Si el consenso decide la verdad, ya no habrá información alternativa
Las captchas son un modo de verificar que una información es introducida por un usuario y no un robot. El sistema es por consenso: si múltiples usuarios introducen la misma respuesta a una pregunta, se entiende que es verdad. O que es acertado, que no es lo mismo. Si todos califican positivamente –sin corregirla- a una traducción, será considerada la correcta. Si son muchos los que tipean la misma información para una señal de tránsito, si todos reconocen en una misma foto a un autobús, una vidriera, un puente, lo serán.
En determinados contextos, consenso es verdad. Eso funciona para determinar fiabilidad: Si múltiples usuarios puntúan una traducción como correcta, se supone que lo será. Lo será para el sistema, quizás no sea verdadero. y entonces podemos preguntarnos acerca de cuál es la noción de verdad. Si es una noción multiconsensuada o absoluta. Y sucede ahora que lo que tradicionalmente ha servido para cuestiones informáticas, las grandes empresas lo están empezando a utilizar para verificar información. Y aquí lo alternativo choca con lo hegemónico. Porque estos sistemas, a partir de ahora, consideran verdad lo que es verdad para muchos, o para las grandes empresas, que en comunicación son los medios hegemónicos. Podemos adelantarlo, una voz disonante será acallada.
Lo que conocemos como redes sociales, y que usamos para militar, resistir con aguante, compartir noticias de corrupción gubernamental, difundir lo que “los medios no muestran”, no fueron originalmente pensadas para eso. Y para esto las usamos, lo que está alimentando una avalancha que en cualquier momento puede derramarse.
Cuando surgieron las “fake news”, fueron un terremoto al sistema del periodismo internacional. El mundo las conoció de la mano de Trump. Los «hechos alternativos» aportados por él o su equipo, que desafiaban lo hasta entonces conocido. Y sus seguidores preferían consumirlas antes que las noticias “curadas” por expertos o sea por periodistas y editores.
Los sistemas de redes sociales, con el argumento de luchar contra ellas, implementaron diversas estrategias para filtrar la información mentirosa. Y en el camino, quedó la información alternativa, la generada por medios sociales coordinados por colectivos alternativos. Si ahora la «verdad» es lo que dicen, postulan, publican los medios hegemónicos, poco espacio queda para otras «verdades» diferentes. Las voces de los colectivos populares que tratan de difundir otra versión de la realidad.
Cuando las redes sociales nos incluyeron a casi todos, se pensó que eso terminaría definitivamente con la censura. Lo que los medios no difundieran, lo expondrían las redes, las radios populares, las paredes. Pero con el cambio de gobierno ocurrido a fines de 2015, una constatación erizó la espalda de los centenares de miles de militantes de escritorio del FaceBook y el Twitter, ahítos de megustear las publicaciones que armaban la línea de tiempo de sus muros, pensando que con ello contribuían a la revolución que ocurriría mañana. Sucedió que mas pronto que tarde se dieron cuenta que el algoritmo de las redes sociales, con su mecánica de mostrar cada vez mas lo que más nos gusta, hacía que las publicaciones que desenmascaraban la horrenda corruptela del gobierno, solamente la veían los convencidos. Quienes habían decidido sólo ver los destellos de felicidad, no las veían.
Si una marcha ya no es difundida a través de los medios hegemónicos, no existe. Si la difunden los medios alternativos, sólo será visible para quienes los consumen. Pero si además, su veracidad es puesta en duda doblemente porque aparece en un solo medio estamos en problemas. La información alternativa por lo menos es difundida a través de las redes sociales. Pero si esas redes sociales la rechazan porque sus algoritmos deciden que es «falsa», estamos en problemas.
Estamos en riesgo, incluso, de convertir en mentira tu experiencia en primera persona. Si en algún momento, con el inicio de las redes, en alguna película de acción se postulaba incluso que quien descubría los negociados del poder, sólo con «subirlo a la red» ya estaba resuelto el tema. Porque «ahora todos lo sabían”. Cuando en la serie Max Headroom, situada apenas 20 minutos en el futuro, el cronista Edison Carter enfrentaba a los malos de turno, su arma era su cámara de tv. Y para confrontarlos les espetaba: «¿Qué tiene para decir ante 23 millones de espectadores». Y los malos huían, porque hicieran lo que hicieran, estaban descubiertos. Era el reinado de la televisión omnipresente que, pensamos, entraba en su ocaso con las redes.
Una retorcida versión de ese futuro ya sucede en la actualidad. En este presente que sufrimos, muchos eligen no ver, no conocer. En un horizonte aspiracional, deciden qué creer, y le dan la espalda a aquello que no quieren saber. Entonces, si todo hoy pasa por FaceBook , lo que no entra en FaceBook no existe. Como antes la televisión. Y entonces el dilema actual es como informar lo que la gente no quiere saber, no le interesa. Es cierto, todos tenemos FaceBook , Twitter, Instagram, pero algunos somos mas populares que otros. Esas pantallas son nuestra vidriera, pero la reputación previa que tengamos hará que esa vidriera esté en una calle céntrica o en los suburbios. Todos podemos ser Youtuber, pero pocos logran millones de visionados.
Se puede destacar cada día un negociado nuevo de los sicarios del gobierno. Pero si el público mayoritario prefiere ver las noticias de la farándula a cambio de ello, si prefieren saber las novedades de las investigaciones acerca de los que «se robaron todo»… ¿Qué audiencia me queda? Solamente la marginal.
Pero hay algo peor aún. Si soy la única voz en el desierto que denuncia lo que nadie denuncia, los complejos algoritmos decidirán que eso que estoy denunciando, viendo, enfrentando, no es verdad, no existe. Quién decide qué es verdad, como siempre, será el poder. Porque si no se comparte, no es noticia. El capcha-recapcha del periodismo decidirá que mi visión alternativa no es correcta, y además me castigara -bloqueándome- por mentir. Una visión inocente no reconocerá el sesgo ideológico implícito en la operación. Cada uno mira su canal en la oscuridad de su habitación solitaria. Y no está abierto a otras informaciones, enfoques, miradas.
Si la lucha de FanAzul sigue, pero soy el único medio que la continúa publicando, porque para los medios hegemónicos no existe, los algoritmos decidirán que es una noticia falsa y la filtraran, impidiendo su difusión. Si de tanto poner malas noticias en una época de globos de colores el FaceBook amenaza con bloquearme, mi voz a la larga será acallada.
¿Censura en un mundo 3.0? Cambia la época y cambia internet. En 2010, al buscar sobre política en Google, únicamente un 40% de los resultados los proveían medios de comunicación. Ya en 2016, ese porcentaje rozaba el 70%. En abril de 2017, Google anunció que implementó cambios en su servicio de búsqueda para dificultar el acceso de los usuarios a lo que llamaron información de “baja calidad” como “teorías de conspiración” y “noticias falsas” (fake news). FaceBook también aplicó una política similar. Eso para el público se presentaba como una mejora, pero… ¿Qué es información de “baja calidad”? ¿cómo se mide? Para google, la intención es evitar “experiencias molestas para el usuario”. O sea que reduciría su exposición a noticias desagradables. Pero el mundo no es siempre una canción new age. Desde que Google implementó los cambios en su motor de búsqueda, menos personas han accedido a sitios de noticias de izquierda, progresistas, u opositoras a las guerras. O sea, si no estás en el buscador, no existís. O por lo menos, bajás en el ranking de búsquedas. La sospecha es que Google se haya aliado con los medios tradicionales para discriminar a medios alternativos e independientes.
El peligro es que Google y FaceBook decidan qué noticias son falsas y cuáles no, porque su posición monopólica los transforma en un supereditor periodístico mundial. Y no serán personas quienes tomen esas decisiones, sino algoritmos. La arquitectura de internet tiene una influencia tremenda sobre lo que se hace y lo que se ve; los algoritmos influyen sobre qué contenido se extiende más en FaceBook y cuál aparece encima de las búsquedas de Google. Sin embargo, los usuarios no lo saben ni están capacitados para entender el modo en que se recolectan los datos y cómo éstos se clasifican. Para muchos, Google es internet, o peor aún, FaceBook es internet. Google nos posibilita acceder ordenadamente a los contenidos de la Red, FaceBook nos muestra qué podemos ver en esa red de relaciones.
De manera para nada inocente, los algoritmos –en su oscuridad- se constituyen en un inconveniente primordial para las democracias. En nuestro país apenas si alcanzamos a discutir una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, y encima ésta fue luego demolida. Tras más de una década de gobiernos progresistas en la región, no se logró tomar medidas con respecto a controlar los monopolios de la información, en una discusión fervientemente atrasada.
Si no decidimos, si no podemos resolver qué cosa son las noticias en el entorno digital en el que habitamos, y peor aún, si lo que logramos expresar es decretado “fake”, un panorama sospechosamente parecido al infierno descripto por George Orwell en su novela “1984” estará comenzando a convertirse en realidad. No sólo a través de una neolengua que establece los significados, sino también en la definición de que nuestra realidad concreta, es mentira porque somos los únicos que nos atrevemos a plantearla.
Sobre esa base se decidirá entonces la realidad. Sobre «consensos» como las traducciones o las captchas. y entonces será difícil que circule otro discurso, alternativo. Y los límites de la realidad serán cada día más estrechos, sin espacio para nuevas, pequeñas voces. Como la tuya, o la mía.