Mejor que hacer es decir

Suponen, porque lo sostienen permanentemente, que mejor que hacer es decir. Ellos, los que han llegado al gobierno desde las sombras del olvido y la anestesia, inculcando el odio en un sector social de lamentable sustancia, empobrecido y atontado a golpes de entretenimiento y de mentiras. (Por Alejandro Ippolito, desde el semanario Café con Patria)


Alguien les ha confiado a estos gerentes del desastre que repitiendo una falsedad una determinada cantidad de veces la convierten irremediablemente en una verdad. Creen que cualquier cosa que digan, por disparatada que sea, podrá constituirse en materia terrenal a fuerza de enunciados. Se perciben tal vez, como deidades de un Olimpo de cristal desde donde imponen su mandato y son capaces de crear todas las cosas, conformando una dimensión imaginaria que todos supongan como la única verdad.

Desvarían. Se comportan como hipócritas desmesurados que se dedican a condenar acciones que nunca sucedieron, como es el caso de la “noticia” de las cuentas en el extranjero de Máximo Kirchner, cuentas que jamás existieron pero que los medios subsidiarios de estos mercenarios se encargaron de presentar con el aval de la condena de un sector social que causa verdadera tristeza de tan ignorante y manipulado.

Pero a la vez se atreven a defender públicamente la existencia de las empresas offshore en paraísos fiscales ya que gran parte de los funcionarios de primera línea son titulares de este tipo de emprendimientos fantasmas, dispuestos simplemente para evadir y defraudar. Tal es el caso de Marcos Peña que con cara de cemento se atreve a sostener que “las empresas offshore no son corrupción”.

Claro está que la corrupción, como construcción simbólica, solo le pertenece en exclusividad a todo integrante del gobierno anterior y es la justificación recurrente para la caza de brujas que no es otra cosa que una fábrica de presos políticos, encarcelados sin pruebas ni sentencia.

Es frecuente ver como un asesino integra las filas de la pueblada que busca a una persona desaparecida, camuflándose en la muchedumbre y fingiendo preocupación e indignación por el caso aberrante. Luego, si el cuerpo es encontrado, clama al cielo por justicia y se une al llanto desconsolado de los allegados. De esa forma nadie lo mira, nadie sospecha que puede ser un psicópata que utiliza esa maniobra perversa para desviar la atención y, si resulta posible, lograr que otro pague por su crimen haciendo recaer las sospechas sobre un inocente.

De la misma manera se comportan los funcionarios del actual gobierno – desde el presidente hacia abajo – tratando de constituirse en paladines de la moral, la transparencia y las cuentas claras, cuando en realidad representan a una manada de corruptos y estafadores que están despedazando el país y has sido protagonistas (ellos y sus nobles familiares) de debacles anteriores que enterraron al país y a su gente en el barro del endeudamiento y la miseria.

Por eso resulta indispensable estar permanentemente refutando sus mentiras ya que ganaron las elecciones con esa herramienta y les resulta sumamente útil frente al odio y la apatía de buena parte de nuestra sociedad enferma. Hay que refutar sus datos falaces, confrontarlos, pedirles permanentes explicaciones y empujarlos al ridículo de pretender cubrir el cielo con un dedo.

 

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