Usted preguntará ¿Por qué cantamos?

Los tiempos modernos y la democratización del uso de las nuevas tecnologías de la comunicación traen aparejados múltiples beneficios pero también algunos inconvenientes. Un factor desfavorable de este escenario multiplataforma en el que existimos – con vivir no alcanza – es que estamos todos en contacto casi permanente con el pensamiento ajeno. Eso podría percibirse, a priori, como una virtud pero no lo es. Ser testigos de las expectoraciones pseudointelectuales y las expresiones miserables de pensadores de cabotaje y odiadores seriales resulta ser como una sesión de acupuntura con tachuelas y clavos ‘Miguelito’.

Si uno es un tanto masoquista ya desde temprano alcanza y sobra con abrir alguna de las redes sociales, pongamos por caso Twitter, y desayunarse con una mezcolanza amarga de insultos, bajezas, liviandades con aires de grandeza y todo espolvoreado con una rotunda ignorancia y resentimiento.

 

El odio no es de ahora, no es una especie que se impuesto por generación espontánea en nuestra sociedad, el odio es endémico, condición humana que ha encontrado en la división de clases y de modelos de país tan dispares, un terreno fértil donde prosperar.
Por eso es que sostengo que la noción de grieta es mitológica, porque sólo puede agrietarse aquello que en principio estuvo unido, una superficie uniforme y armónica que por algún factor determinado se corrompe y se resquebraja.
Pero esta superficie que nos ocupa, la del entramado social de nuestra patria, nunca estuvo ni unido. Las cuestiones de todo lo «anti» se impusieron por sobre las posturas populares en múltiples oportunidades.

Esa dicotómía entre Unitarios y Federales, entre negros y blancos, peones y estancieros, trabajadores e industriales, peronistas y antiperonistas, oligarquía conservadora y partidos populares, trabajadores y «vagos»…»contentos y amargaos», como diría Discépolo.
EL desprecio y la violencia se han instalado en la dinámica de relaciones virtuales de manera sólida, como regla y no como excepción. La espuma rabiosa salpica los teclados afiebrados y los insultos recorren el espacio y cada resquicio de este laberinto en cuyo centro nos espera el Minotauro para devorarnos.

Las noticias son regadas por comentarios feroces, algunos de una bajeza inquietante, los posteos en cualquiera red abierta son arañados por el rencor y las palabras más hirientes. Y en ese juego perverso nos encontramos inmersos porque a alguien le conviene que juguemos de ese modo sin ninguna duda.

Se dice por ahí que el amor vence al odio, y no estoy tan seguro, a lo sumo saca un empate y cada tanto pierde por goleada. Pero lo que sí puede vencer al odio, es el arte, acaso una de las formas más puras del amor.

Con el arte podemos convertir ese profundo desprecio de un sector social abominable en cenizas. Con música, textos, obras de teatro, películas, intervenciones callejeras, arte urbano, graffitis, poesías, cuentos, programas de radio, y sobre todo, con el infalible humor.
Los artistas que tenemos de este lado de la calle son brillantes, pero no solo los reconocidos sino también aquellos que despliegan su talento de forma anónima y militante: los pibes que cantan un rap en algún tren, los que graban canciones inteligentes y la comparten en las redes, los que hacen videos ingeniosos, los que sorprenden en la calle con una coreografía multitudinaria que se replica en todo el país y tantas expresiones más, cada día, a cada instante.

Esas cosas que fuimos recibiendo a lo largo de estos años oscuros y nos permitían una sonrisa y nos ayudaron a respirar. Hoy, con una efervescencia feliz, se multiplican y crecen, con un efecto imparable que le pasa por arriba a cualquieras de las frases mediocres y miserables de los actores del gobierno y sus aliados mediáticos.

El arte nos va a salvar y, acaso, ya no haya salvado una vez más. Una canción maravillosa de Benedetti y Favero, «Por qué cantamos» fue todo un símbolo de otros tiempos negros. Uno de sus párrafos decía:

«Cantamos por el niño y porque todo,
y porque algún futuro y porque el pueblo,
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos.»

 

A seguir cantando, entonces a pesar de los golpes, la mentira, los desprecios. Por los que se quedaron sin voz en este penoso trayecto, por los que se cayeron una y otra vez sobre las piedras. A seguir cantando, pintando y escribiendo; porque no pueden contra eso, no pueden detenerlo.

Porque siempre han sido más fuerte los versos que los perversos y allí está la clave de nuestra próxima victoria.

 

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