¿Y ahora? ¿Otra «equivocación de la difusión»?

La comunidad universitaria no tiene descanso. Si parecía suficiente con el alerta de desembarco de Baby Etchecopar en terreno de la Unicen, allá por abril, ahora son los carteles de Rolando Hanglin y su ‘El veterano divorciado’ los que sindican al Centro Cultural Universitario como el escenario a presentarse. ¿Otro ‘error’ endilgado a la difusión de la productora? ¿Otra lavada de manos de la Secretaría de Extensión, encargada de la administración del CCU? ¿Otra provocación? Aún no se ha conocido ninguna respuesta oficial ni del área responsable al respecto. Ya dijo Martí: “Ver después no vale, lo que vale es ver antes y estar preparados”… Frase también útil para abrir paraguas.

Planteaba Marx, al inicio de ‘El dieciocho brumario de Luis Bonaparte’: “La historia se repite dos veces. La primera como tragedia, la segunda como farsa”. Y así está sucediendo en el Centro Cultural Universitario y el área responsable de alquilar el espacio. En el último abril, el alerta fue dado desde las redes sociales, y desde allí se viralizó, cuando en el centro de Tandil se pegaron afiches publicitando un espectáculo de Baby Etchecopar, a realizarse en… el Centro Cultural Universitario!

Buena parte de la comunidad universitaria de la Unicen, desde alumnos, hasta docentes, graduados y no docentes pusieron el grito en el cielo y en la casilla de correos de áreas como las de Cultura y la de Extensión, dependientes del Rectorado. Desde allí, se contestaba que desde ninguna de esas oficinas se había gestionado ni alquilado, en ningún momento, la sala para tal número. Por ende, a la empresa productora que traía el ‘espectáculo’ (si se lo puede llamar de alguna manera) se le achacó el haber cometido el “error” al colgar los afiches. Así fue que primero se le tachó el lugar y finalmente no se presentó en Tandil (sí lo hizo en el Teatro Municipal de Olavarría, como prontamente también lo hará Cacho Castaña…)

Hace apenas una semana, la escena volvió a repetirse, calcada: en varias paredes de la ciudad, que cumplen con su destino de carteleras culturales, se encontraban afiches que avisaban de la llegada a Tandil, de un machista y misógino como Rolando Hanglin, con ‘El veterano divorciado’… ¿adónde? ¡Al Centro Cultural Universitario! ¿Y ahora qué pasó? ¿Será que las productoras cometen siempre el mismo «error» a la hora de cerrar en la imprenta la data de la publicidad? ¿O será que, ante la tamaña repercusión y el nivel de rechazo que tuvo lo de Etchecopar, no quedó otra que esquivar la responsabilidad inventando aquello de la «equivocación» de la productora? ¿Quién gestiona los usos del espacio del CCU? ¿Secretaría de Extensión de la Unicen, a cargo de Daniel Herrero?

¿La UNI colecciona machistas?

Con esa pregunta, entre lo retórico, la denuncia y el llamado a la autocrítica, tituló su nota en Facebook Matilde Balduzzi, docente e investigadora de la Unicen. Allí da cuenta de lo sucedido “hace apenas unos meses” con Baby Etchecopar, y el nuevo anuncio de un número similar, esta vez a cargo de Rolando Hanglin. Tal lo indica Balduzzi, “este ‘periodista’ y conductor de programas de radio es un conocido -y autodeclarado- machista, homofóbico, e incluso, naturalizador de la pedofilia. Muchas/os lo hemos escuchado, hace algunos años, justificar la pedofilia, remitiéndose a un pasado en el que las chicas se casaban a los 13 o 14 años”.

‘Periodista’ que, como recuerda Balduzzi, en 2013 destacó como hito histórico relevante a la ‘Campaña del desierto’, con afirmaciones tales como: “En 1880, al terminarse la Campaña del Desierto, la Argentina estaba en el top ten y era el país del futuro. Hay que volver a ese lugar, nada más” (Diario La Nación). Asimismo, vale rememorar (sólo a los fines de completar su vasto prontuario) su nota en Infobae, en mayo de 2017, donde afirma que “Querer cambiarle el nombre a Rauch por Arbolito no sólo es absurdo, es ofensivo”.

En tren de rememorar y exponer claramente el pensamiento de Hanglin sobre diversos temas, Balduzzi señala que, en torno a mujeres y feminismo, este sujeto ha afirmado: “Yo sostengo que el machismo no existe. No hay machismo, hay división de roles en la sociedad, la mujer se suele ocupar de algunas cosas y el hombre de otras. El hombre sigue siendo el que trabaja afuera y la mujer sigue siendo ama de casa. Esas mujeres que trabajan son una entre millones«.

Asimismo, Balduzzi apunta: “a Hanglin, el feminismo le parece injustificado y dice que nuestro país es feminista ‘hasta un grado extremo’”. Hasta ha cuestionado la incorporación al Código Penal de la figura del femicidio: “Nosotros vivimos en un país que para algunos es machista. Yo creo que es feminista paroxístico. El varón ha perdido todo mando, toda influencia y hasta el derecho a la palabra. Todo hombre en principio es culpable de lo que sea. No sólo es feminista nuestro país, sino que lo es hasta un grado extremo y no nos damos cuenta. Incluso se ha creado la figura del femicidio. O sea que matar a una mujer es distinto que matar a un hombre”. Los hombres son, según la perspectiva de Hanglin, víctimas de ese “feminismo extremo”: «Con la complicidad de un sistema judicial íntegramente compuesto por mujeres (psicólogas, secretarias, abogadas, juezas, camaristas) nos arrebata nuestros hijos, nos expulsa de nuestras casas y nos rotula de ‘golpeadores’, ‘infieles’, ‘machistas’, ‘maltratadores’, ‘sexómanos’ e ‘impotentes’, todo a la vez» .

Balduzzi cierra, irónicamente, con que “la culpa de todo, claro, es nuestra”, ya que así lo afirma Hanglin: «La mujer se ha convertido en nuestra enemiga, cuando era nuestro consuelo. Ella era el otro lado de la vida. El lado dulce. Ahora, puede convertir a un hombre feliz en un guiñapo humano. De hecho, lo hace constantemente”. Como conclusión, Balduzzi vuelve a la pregunta que se hizo “hace unos meses, cuando se anunciaba la presencia de Etchecopar en el Centro Cultural Universitario: ¿Puede la Unicen avalar esto?”. Mientras tanto, se esperan respuestas, no sólo para la comunidad universitaria de Tandil, sino también para las de las demás sedes que conforman el mapa de la Unicen, como Olavarría, que se encuentran en estado de desconcierto y pavor ante este anuncio poco feliz y, menos aún, acertado.

A Cultura Unicen sólo le toca el Espacio Incaa – Unicen

En diálogo con laburantes del área de Cultura de la Unicen, consultados sobre este nuevo hecho alrededor de la gestión del Centro Cultural Universitario, afirmaron que su labor sólo se circunscribe a la programación del Espacio Incaa Unicen, en la sala que otrora fuera la del cine Alfa. “La consulta hay que hacerla en Extensión”, indicaron. Asimismo, desde sus posicionamientos personales, tienen la información de que hay espacios suficientes en las salas de gestión privada de la ciudad como para hacer espectáculos y que, si la gente quiere asistir y pagar una entrada, vaya. “Como Estado, tenemos que trabajar sobre la educación, sobre la promoción de otros valores, y en el respeto de los derechos, como los de las mujeres”, subrayaron. E insistieron con que, si bien se asocia al área de Cultura en estas cuestiones, no tienen nada que ver, en absoluto, con la cesión, gestión o alquiler de los espacios del CCU.

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DEL BAÚL DE LOS RECUERDOS

Sucedió en 2014, más precisamente el 16 de septiembre. Hanglin publicó en La Nación ‘¿Quiénes son los mapuches?’, nota que generó un amplio rechazo y repudio, a punto tal que fue acompañado con las firmas de cientos de docentes e investigadores, entre ellos un buen número de los pertenecientes a la propia Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Aquí compartimos el comunicado, por si hay quienes, responsables de ceder un espacio de una institución estatal y pública, todavía no están cancheros en eso de ‘googlear’…

Adhesiones al comunicado en repudio a la nota publicada por Hanglin en el Diario «La Nación»

Repudio a mensajes mediáticos que desconociendo la Constitución Nacional, las provinciales, demás legislaciones vigentes y el conocimiento académico de varias décadas, buscan negar la preexistencia y los derechos del pueblo originario Mapuche.

Ante la publicación en los últimos días de una nueva nota periodística firmada por Rolando Hanglin en el matutino “La Nación”, negando la preexistencia -y por consiguiente los derechos- del pueblo Mapuche, los abajo firmantes, referentes de organizaciones, comunidades e integrantes de este y otros pueblos originarios del país, profesionales de diferentes centros académicos y educativos, personalidades del arte, la cultura, los medios de información, junto con integrantes de organizaciones sociales, políticas y sindicales, deseamos repudiar esta comunicación y a la vez hacer pública nuestra posición.

Al igual que en una serie de artículos publicados por éste periodista, junto con otros comunicadores en los años 2009 y 2010, se esgrimen argumentos de enfoques y autores que ya han sido largamente refutados por una multiplicidad de investigaciones y producciones desde diversas disciplinas como la antropología, historia, arqueología, etnohistoria, tanto de nuestro país como desde el extranjero.

Entre las explicaciones empleadas para poner en duda el carácter “originario” del pueblo Mapuche, se recurre a una pretendida “pureza racial” y supuesta “pérdida” contemporánea de la misma, aproximaciones que han sido rebatidas por los distintos campos académicos. A la vez, se emplea el perimido criterio del uso de la lengua para definir la pertenencia a un pueblo indígena, cuando está ampliamente demostrada la imposibilidad de utilizar un único rasgo cultural como factor definitorio de una identidad, máxime cuando a los pueblos indígenas en América Latina les fue obligado abandonar su idioma y adoptar el del colonizador (castellano y/o portugués).

Semejantes explicaciones, tienden a reproducir estereotipos negativos y estigmatizantes que en muchos casos asumen connotaciones discriminatorias y racistas. Diversos sectores sociales -con intereses muy claros- acuden una y otra vez a estas concepciones para desvalorizar y desacreditar a los pueblos originarios, en especial en situaciones de conflicto como las que se dirimen en la actualidad en diversos territorios y ante la demora en la titularización de los mismos.

En contraposición con tales lecturas, existe un amplio acuerdo en las ciencias sociales y humanas en las últimas décadas en considerar la identidad en términos procesuales y relacionales –es decir que se define en la interrelación con un “otro”—, por lo cual nunca puede concebirse como una entidad estática ni promoverse asociaciones del estilo “una raza igual una cultura”. Estos análisis, que definían a las poblaciones como una “sumatoria de rasgos” (biológicos y culturales), han sido dejados de lado desde la década del ’60, ya que tienden a negar que los pueblos se adaptan y reactualizan en sus identificaciones en forma dinámica y variable.

Otro de los argumentos que se emplean en esta comunicación, es la lectura extremadamente simplista de “Mapuche” como presunto “invasor chileno” versus los “Tehuelches” como “auténticos indios argentinos”, presentándolos como homogéneos (dentro de cada grupo), en forma ahistórica y sumamente diferenciados unos de otros. Se deja así, fuera de todo análisis, el cambio sociocultural en los pueblos indígenas y las complejas transformaciones operadas durante siglos. Por ello, al no poder comprender (o desconocer) estos procesos, la “invasión” o “absorción” termina siendo la única explicación posible de la “desaparición” o transformación de los diferentes pueblos indígenas.

Desde la arqueología, la historia, la antropología social y la etnohistoria esta visión por demás limitada y reduccionista, ha sido extensamente refutada, evidenciando dinámicas de interrelación social muy complejas y de gran profundidad histórica a partir de la articulación y complementariedad entre los diversos pueblos indígenas entre sí, y con la sociedad hispano-criolla a ambos lados de la cordillera de los Andes.

A la vez diversos trabajos históricos revelan cómo el cordón montañoso pasó a erigirse como frontera efectiva luego de la constitución de los Estados nacionales y, en algunos casos, varias décadas después. De allí la lectura errónea y sesgada que supone atribuir a los pueblos indígenas una nacionalidad “argentina” o “chilena”, cuando aún no se había efectivizado la ocupación territorial de ambos Estados y la cordillera no funcionaba en los hechos como un “limite”. Incluso aún en la actualidad, para muchas poblaciones asentadas en las proximidades de los pasos cordilleranos, tal clasificación carece de sentido en la medida en que sus dinámicas socioeconómicas y culturales están asociadas a los espacios territoriales que pertenecen a ambos estados nacionales.

Sugestivamente, es omitida en estas notas, la contundente evidencia que registra la presencia de población Mapuche asentada en el actual territorio argentino, que a medida que avanzaba la conquista militar de fines del Siglo XIX debió desplazarse hacia el oeste de la cordillera (actual estado chileno), dato que surge de vastos testimonios y documentos. Entre estos últimos se encuentran, nada más y nada menos, los propios partes militares de la Conquista del Desierto –tal como puede leerse en el libro “Campaña de los Andes – Al sur de la Patagonia, Partes detallados y Diario de la Expedición” elaborado por la “2da división del Ejército”, Buenos Aires año 1883- que revela: “En el territorio comprendido entre los ríos Neuquén y Limay, Cordillera de los Andes y Lago Nahuel Huapi no ha quedado un solo indio, todos han sido arrojados al occidente” (1883:20). Es decir, en palabras de los propios militares, los indígenas fueron expulsados desde el actual territorio argentino al occidente de la cordillera (donde luego se consolidaría el estado chileno).

Unos años después, al finalizar las campañas militares, muchas de estas familias “retornaron”. Es decir, aquello que se lee erróneamente como una invasión trans-cordillerana, en realidad implica el “regreso al territorio originario”.

La pretendida identificación del Mapuche como “chileno”, con la consiguiente negación sistemática de su preexistencia étnica y cultural, se contrapone con la multiplicidad de estudios académicos que rebaten tales teorías. Pero también –lo que no es menor– contradice las legislaciones vigentes, ya que la Constitución Nacional del año 1994, con la sanción del artículo 75, inciso 17, ha incorporado con rango constitucional el reconocimiento de la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas. Además, el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) reconoce al pueblo Mapuche, al igual que distintas cartas magnas provinciales.

Es ineludible remarcar que los medios periodísticos que publican estas comunicaciones tienen un vínculo insoslayable con la sociedad oligárquica consolidada a fines del Siglo XIX, cimentada sobre la base del genocidio y expoliación a los pueblos originarios, que instauró un proyecto de país sumamente desigual pensado para unos pocos. Por eso, lejos de una pretendida “neutralidad” u “objetividad periodística”, esta nota publicada en el matutino “La Nación”, defiende intereses políticos y económicos muy claros y posee un posicionamiento bien definido en los conflictos territoriales actuales que afectan al pueblo Mapuche en Patagonia.

Por último, deseamos denunciar la gravedad de estos mensajes mediáticos -publicados por autores no especializados- que desconociendo los debates académicos de varias décadas en relación al tema y que son compartidos por vastos sectores de la sociedad, no tienen otro objetivo que deslegitimar al pueblo Mapuche (al igual que a otros pueblos) y limitar su acceso a los derechos previstos en la Constitución Nacional, en las provinciales, así como en las demás legislaciones vigentes, junto con diversos convenios internacionales que ha refrendado nuestro país. También tienen por objetivo crear confusión y desarrollar sentimientos discriminatorios en la sociedad nacional.

Baby Etchecopar y el CCU: ¿Provocación, equivocación o lo qué?

Por si no era suficiente: Baby Etchecopar en el Teatro Municipal de Olavarría