, un tema aún pendiente en nuestra agenda democrática. La economía política de la comunicación es una de las partes más relevantes de la economía política en general. Qué recursos se distribuyen entre qué actores (que defienden qué intereses). Porque si una particularidad tiene la comunicación es que no es meramente un negocio.
Como se dijo esta semana en un debate más que interesante en Twitter, no es lo mismo vender noticias que galletitas. Porque la información es estructurante de la subjetividad. Crea, modifica la subjetividad. Crea sujetos. No como se creía antes, con el poder de una aguja hipodérmica que nos inocula de una vez y para siempre el virus del populismo, el comunismo o del neoliberalismo. Pero sí en su pregnancia continua, en su capilaridad omnipresente, ineludible, en la ficción y en la no-ficción. Procesable, con efectos limitados, sí, pero persistente, definitiva.
La mano del Presidente tocando el pavimento, su banalización del “relato”, como si no hubiera un relato macrista, como si pudiera gobernarse una sociedad compleja y demandante como la argentina sin un relato integrador, plantean una pregunta válida de cara a las próximas elecciones. ¿Es Macri una persona con un desconocimiento absoluto acerca del funcionamiento del plano narrativo-imaginario de la sociedad? En el capítulo final de Game of Thrones, tras años de guerras y matanzas, Tyrion lo plantea con suma sabiduría: nada es más poderoso que una buena historia.
La capacidad de crear relatos no es sólo algo distintivo de los sapiens, es lo que hizo posible que un homínido de las sabanas africanas sin mayores aptitudes físicas dominara el planeta entero como una sociedad global. Cada cual tiene un trip en el bocho y es difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo, lo sabemos. Cada loco con su tema. Por eso, el dinero, la religión, la democracia, la república, los derechos humanos y tantas otras invenciones humanas son relatos necesarios para regular nuestra convivencia. El Presidente debería saberlo, habida cuenta de su conversación con Yuval Noah Harari. Pareciera que para cierto tipo de políticos los diálogos con pensadores de fuste son sólo eventos de prensa.
Pero la confusión aviesa entre relato y mentira no es una herramienta nueva en la comunicación de campaña de Cambiemos. “El relato” fue un caballito de batalla en su ascenso al poder, y seguirá galopando en su intento de continuidad. No hay realidad compleja inteligible sin relato. No hay orden en el mundo sin relato. No hay belleza sin crítica. No hay gol del siglo sin relato de Víctor Hugo. El macrismo, desde la prepotencia del poder económico, propone pavimento y palos. La fantasía Cacciatorista había sido evocada. En eso, el que avisa no traiciona, concedamos.
Por eso, la militancia de campaña no puede soslayar este punto de debate sobre lo que es real y lo que no. Hay relatos y relatos, y algunos son menos relato que otros, parecen decirnos. Desde la trinchera, ¿es menos real el aumento del índice de pobreza y el desempleo en los años de gestión de Cambiemos? ¿Es menos real el hambre y el endurecimiento de la represión?
La relación entre relato y realidad no es lineal. No es, ciertamente, una relación de espejo. No hay relato que refleje la realidad. Hay relatos que encajan con una cierta realidad dada, en determinado tiempo y en determinado lugar, como una llave y una cerradura. Un relato es verosímil mientras funciona, y funciona mientras es verosímil. Si algo es real en la creencia interpersonal, es real en sus efectos sociales. ¿O no es acaso una consecuencia lógica del relato manodurista de la ministra Bullrich el asesinato de cuatro adolescentes en San Miguel del Monte, Provincia de Buenos Aires, por parte de la policía?
Desde una perspectiva de los medios, la realidad se puede tapar o se puede hacer tapa. Se puede hacer periodismo de guerra. Se puede, sí, se puede. Por un tiempo, se puede. Hasta que la llave se gasta, o te cambian la cerradura y te quedás afuera del inconsciente colectivo. Cuando a la grieta le empiezan a poner enduido, y el relato te tira atrás, te pide más y más, y llega un punto en que no querés.
Nota compartida desde Panamá Revista.