Bastones largos, ideas cortas

El 29 de julio se cumplieron 55 años de la represión y desalojo de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires, tomadas a modo de protesta por estudiantes, profesores y graduados. Una nota de Florencia Oroz Compartida desde Notas Periodismo Popular

El 29 de julio de 1966 la flamante Revolución Argentina, encabezada por el general Onganía, decidió el desalojo por la fuerza de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires, que se encontraban en ese momento ocupadas a modo de protesta por parte de estudiantes, graduados y profesores ante la decisión del gobierno de facto de intervenir la universidad, anulando los principios de autonomía universitaria y gobierno tripartito sancionados con la Reforma de 1918.

La noche de los bastones largos, como se la conoció posteriormente, fue la carta de presentación de este nuevo gobierno de facto, uno de los tantos que, luego de 1955, asumió el mando del país con el objetivo de solucionar el gran mal que afectaba a la argentina desde hacía tiempo y que no hacía sino empeorar: la cuestión peronista.

 

Pero los años del onganiato, lejos de significar una solución a ese problema, encarnaron todo lo contrario. Fueron los años de la reacción de las clases medias, de la radicalización de la clase obrera, del Aramburazo montonero, del Cordobazo y del Viborazo y, sobre todo, los años que vieron nacer y consolidarse a las organizaciones guerrilleras en el país.

El objetivo económico de Onganía, oficialmente perseguido en nombre de una “revolución argentina”, fue pronto bien interpretado como un intento de consolidar la hegemonía de los grandes monopolios industriales y financieros asociados al capital extranjero a expensas de la burguesía rural y los sectores populares.

Muchos jóvenes nacionalistas, al advertir la tendencia posperonista de una burguesía nacional que perdía terreno ante una expansionista burguesía internacional apañada por el Estado, comenzaron a preguntarse entonces si el desarrollo nacional era compatible con la continuidad del capitalismo en Argentina. Pero la radicalización social general de esos años se debió mucho más a factores políticos y culturales que a los sociales y económicos.

 

Y es que para la clase media, que a mediados de la década del sesenta estaba aún expectante ante la convulsionada situación del país, la nueva intervención militar supuso más que un ataque a la democracia: significó un violento golpe sobre cuestiones que consideraban tradicionalmente su coto privado, incluso durante la década infame de los años 30: las universidades y el mundo de la cultura en general.

La impulsiva embestida de Onganía -en teoría, una intervención universitaria contra las “infiltraciones comunistas”- fue uno de los factores decisivos para empujar a la juventud de la clase media hacia el campo de la oposición nacional y popular.

El 29 de julio de 1966, sólo un mes después del golpe, la Noche de los Bastones Largos causó una profunda impresión en los ánimos estudiantiles. Y aún más: el 12 de septiembre de ese mismo año la policía de Córdoba proporcionó al movimiento estudiantil su primer mártir al herir mortalmente a Santiago Pampillón durante una manifestación.

 

Así es que el proceso de radicalización de finales de la década del 60 y principios de los 70 se vio estimulado, en gran medida, por el autoritarismo del régimen militar, cuyos métodos represivos eran a veces brutales, siempre torpes y nunca eficaces. Para muchos, por esos años el peronismo representaba simplemente una alternativa popular. Pero a partir de este momento cada vez fueron más los que tomaron la retórica radical del movimiento al pie de la letra y se unieron a las filas peronistas por considerarlas una alternativa auténticamente revolucionaria.

Como consecuencia de ese 29 de julio fueron más de 300 los profesores universitarios que debieron exiliarse, entre ellos Rolando García (autor de la epistemología genética junto a Jean Piaget), Tulio Halperín Donghi (reconocido historiador de América Latina), Gregorio Klimovsky (epistemólogo, considerado una de las máximas eminencias en lógica matemática y filosofía de la ciencia del país) y Mariana Weissmann (física atómica, primera mujer incorporada a la Academia Argentina de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales).

La Noche de los Bastones Largos fue un episodio clave en esta historia, en tanto inauguró esa política de represión cultural hacia las clases medias que transformó a la resistencia de un movimiento subterráneo en un estado de movilización de masas. Representó, además, el primer episodio de una historia tristemente célebre durante el restante siglo XX argentino: la fuga de cerebros.