Fiesta Popular del Picapedrero en Cerro Leones, pasado, presente y dos modelos de desarrollo

 

Cuenta la gente mayor y lo certifican postales y fotos de época, que a poco más de 6 kilómetros del centro de Tandil, en tiempos en que esa distancia parecía muy lejana, existió un cerro de granito que semejaba los perfiles de dos leones enfrentados. La explotación minera que se inició a fines del siglo XIX y se intensificó hasta bien entrado el XX, dejó allí dos enormes cavas y una historia de lucha. Los actuales vecinos de este barrio, uno de los más antiguos de la Ciudad de las Sierras, se organizaron y ya van por la 4ta edición de una fiesta tan irrepetible y única, como fiel a sí misma.

 

La Fiesta Popular del Picapedrero se presenta como un reconocimiento a Cerro Leones, a su historia invisibilizada como cuna de la unidad obrera, y a su potencialidad desde la memoria, lo ambiental, lo turístico, lo artístico y lo recreativo. Conviven en la participación desde el gremio AOMA hasta la Asamblea en Defensa de las Sierras. Más allá de los salames y quesos, Tandil se inició como ciudad con la labor picapedrera, pero en este siglo la realidad es otra y el debate por un modelo de desarrollo continúa y no escapa a esta Fiesta.

UNA CAMINATA EN HOMENAJE A LA MEMORIA Y LA FRATERNIDAD

Domingo 10 de octubre de 2021, minutos después de las 10 de la mañana. El día asoma nublado y algo fresco, sin amenaza de lluvia a la vista. Desde la esquina de Azucena y Suárez García, en el barrio de La Movediza, parte en caminata poco más de una treintena de personas. Avanzan sobre la tierra de calle Azucena: quienes ya han sido de caminatas anteriores, con paso presuroso; quienes se inician y ven por primera vez la postal, quedan más atrás, observan en detalle, comparten sensaciones y descubrimientos. En ese trayecto de tres cuadras, la ruralidad le gana a lo urbano, y a la izquierda de las y los caminantes, lo silvestre se adueña de la banquina. Ante las preguntas que se reiteran, se hace un alto explicativo: la licenciada Cecilia Ramírez, del Instituto Multidisciplinario sobre Ecosistemas y Desarrollo Sustentable, toma la palabra con una rúcula salvaje en mano y señala otro tantos especímenes vegetales comestibles que ha divisado en este breve tramo, que las familias picapedreras incorporaron en su cocina. En esa precisa coordenada, una mujer lleva como prendedor en su campera una fotocopia plastificada en la que se ve a un picapedrero de principios del siglo XX en su plena labor; y delante de ella, una joven artista abraza una pancarta de su propia factura, que reza: ‘Defender las sierras y la Memoria’.

 

En ese momento, a casi dos kilómetros de allí, en la Plaza de la Democracia, el vecindario de Cerro Leones ultima detalles: integrantes del Club Figueroa prenden el fuego para los choripanes que venderán en unas horas, en instalaciones de la Secundaria N° 16, y con lo recauden intentarán mitigar las pérdidas que el Club y la Biblioteca del Cerro han sufrido por robos hace días; arriban feriantes que, en lucha con el viento que acaba de levantarse, comienzan a disponer sus stands; estudiantes, docentes y director de la Escuela Técnica N° 5 instalan gazebo y consolas y hacen pruebas para transmitir su ya tradicional radio abierta por el dial de la Radio Mágica 90.3; y se recibe a quienes se llegaron en bicicleta, para dar una vuelta por el barrio. Minutos después, se concentrarán en el punto de Galicia y Basso Aguirre, para esperar a las y los caminantes. Punto de llegada para unos, punto de partida para otros… incluso, para la Fiesta misma.

Unos metros más delante de esa primera parada, la calle Azucena se eleva levemente y emergen de la tierra los restos de la que en vida canteril fuera una vía de trocha angosta. Se trata de un hito de parada obligada en esta actividad que organiza desde 2018 la Asamblea Ciudadana por la Preservación de las Sierras, entidad ambientalista que participa en la Fiesta Popular del Picapedrero. Sobre las vías, el presente se detiene y da lugar a la marcha y encuentro de pasos fuertes de recién llegados a estos lares australes; de montenegrinos, italianos, croatas, españoles y yugoslavos de botines pesados y suelas reforzadas con tachuelas: unos, provenientes de la cantera de La Movediza, en dirección hacia Cerro Leones; los otros, desde el campamento canteril de Cerro Leones hacia La Movediza. Ambos coinciden en un mismo tiempo y en ese mismo exacto lugar: hacia fines del siglo XIX y principios del XX, esa vía por la que se sacaba el material pétreo para comercializar, conectaba a ambos emprendimientos canteriles y a sus trabajadores. Ana Fernández, integrante fundadora de la Asamblea y docente investigadora de la carrera de Geografía de la Facultad de Ciencias Humanas de la Unicen, revive lo que le contó un señor mayor, de apellido Zampatti, nacido en La Movediza: “Cuando debían resolver cuestiones sindicales y sociales, partían la diferencia: los de Movediza caminaban y los de Cerro Leones se acercaban a este punto de encuentro, la mitad de ese camino. Por eso llamamos a este trecho ‘Caminata de la Amistad y la Solidaridad’ entre ambos barrios”.

Son las 10.35. Sobre Basso Aguirre, a las bicicletas se les suma una caravana de patines que vienen andando desde el Club Figueroa y ya son casi un centenar quienes esperan con ansias la llegada de les caminantes. No falta nunca quien da una falsa alarma de la proximidad de esa llegada. Sobre calle Azucena la caminata prosigue, esta vez en bajada y por un espacio transformado en basural clandestino. Una de las pancartas que porta un ambientalista reza: ‘Fraternidad entre los seres humanos y con la naturaleza de la que somos parte’, mientras el verde resiste a los embates de una involución sin miras de biodegradarse. Desde allí se cruza con cuidado y rapidez la Ruta Provincial 30, para ingresar a Cerro Leones por calle Galicia. En algunos intersticios, las vías vuelven a emerger, pero en propiedades privadas. A les caminantes, un detalle les llama poderosamente la atención: en una de las principales cunas del Tandil Picapedrero, no hay una cuadra adoquinada. Alguien compara la situación como la heladería familiar en la que nadie osa hundir una cuchara en el producto que les da de comer.

Para quienes han participado de las caminatas del 2018 y 2019, el tanque de agua oxidado, que saluda con un ‘Buen día Tía Tere’, es indicio de que la llegada está muy cerca. Ya sobre la parada de la vía se avisó que el último tramo se hará sobre lo que queda de ella, para más simbolismo: “No está del todo bien, en buenas condiciones, pero se puede”, advirtieron. Sobre el pasaje Ferrocarril, las vías vuelven a hacerse públicas, y aquello del temor por la mala condición del terreno sólo queda en lo hipotético. Los relojes marcan las 11 y desde Basso Aguirre el grupo numeroso avista a quienes llegan por las vías, recreando lo que solían hacer, un siglo atrás, aquellos picapedreros de esas canteras pioneras de aquel Tandil. Comienzan los cánticos, las sonrisas en las caras, los aplausos, los abrazos de bienvenida y emoción. Las remeras con el logo de la Fiesta Popular del Picapedrero denotan el fanatismo por este evento que lleva cuatro ediciones, como a quienes son parte de su organización. Las bicicletas, los patines, los caminantes, avanzan hacia la Plaza de la Democracia (en Maderni y Basso Aguirre) y cantan: ‘¿El Cerro está? Sí, está. Entonces, mueva, mueva, mueva el Cerro mueva!’. Así se corta una cinta imaginaria que da por inaugurada, aún extraoficialmente, la 4ta Fiesta Popular del Picapedrero en Cerro Leones.

EL GÉNESIS: DE LA IDEA A LA MATERIALIZACIÓN

Probablemente, en aquel 25 de agosto de 2018 en el que se rebautizaron las antiguas calles ‘3’ y ‘4’, jamás se cruzó por la mente de las y los allí presentes que ese humilde y sencillo acto empujaría al surgimiento de una festividad de esta magnitud.

Flavio García es vecino de Cerro Leones desde hace 20 años, integra la Comisión Organizadora de la Fiesta y rememora aquel momento iniciático, en donde al hallazgo de esas dos calles sin nombre, siguieron las clases recibidas por estudiantes de la Escuela Secundaria N° 16 para explicarles sobre la importancia de identificar a esas arterias y homenajear: “Los nombres de las calles del barrio de Cerro Leones son de antiguos vecinos, antiguos picapedreros, gente que vivió o hizo cosas en el Barrio”. Quince días después, luego de investigar e indagar en la historia del barrio, las y los chicos (provenientes del propio Cerro Leones, de El Tropezón y de La Movediza) propusieron ‘Luis Ricardo Nelli’ y ‘Mateo Galbassini’; aunque había otro en danza, por parte de la Comisión Vecinal anterior. En un acto muy emotivo para la barriada, en 2018, una de las calles pasó a llamarse ‘Luis Ricardo Nelli’, inmigrante italiano y de los primeros dirigentes sindicales canteriles de Tandil; y la otra, ‘Jano Burelle Kluga’, nene de cinco años que falleció de cáncer en 2011, vecino del Cerro y cuyo caso despertó la solidaridad y movilización de todo el partido de Tandil y la región.

Anabela Tvihaug, actual secretaria de Extensión de la Facultad de Arte de la Unicen e integrante de la Comisión Organizadora, recuerda otros proyectos en los que se encontraban trabajando aquellas y aquellos estudiantes de la Secundaria N° 16, en los tiempos en que Federico Martínez era su director: “Habían trabajado en conseguir juegos saludables para la Plaza y mejorarla; también con energías renovables para la institución educativa y en el cuidado del medioambiente; otro tanto en torno a su historia… Todas esas ideas y proyectos, latentes y palpables en la propia comunidad de Cerro Leones, fueron la base para pensar una celebración del barrio”. Tvihaug recuerda que el propio Martínez le comentó a ella, como gestora cultural y trabajadora de Extensión de la Unicen, la idea que tenían en la comunidad desde hacía tiempo: “Un evento con eje en la identidad del barrio, para recuperar esa historia lugareña bastante escondida y para poner en la agenda pública a Cerro Leones como barrio, que por quedar pasando la ruta y con un camino de ingreso poco claro, quedaba fuera del foco de la ciudad”.

García también referencia la charla alrededor de ese proyecto, en los días posteriores al nombramiento de las calles: “Habíamos empezado a hablar con Federico (Martínez) sobre hacer ‘algo más’, para reivindicar al barrio y su identidad. Me comentó lo de hacer una Fiesta, en una charla entre dos. A los días, ya fue una charla entre tres, y al mes, entre varios”.  La idea, evidentemente, contagió, e incluso se impuso a los miedos, vaticinios e incredulidades de quienes fueron convidados: “Realmente, a mí me parecía difícil de realizarse… pero se hizo y en pocos meses”.

Desde la Escuela Secundaria N° 16 se convocó a los demás actores comunitarios que, ya enlazados por otros objetivos comunes, este proyecto los aunó aún más: la Primaria N° 4, el Centro Comunitario, el Centro de Salud, el Bar ‘El Cerro’, la Biblioteca del Cerro, el Club Figueroa, las cooperadoras escolares, la Murga ‘Guardianes del Cerro’, junto a vecinos y vecinas que se unieron para conformar la organización de la Fiesta. Y en tren de colaborar con la organización de ese aluvión de ideas y propuestas, aparecieron agentes como la Universidad Nacional del Centro y su Punto de Extensión Territorial en el barrio, que aportó su experiencia en la gestión cultural comunitaria.

Así se armó, colectivamente, la primera Fiesta Popular del Picapedrero, con el ‘6 de octubre’ marcado en el almanaque: fecha en la que se fundó, en 1906, la Sociedad Unión Obrera de las Canteras de Tandil, de los primeros  sindicatos del pueblo. Fiesta, como indica Tvihaug, “con ejes en la Historia y el Patrimonio, en lo festivo y lo recreativo, en los proyectos educativos (el trabajo de estudiantes y docentes involucrados con su historia, generando propuestas para compartir), y en la puesta en valor y en la agenda pública al barrio en sí”. En ese sentido, esa puesta en agenda de Cerro Leones impuso lemas como el de ‘una fiesta popular del picapedrero, organizada desde las bases’, “porque fue realmente así: ese impulso por decir y hacer por el que múltiples actores se vincularon y establecieron lazos para que existiera esta celebración; y porque había y hay muchos reclamos, como el de un plan de urbanización definido, contemplando las necesidades e idearios de los vecinos ‘históricos’ y de los ‘nuevos’, en donde el progreso también vaya de la mano con la naturaleza”, subraya Anabela.

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Son las 11.30. El vientito no cesa y vuelve fresco el panorama, pero tampoco se torna insufrible. El sol y las nubes están en una relación intermitente, y pinta que así será todo lo que resta de jornada. Mientras quienes se arriman a disfrutar de la Fiesta se acercan por Basso Aguirre, la entrada principal, no son pocos los y las vecinas que pispean el panorama desde sus puertas, casi como si estuvieran ante una invasión alien. Otros preparan sus pastas o sus asados, para recibir a amigos y familiares, y con quienes se darán una vuelta por la ‘Plaza de la Democracia’ luego de la sagrada e impostergable siesta. Peques y no tanto entran en calor en esos juegos que sus contemporáneos de pocos años más lograron conseguir. También trepan y saltan desde un par de enormes rocas, la ya instalada y la por inaugurar, cercanas a la escalera de piedra que une a la Secundaria con la Plaza.

Comienzan a llegar integrantes de las muchas colectividades de Tandil: desde croatas, yugoslavos, bolivianos, españoles, originarios, brasileros, italianos, montenegrinos, hasta dinamarqueses, lituanos, portugueses, alemanes, vascos, entre tantos otros. Con sus banderas varios y con sus ropajes típicos algunos, impregnan de color este mediodía y a este momento protocolar del acto: los discursos. Desde los parlantes, en todos los puntos de la Plaza, se escucha lo que está sucediendo en la Radio Abierta: acaban de ser entrevistados Federico Martínez y el intendente de Tandil, Miguel Lunghi. La voz de Jorge Cesario, panadero, vecino del barrio y conductor del evento, invita a cantar el himno. Las colectividades, frente al escenario, levantan sus banderas para entonarlo: señal inequívoca de la inauguración de esta cuarta Fiesta Popular del Picapedrero.

Como miembro fundador de la Fiesta, Federico Martínez (ayer director, hoy jefe de UDAI Tandil de Anses) inicia la ronda de discursos. Saluda a las autoridades presentes (de la Universidad, del Municipio, de las instituciones del barrio) y agradece a la Comisión Organizadora y al vecindario del Cerro, por “toda la participación que se tuvo para el día de hoy, en tiempo récord”, luego de la edición virtual del 2020. Recién se enteraron en agosto que la Fiesta se podía hacer de manera presencial en este 2021: “Se fueron dando la apertura, las vacunas que nos están permitiendo salir de esta pandemia, el cuidado que tuvo cada uno en sus casas, y por eso estamos hoy festejando acá”.

Martínez relata el génesis y conecta aquel 2018 con este 2021; relato que ya es un clásico en cada inauguración de la Fiesta, pero bien vale historizar ante un público que aumenta y se renueva cada vez. Relato que comienza en la inquietud del vecindario y la comunidad educativa en pos de resaltar la esencia de Cerro Leones, desde su patrimonio, su cultura y su historia tan rica en torno al trabajo de la piedra. En ese sentido, el ex directivo destaca la invitación a las colectividades: “Cada una puede dar cuenta de lo que representó para la historia de sus abuelos y bisabuelos trabajar en Tandil, acá nomás, atrás del escenario, donde no podemos ver el cerro porque apareció la tecnología y la explotación fue mucho más fuerte”.

Acto seguido, Martínez resalta el hecho por el cual esta celebración tiene su origen: el año 1906, la organización de los picapedreros en pos de más derechos y la creación de la ‘Sociedad Unión Obrera de las Canteras’, antecedente de lo que luego sería AOMA: “Recomponer y pensar en el trabajo que se hacía en ese momento sirve para tener memoria sobre las luchas de trabajadores que dejaron la vida en lugares como Cerro Leones, trabajando para un jefe que los trataba bastante mal, que no tenían siquiera un salario porque les daban una moneda que sólo podían usar en la proveeduría de la misma cantera”.

Ese espíritu está internalizado en la barriada del Cerro, y se materializa cuando las y los vecinos y sus instituciones, como comunidad, se organizan hacia un objetivo y donde la Fiesta es una excusa para mejorar su calidad de vida. Martínez trae a colación que le escuchó decir al Intendente, en la radio abierta, hace pocos minutos, que siempre que viene a la Fiesta, se lleva una carpeta: “Y hoy no va a ser la excepción”, le adelanta. Será un petitorio con dos pedidos: uno, relacionado directamente con el lema de la edición 2019, ‘Que la piedra vuelva al Cerro’. A propósito del trabajo hecho desde Cerro Leones para el crecimiento de la ciudad mediante el adoquinado, las y los vecinos pedirán que esos adoquines que no están en uso y se sacan por obras, vuelvan al Cerro para armar un anfiteatro, monumentos, esculturas, intervenciones artísticas, en la Plaza o en otros puntos del barrio, que puedan ser utilizados por la comunidad para diferentes actividades, para la Fiesta del Picapedrero, para su expresión, para su encuentro. “En el lugar donde está el escenario, debería haber un escenario natural, hecho con esas rocas que se fueron de acá hace más de cien años y no han vuelto. Queremos recuperar ese trabajo que se hizo con la sangre y el esfuerzo de los trabajadores”, remarca Martínez.

El otro pedido: realizar un playón deportivo, “para que las escuelas tengan un lugar para su materia de Educación Física y que las y los chicos tengan dónde jugar, andar en patines”, en un barrio en el que el viento y las lluvias se hacen sentir, y donde el pasto crece y desde el Municipio, parece, no dan muchas soluciones al respecto. Ese petitorio será entregado minutos después al intendente, de manos del propio Martínez, junto a Flavio García y Jorge Cesario, con la firma de todas las y los vecinos. De un petitorio y una circunstancia así, un pedido se hizo realidad: dos pilares de granito, identitarios, en el inicio de avenida Basso Aguirre, con la leyenda ‘Cerro Leones’, a modo de ingreso y de carta de presentación. Quien entra al barrio, se anoticia de que allí se desarrolló uno de los epicentros del Tandil picapedrero y que hay toda una barriada organizada al respecto.

El segundo en los discursos es el veterinario Marcelo Aba, flamante Rector de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. En nombre de la casa de altos estudios, agradece a Cerro Leones el permitirles dar cuenta de su compromiso social, al ser parte de esta actividad que se realiza ininterrumpidamente desde hace cuatro años: “Como universidad nos sentimos realizados cuando en una comunidad observamos el ansia por el crecimiento, esa necesidad de rememorar las raíces, y su organización para mantener presente y viva la historia propia del lugar, su importancia en lo económico y lo cultural, su influencia en el desarrollo de la ciudad y del propio espacio de Cerro Leones”.

Aba repara también en lo que vendrá, y allí da cuenta del rol del Punto de Extensión Territorial, hoy funcionando en las instalaciones del histórico Bar ‘El Cerro’. La presencia allí de laburantes de las Facultades de Ciencias Humanas, de Arte, de su área de Cultura y de la Secretaría de Extensión es lo que su Rector considera la forma en que la Unicen aportar su granito de arena para el desarrollo de la comunidad: “Para nosotros, es un enorme orgullo ser parte de esta Fiesta desde la primera edición. La Universidad siempre estará acompañando y aportando a emprendimientos como éste, porque es la forma de construir comunidad para salir adelante. Seguir trabajando en conjunto, en este armado de pasado-presente-futuro que nos permita a todos vivir mejor”. En esta edición 2021, la pandemia no pasa desapercibida y se cuela en los comentarios, en el frondoso paisaje de distancias y barbijos aún al aire libre, y también en los discursos. Aba resalta que “a través de la vacunación y el cuidado, la situación epidemiológica nos permite tener esta fiesta”. En horas más, cerca de los juegos, la Fiesta también dispondrá de un vacunatorio contra el Covid19 para mayores de 18.

Sin papeles en mano, el jefe comunal de Tandil comienza su alocución en ‘modo chiste’… o a medio camino: dice que no sabe si quedarse en el escenario o bajar, correr y esconderse; que considerará retirar el despacho del palacio municipal y pedirá prestada la Biblioteca Rivadavia, “porque tiene muchos estantes para colocar todos los pedidos que me hacen -y me van a hacer ahora-, así los tengo correctamente archivados y los puedo ir mirando día a día”. Hasta en su comitiva de funcionarios lo observan de reojo y alguno esboza algo parecido a una sonrisa. El intendente que lleva casi dos décadas al frente de la comuna serrana retoma y reconoce la belleza de esta Fiesta, por “recordar a esos hombres que trabajaron a principios del siglo XX, con mucho esfuerzo y sacrificio, en condiciones a veces infrahumanas, que trabajaban la piedra cortándola en forma manual, no como últimamente”. Desliza que durante su gestión “tuvimos la suerte de parar cuatro canteras de la Poligonal que rompían nuestras sierras con seis mil kilos de explosivos”. Y para que nos demos una idea, grafica: “Seis mil kilos, cuando en lo de la AMIA se usaron 400”. El desconcierto se apodera de las miradas y en gestos muchos no logran dar crédito a lo que acaban de escuchar: “¿En serio nombró el atentado al inicio de una fiesta?”.

Son las 12 y las nubes no tienen intención de destapar al sol. El otrora pediatra de 77 años que asumió la Intendencia en 2003 desde el radicalismo, ahora ilustra sobre las fiestas que se organizan de abajo hacia arriba, que según él tienen más futuro que las que surgen de arriba para abajo, “en un país con mucha inestabilidad”. Felicita a quienes crearon esta Fiesta, además, por “darle aún más vida a Cerro Leones, que estoy seguro que dentro de cinco o diez años no lo van a conocer”, y en esa seguridad hay quienes le sospechan algún proyecto urbanístico entre manos. Continúa con su lista de obras en el barrio: el asfaltado del ingreso principal, el desembarco de las cloacas y del agua potable y adelanta nuevas de gas. Comenta que las escuelas ya le pidieron el playón polideportivo y se excusa con que el Municipio quiere hacer más, pero que la inflación, la pandemia, las idas, las venidas… Anuncia que tratarán de avanzar mediante algún programa de Nación o de Provincia “que nos ayude, porque se lo merecen y les va a hacer muy bien para que hagan deporte, tengan actos, los chicos estén en mejores condiciones”.

Lunghi les habla de tener diálogo, de buscar el consenso, de ayudarse entre todos, e intenta citar a John Kennedy en su asunción cuando le dice a ese vecindario: “No pidan todo al Estado, que es lo que están haciendo ustedes muy bien: hagan ustedes lo que pueden hacer y que el Estado acompañe”. Precisamente a ese vecindario, en el marco de una fiesta que surgió, de hecho, para tocar el hombro de muchas y muchos para recordarles que, durante muchos años, olvidaron (u obviaron) la existencia de ese manchón de más de veinte cuadras en el plano de la ciudad, llamado Cerro Leones. Lunghi reconoce el rol de empuje de la Universidad en este armado, y que el Municipio “ha venido a colaborar con lo que nos piden”. Acto seguido, retoma su ‘show del chiste’, para bromear sobre la procedencia de la escultura del par de leones que dan la bienvenida a la Plaza de la Democracia, en la esquina de Basso Aguirre y Maderni. Par de leones con una larga tradición de rupturas y vandalismo en sus espaldas, que desde hace tiempo han sido restaurados. En esta ocasión, los leones fueron pintados de un dorado furioso, lo que le hace creer a Lunghi que se trata de dos esculturas idénticas a éstas que se encontraban en el palacio municipal. El detalle es que aquellas son de metal… y éstas, siguen siendo de cemento. Pintadas, pero de cemento al fin. Con observarlas unos segundos y tocarlas, la evidencia es fulminante. Pero no y él sugiere: “O vinieron caminando solos o alguno me los robó, no sabemos todavía qué ha pasado, pero me parece muy bien que estén acá. El anterior estaba totalmente roto y era de cemento. Esperemos que a estos los cuiden”.

En el cierre de su discurso, el intendente remarca que, si bien todos no piensan igual, hay un 70% en el que sí y es allí desde donde trabajar “para que la gente viva mejor en un Tandil que progresa, se desarrolla y avanza”: nombra a la producción agraria, a más de 500 casas y edificios en construcción y hasta menciona a las pulseras de ingreso a Disney World, “quizás porque seamos más baratos, pero lo estamos haciendo en Tandil” y remata: “Como ven, el crecimiento. Es un potencial impresionante que nos va a dar una vida mucho mejor a todos los tandilenses”. Quizás en ese 30% que no menciona haya algo de la discusión de modelos de desarrollo que esta Fiesta plantea. Por lo pronto, las nubes comienzan a marcharse y con ellas las palabras del Intendente, que cierra con otro toque ‘humorístico’, al decretar que no llueva ni llovizne en toda la jornada.

Mientras Anabela Tvihaug transmite en vivo para la página de Facebook de la Fiesta Popular del Picapedrero, suben al tablado vecinas y vecinos del Cerro, como se hace desde 2018. En su momento, lo hicieron la vecina Lucía Elusich y representantes de la Embajada de Montenegro. Esta vez, el entusiasmo y la notoria alegría son de Gabriel Cadona, de los ‘históricos’, propietario del emblemático Bar ‘El Cerro’, de Lucía Martín, que llegó hace unos años, y de varies peques. Cadona agradece a autoridades y al público el haberse llegado hasta el barrio, “¡El barrio más antiguo de la ciudad!”, grita efusivo. Alguna mirada o gesto fulminante del público debe haber observado desde esa altura, porque segundos después aclara, casi a regañadientes: “Bueno… uno de los barrios más antiguos también puede ser, sí”. Lucía presenta a esas y esos peques como integrantes de la murga ‘Guardianes de Piedra’, que prepararon una glosa para abrir esta edición de la Fiesta: “Somos Guardianes de Piedra, esa murga que se viene desde lejos. Somos de Cerro Leones, donde el bondi pasa poco y nos conocemos todos. Tenemos caballos en las esquinas, tenemos saludos que regalan nuestras vecinas, y tenemos abuelos con mil historias que guardamos en el corazón. Por eso, bailamos, tocamos y  luchamos”. Luego de los unánimes aplausos eufóricos, Lucía invita a les presentes a comer mucho en la cantina y participar de todo lo que se preparó, “porque se hizo con mucho amor y corazón”.

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El acto se traslada hacia una zona de la Plaza, cercana a la escalera de piedra que la separa de la Secundaria. Hay dos enormes piedras emplazadas. Una ya tiene una placa de octubre de 2015: ‘En homenaje a los picapedreros montenegrinos, por su aporte al desarrollo de Tandil’, con las firmas de la colectividad en Tandil, el embajador Stojovic y el intendente Lunghi. A su derecha, la otra tiene marcas del trabajo picapedrero y se le colocará una placa por parte del Punto de Extensión Territorial de la Unicen: ‘En esta piedra, las marcas de un oficio. En la historia, la de sus hombres, mujeres, sus obras y luchas’, frase elegida por votación de las vecinas y vecinos del barrio.

Este segmento de la cuarta Fiesta se titula ‘Una piedra, muchas historias’. Del escenario principal hasta ese punto, quienes integran la Unión de Colectividades de Tandil se mueven se mueven poco más de 40 metros, en lucha con el viento. Más y más vehículos, de los tamaños y modelos más variopintos, llegan y buscan estacionamiento a lo largo de las siete cuadras de urbanizadas de la avenida Basso Aguirre. Se acercan más vecinos, reconocen a quienes alguna vez lo fueron y hay abrazos. Las colectividades rodean el sector de esas piedras. Sale el sol y desde ese lugar, como emergiendo de las sombras y de las copas de los árboles, aparece un ápice de lo que queda del otrora Cerro de los Leones, con su pétreo brillo gris y su cubierta verde. Desde su altura será testigo del emplazamiento de un vestigio suyo en la Plaza.

Son las 12.15. Liliana Lumovich, de la Colectividad Montenegrina tandilera, abrazada a su bandera roja y amarilla, hace mención de la vida picapedrera en esas serranías en las primeras décadas del 1900, a las diez mil almas “que construyeron costumbres, idiomas, sentires, alegrías y duelos”; y al hecho de que muchos canteristas ancianos, nacidos en la lejana tierra de Montenegro, “nunca creyeron que lo que habían hecho toda su vida, picar la piedra, constituyese una epopeya, pero fue así”. Para esta colectividad, Cerro Leones fue importante en su historia, por haber cobijado a muchos de sus inmigrantes.

Toca el turno a Néstor Pavi´c, representante de la colectividad croata, con gorro típico y su discurso protegido por un folio. La voz se le entrecorta cuando recorre las privaciones y necesidades de los picapedreros italianos, croatas y montenegrinos llegados a principios del siglo XX, cuando también llegó Juan Vucetich, el croata que desarrolló en la Argentina las fichas dactilares, usadas mundialmente para la identificación. Habla de la formación de las asociaciones laborales, de los conflictos y las primeras huelgas, de la producción de adoquines y granitullos que empedraron, por ejemplo, a Buenos Aires; y que cuando en Capital Federal le dicen no conocer Tandil, les contesta que eso es imposible, porque “todos los días pisas los adoquines y los cordones… ¡cómo no lo vas a conocer!”. Menciona la creación de Yugoslavia, la inclusión de croatas y montenegrinos, el idioma como unión, el obstáculo que les significó el castellano sólo aprendido para trabajar; y que, provenientes de un mundo de piedras, debieron enfrentarse a la dureza del granito haciendo herramientas para poder cortarlo y así iniciaron los primeros talleres metalúrgicos. Hondamente emocionado, nombra a sus ancestros como “gente muy trabajadora, respetuosos, reservados, muy conservadores de su cultura y su idioma, que los guiaba y ligaba a su lugar de origen”. En este punto, llora, sintetiza y concluye: “Somos seis generaciones de descendientes de aquellos inmigrantes en Tandil, que dejaron, como Juan Vucetich, una huella que nos identifica”. Los aplausos, fuertes y sentidos, no se hacen esperar.

Toma el micrófono Susana Suffredini, por las colectividades italiana y croata, que ya exuda su emoción en el entrecorte de su voz. En Cerro Leones, pasó los fines de semana de su infancia, en lo de sus tíos Toncovich. Comparte postales de esos años: el obligado paseo por las cavas luego de almorzar; la conversación sobre pinchotes, adoquines, escarpelos, bigornias y sobre accidentes y amputaciones; los difíciles años ’30 cuando la obra pública en Buenos Aires y Rosario se paralizó y los adoquines pasaron a valer nada. “Contaba mi mamá que un croata tomó un cordero para dar de comer a su familia, lo apresaron en el Destacamento y en su defensa el señor explicó: ‘Puse a hervir adoquines y no se ablandaron’”, expone, crudamente. Detalla sobre esos tiempos en que todo giraba alrededor del trabajar de diversas formas a la piedra: en adoquines, cordones, bancos, mesas; subraya la labor de las mujeres, que lavaban ropa en la cava y desde allí llevaban agua a sus hogares con el yugo que cargaban entre dos para soportar el peso, y que con el polvo desperdiciado en el barreno limpiaban ollas y pavas del tizne de la cocina a leña. “Cerro Leones, en donde los nombres de sus calles rinden homenaje a gente como Pascucci, Maderni, Cima, Luiggi Poli”, destaca, y pide se valore el trabajo picapedrero que también se encuentra en las escalinatas del Calvario y de La Movediza, y en los pilotes del camino hacia el Castillo Morisco.

Desde el Punto de Extensión Territorial de la Unicen, Sebastián Álvarez preludia la inauguración de la piedra con marcas del trabajo picapedrero realizado en el Cerro. Cuenta que docentes de la Unicen y vecinos se acercaron al campo lindero al Club Figueroa, donde había movimiento de suelos. Allí encontraron canteras de arena y mucha historia, por lo que pidieron permiso para observar desde lo patrimonial, lo histórico, lo cultural y lo natural. Así fue que el encargado del campo permitió sacar esta singular piedra, a la que emplazaron en este último agosto.

Son casi las 12.30 y entre el público se distinguen las presencias del Rector de la Unicen y del Intendente. Ana Fernández Equiza, como docente e investigadora de Geografía de la Unicen, contextualiza el por qué del nombre de este segmento y la propia historia de esta piedra a la que se le colocará una placa. ‘Una piedra que cuenta Historias’, primeramente, la suya, la de la Tierra, la de sus 2.200 millones de años, cuando América y África eran un mismo continente. Una piedra que cuenta, además, las muchas historias previas a la vida canteril: “Cuando se piensa en un cerro llamado ‘de los Leones’, o en La Movediza, lugares emblemáticos en torno a este trabajo picapedrero, seguramente también fueron importantes para los pueblos que nos precedieron y nombraron con la voz ‘Tandil’, Chapaleofú, Langueyú y tantas más”. Fernández subraya la necesidad de “referenciar y simbolizar en esta piedra el valor de la naturaleza y la necesidad de preservarla, junto a la preservación de la historia”.

Ana señala que las marcas del trabajo en esta piedra van más allá del de las técnicas picapedreras, no es la única huella pero quizás la más visible: “El brazo que hizo estas marcas fue de una persona con una familia, que vivió y se alimentó de lo que también fue su trabajo, lo rural. Las familias picapedreras también se nutrieron de la quinta, de los animales, y del trabajo de las mujeres: un trabajo que es necesario rescatar en esta memoria”. Nos comparte un testimonio de la mucha gente que se acercó a contar en estos días, en donde una madre de menos de cuarenta años ya tenía artrosis e iba con su hijo a la laguna a lavar ropa: “Una época en la que todo lo que se hacía giraba alrededor del trabajo”.

Piedra que, además, llama a pensar en la fraternidad desde Cerro Leones, donde ya no están ni el Cerro ni sus leones, ni los granitullos ni los adoquines; desde donde salió toda la producción hacia otros lugares pero no hay una calle en este barrio que los tenga. Atenta a las entrevistas que hizo hace unos días y a los testimonios de hace minutos, encuentra que sí hay algo que hace a la memoria de todos: “Recuerdan como lo más preciado su pertenencia a la escuela. Como miembros de la Universidad, es importante trabajar con la comunidad, más aún recordando que Argentina es Educación Pública”. Así como la escuela, Fernández pone el foco sobre las instituciones que fueron capaces de crear desde la organización obrera, como el Sindicato que legó los derechos laborales. “Pensamos en la lucha por los derechos laborales y nos vienen a la mente imágenes de la Patagonia Rebelde o de otras causas con más visibilidad, pero en este lugar los picapedreros lucharon mucho antes por la jornada de ocho horas, para que las canteras no tuvieran una tranquera, para que no les pagaran con plecas sino con monedas de uso corriente”. Tanto sacrificio legó a este barrio una identidad nacida desde la fraternidad.

A modo de conclusión, pero con más gusto a invitación a la reflexión y el debate, la docente dispara una pregunta frente a las autoridades del Municipio de Tandil y de la Unicen. Pregunta que gira sobre cuál es el compromiso como sociedad para valorar ese patrimonio cultural y el patrimonio natural. Mientras algunes divisan ese resto pétreo y quedan con la mente allí, procesando esa cuestión que queda flotando en el ambiente, Fernández subraya que “el progreso en el siglo XXI no es transformar la identidad de un lugar, sino valorizarla”, para que así Cerro Leones pueda recuperar su historia entre todos, “reconstruyendo la memoria colectiva, respetando la naturaleza y buscando formas de desarrollo que sean propias del siglo XXI, basadas en la fraternidad entre los seres humanos y para con la naturaleza de la que somos parte”. Los aplausos arrecian y ciertas miradas fluctúan entre la indiferencia y la preocupación. El vecino Oscar Alfonsín corta la cinta para dar por bienvenida a la piedra y su placa.

Son las 12.34 y Bárbara Sosa, desde la Organización de la Fiesta, acaba de presentar a Ariel Díaz y Paola Chiavaro, ambos de La Cantería de Tandil. En minutos más comienza la demostración en vivo del trabajo picapedrero, de sus herramientas y el corte del granito. No menos de cincuenta personas ya los rodean. No empezaron aún, pero las caras de fascinación y curiosidad de les más jóvenes iluminan estos minuto en los que las nubes volvieron a secuestrar al sol. En las ediciones anteriores, Ariel y Paola participaron brindando charlas y exposición de esas herramientas que fueron consiguiendo paulatinamente, hasta con investigación previa. Por allí empezarán, pero lo prometido no será deuda y finalmente habrá corte

Paola muestra los martillos de un kilo y 800 gramos, y el sistema de uso personal que tenía cada picapedrero para que esas sus herramientas no se dañaran y para que sus muñecas no acusaran recibo del desgaste ni de golpes de manera temprana. Muestra las adoquineras, para cuadrar, como su nombre lo indica, adoquines y determinar, según el golpe, si se trataba de material de primera o segunda calidad. Prosigue con la bucharda, las cuñas, la martelina, la seda, la barreta, el scarpel marcador de línea por donde pasará la seda y las puntas para la hechura de los agujeros cónicos, marcados en la piedra que se acaba de inaugurar. En esos agujeros se colocan los famosos pinchotes, con sus puntas mochas para no tocar la base, y se los martilla para asegurarlos bien. Explican que luego de esos golpes, se deja descansar a la piedra, para que le llegue debidamente el efecto y no apurar el proceso. “A la piedra hay que ir escuchándola y esperar a que haga el ruido sordo del corte, que vaya marcando la línea del corte en bajada”, remarca Ariel y todos los ojos se posan sobre su mano ilustrando el proceso sobre la piedra con historias. Luego de la espera, una nueva batida con un sendo golpe del ‘marrón’ para asentar más los pinchotes, para ayudar a continuar el camino de la rajadura por la veta.

Ariel acomoda en el suelo el pedazo de granito que cortará y los corazones comienzan a acelerarse. La ansiedad se apodera de unos nenes que lo agarran de la mano para preguntarle si ya va a cortar la piedra. Los tranquiliza con un sí, pero todavía faltan algunos minutos para comenzar con esto que para muchos semeja un número de magia. Paola habla del rol del herrero en el arreglo, afilado y recuperación de piezas y herramientas. Ariel profundiza sobre el trabajo de herrería, sobre las funciones de las pinzas, pero las miradas están fijas sobre ese granito en el suelo. Sin embargo, la presentación de los barrenos vuelve todos los sentidos hacia el muestrario de instrumental: barrenos para los cortes más grandes, para los que se requerían tres personas, el girado, el ‘hop’, los golpes de mazas y la necesidad de ser reafilados ya al centímetro de profundidad.

Ariel se agacha y presenta en comunidad a la ‘plota’ más pequeña, pedazo de piedra, rectangular, que será partido al medio… o más bien, cortado. Les pide a chicos y grandes que tomen distancia, que se muevan hacia atrás, aunque pareciera haber un magnetismo que los acerca peligrosamente hacia la escena del corte. Explica que la forma más fácil de cortar una piedra es rayarla de un lado, darla vuelta y aplicarle un golpe en seco. Acto seguido, se pone antiparras y comienza a marcarla: con 27 golpes de maza y scarpel, la raya. Con diez golpes más sobre el scarpel, la recorre y termina de ahondar el surquito. La da vuelta, la asienta bien, incluso le da unas palmaditas. Con dos golpes suaves y uno más fuerte del ‘marrón’, a modo de ultimátum, el primer acto mágico sucede: con menos resistencia que una barra de chocolate, el granito cede y se divide en dos. Los gritos de asombro y los multiplicados ‘Guau!’ se extienden, hasta que unas palmas se encuentran, chocan y así los aplausos inundan la escena.

La demostración debe continuar, y la exposición también. Aún así, los ojos de los chicos arrodillados continúan sobre la pieza de granito que Ariel sostiene en sus manos. La siguen en sus movimientos, casi como si los tuviera hipnotizados. Ariel relata que primero llegaban los bloques grandes, del tamaño de la piedra con marcas, para luego ser reducidos según su destino: cordones, adoquines, granitullo; y que a ello se sumaba la deliberación colectiva y ‘compañera’ entre estos trabajadores de la piedra para analizar desde qué veta comenzar cuando se trataba de un corte de grandes dimensiones que hasta podía durar una semana de trabajo. Paola da cuenta de lo que sucedía cuando esa primera veta de corte no era la mejor ni la indicada: terminaba por complicar toda la labor por venir… O, directamente, se desechaba ese material de grandes proporciones.

Comienza la segunda etapa de cortes y en este caso, por su profundidad y dimensión, la plota será cortada mediante pinchotes. Más gente se suma al público, a muy pocos metros de Ariel. Nuevamente con antiparras, entre giros y golpes a la punta, raya y profundiza la superficie para este nuevo corte. En el 80, para y cambia de punta. Ya van más de 60 y se detiene para subrayar la importancia de encontrar la veta adecuada para que todo ese trabajo no sea en vano. Los nenes le preguntan si alguna vez se martilló un dedo, y las risas hablan de la triste cotidianeidad de esos golpes accidentales. 52 nuevos golpes a la punta, con el murmullo de la impaciencia como música de fondo, y se quiebra la punta. Toma una nueva punta y empieza el segundo agujero cónico: 32 golpes y prosigue con el primero, con 16 golpes más. Vuelve a escena el scarpel y la hechura de la raya con otros 32 golpes. Con la punta, vuelve con los golpes sobre el segundo agujero y el primer agujero cónico, para profundizar donde en segundos colocará a los pinchotes. Debidamente ubicados, les da unos diez golpes, repartidos en dos veces de cinco, a cada uno. Luego, como a cada chancho su San Martín, a cada pinchote sus golpes de batida: nuevamente, repartidos, cinco a cada uno. Y si aún con todo eso el corte no sobreviene, se lo ayuda con el scarpel. Vuelven los golpes de batida sobre los pinchotes, y ya da vuelta a la plota para rayarla por el costado. Su olfato y vista deben haber encontrado señales de la pronta partición, pero que aún requiere asistencia. Un par de golpes de batida sobre los pinchotes y el último recurso: el golpe con el ‘marrón’ sobre la espalda de lo plota. Y allí, el granito cede, con más trabajo que la demostración anterior, pero cede al fin. Los aplausos se encaminan hacia el picapedrero y su obra, pero en muchas caras emocionadas, con la mirada perdida sobre esa piedra que ahora son dos, ese aplauso también se dirige hacia el legado y la memoria de algún antepasado que tuvo en ese sonido metálico de choques de puntas, pinchotes, scarpeles y golpes de maza, multiplicado por miles durante horas, días, meses, años, a su paisaje cotidiano. Como cierre, exponen la escultura en piedra de un pez, para demostrar las obras de arte que se pueden lograr con el buen manejo de la técnica… Y siguen los aplausos.

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Lo afirman en la propia contextualización hecha desde la Comisión Organizadora, ya en 2018, sobre los objetivos de la Fiesta del Picapedrero: “Desde los comienzos de su existencia, la humanidad depende de la naturaleza para su subsistencia. La historia de cada lugar está ligada tanto a sus recursos como a las circunstancias de su época”. En ese sentido, la Fiesta intenta visibilizar el trabajo humano en la piedra, “reconociendo y abrazando las distintas coyunturas sociales y políticas que nos han permitido, como sociedad, comprender la necesidad de planificar, cuidar el ambiente y compensar el uso de los recursos naturales; definir y redefinir la industria minera y de reconocer el trabajo como derecho”.

La Fiesta Popular del Picapedrero conjuga constantemente el pasado picapedrero con este presente de revalorización de aquello artesanal, en una ciudad que se debatió hasta hace poco entre la extracción minera y su destrucción irreversible del patrimonio natural, frente a un intento de protección de lo serrano; y sin dar mucho tiempo a ese proceso, el nuevo embate lo da el lobby inmobiliario de la construcción sobre el faldeo. En el medio, siempre postergada, la posibilidad de la preservación efectiva de las sierras de Tandil y el planteo de otro tipo de turismo. La Fiesta, por ende, se anima a proyectar un futuro posible desde la potencialidad que significa consolidar la identidad histórica del barrio, el rescate de su memoria histórica en torno al trabajo artesanal de la piedra; junto a sus recursos naturales, sus circuitos culturales y emprendimientos económicos, todo eso compartido con tandilenses, vecinos de la región y turistas.

En Cerro Leones funcionó una de las primeras y más importantes canteras de extracción de granito de Tandil. Alrededor de esta actividad se forjó una barriada de cerca de cuatro mil almas, pionera en la lucha por el reconocimiento de los trabajadores de la piedra, de quienes se llegó a decir que podían leer el interior de la piedra. Para 1913, desde todas las canteras de Tandil el ferrocarril transportó más de 410 mil toneladas de piedra labrada en el año. Sin embargo, la crisis de 1930 y el aumento de la explotación mediante la mecanización y trituración de la piedra para los planes viales, dejó a muchos picapedreros sin trabajo, entre el éxodo y la reconversión. Más producción pero con más destrucción y en menos tiempo, y sin el valor agregado por la labor a maza, punta y pinchote. Muchos cerros del partido y la zona pasaron a ser enormes y profundas cavas en pocos años, mientras comenzaba a perfilarse la veta turística de la zona.

Se llega a los ’90 con una ciudad sacudida por las intensas vibraciones, casas que se rajan y voladuras cada vez más recurrentes. La población de Tandil ya no tiene modo de obviar la destrucción serrana y se inicia un proceso de conciencia ambiental, mediante la labor de hormiga de la Multisectorial y luego de la Asamblea Ciudadana por la Preservación de las Sierras, entidad apartidaría de voluntades que pide al Estado, en todos sus niveles, que declare como ‘Áreas Protegidas’ a las sierras de todo el partido, reconvierta productivamente los emprendimientos canteriles, y garantice los puestos de trabajo de esos trabajadores. Provincia y Municipio firmaron en 2010 la ‘Ley de Paisaje Protegido’, de temple más laxo que lo propuesto por la Asamblea: así como detuvo la actividad de las canteras de la Poligonal formada por las rutas provinciales 30 y 74, y la nacional 226, empoderó al lobby inmobiliario de la construcción sobre las sierras. Los efectos de ese ordenamiento territorial de hecho ya se hacen sentir pública, seria y notoriamente.

En la Fiesta Popular del Picapedrero, de entre la multiplicidad de organizaciones que han participado en estas cuatro ediciones, hay dos que se encuentran desde la primera hora y resaltan por su antagonismo: la seccional Tandil del gremio AOMA (Asociación Obrera Minera Argentina) y la Asamblea Ciudadana por la Preservación de las Sierras de Tandil. En el tren de debates y replanteos que propone, la Fiesta quizás sea el ‘eslabón perdido’ para entender los distintos capítulos de esta historia de luchas diversas alrededor de las sierras. Walter Marcovich, secretario general de AOMA Tandil, no deja de remarcar lo mucho que al gremio y a la familia minera le encantó el proyecto de la Fiesta. El sindicato colabora con el evento con el préstamo de libros históricos que resguardan en su sede, hasta con el acercar la bandera que se utilizó en tiempos de la ‘Sociedad Unión Obrera de las Canteras Tandil’: “Soy descendiente de canteristas y vivimos este proyecto con una gran emoción, para que quede viva la historia de la familia minera”. Luego de un silencio, habla por sus afiliados: “Sentimos que estamos mal vistos frente a nuestra ciudad. Nos han pegado muy duro como ‘destructores de las sierras’: nosotros somos trabajadores que con nuestro trabajo digno podemos dar de comer a nuestras familias y educar a nuestros hijos, para que tengan un mejor futuro. Con el único ingreso que tenemos, a través de nuestro trabajo, le damos trabajo al mercadito del barrio, al club que van nuestros hijos, a las ferreterías, a las tornerías, a los gomeros, a tantos comercios”. Con la oportunidad que brinda la Fiesta, esperan que la sociedad tandilera “se dé cuenta de que somos ni más ni menos que trabajadores que nos ganamos el pan dignamente”.

Por esta razón, hay quienes les resulta ‘paradójica’ la participación de la Asamblea por las Sierras, que prácticamente ‘corta la cinta’ de todas las ediciones de la Fiesta Popular del Picapedrero con la ‘Caminata de la Amistad’. Ana Fernández Equiza, que además de docente universitaria es motor fundador de la Asamblea, subraya que la participación de la entidad ambientalista se da desde el hecho de la importancia que tiene para la Asamblea la idea de ‘patrimonio’, del legado de una generación a otra: “No tenemos duda de que así como las sierras son el principal patrimonio natural de Tandil, la historia de los picapedreros es de los principales legados que tiene la cultura y la historia tandilense”.

Desde la Asamblea siempre se ha diferenciado la explotación minera de estas últimas décadas, con la situación de los picapedreros a fines del siglo XIX y comienzos del XX, “donde el conocimiento que había sobre las sierras y su importancia era mucho menor; donde las posibilidades para elegir trabajos eran realmente muy acotadas; donde ese trabajo era muy noble, fruto del conocimiento no de un solo picapedrero, sino de un conjunto de oficios, en equipo, que formaban ese sistema artesanal”. Tiempos en los que para esos productos y obras “la extracción de naturaleza era mínima y el agregado de valor de un cordón, un adoquín, un granitullo, era muy grande”. Como contracara, la minería de finales del siglo XX y nuestros días “está basada en el uso de grandes cantidades de explosivos que destruyen a los cerros rápidamente y los han convertido en enormes cavas”. Por ello, incluyen al conocimiento sobre ese oficio artesanal como patrimonio cultural de Tandil: “Los primeros picapedreros llegaron a canteras cerradas, donde no podían entrar ni salir libremente y cobraban en plecas. Las luchas que los picapedreros dieron, a principios del siglo XX, por otro tipo de organización de la producción y por derechos laborales, son un legado fundamental y un gran antecedente para las que luego permitieron lograr un derecho laboral que mejoró las condiciones de vida de todos los argentinos”.

Fernández explica que como Asamblea participan con la caminata para honrar aquella práctica que existía entre los pobladores de las canteras de La Movediza y de Cerro Leones, que transitaban a pie el trayecto de la trocha angosta que los unía, y a mitad del recorrido se reunían para tratar cuestiones sindicales o de las otras tantas instituciones que generaron, como sus propias escuelas públicas en una ciudad que todavía tenía muy pocas: “El nivel de organización fue muy grande en esa sociedad marcada por la vida de los picapedreros. Nos interesa marcar esa caminata que también es ‘de la fraternidad’, valor muy presente entre los picapedreros y que es un legado que en la actualidad debemos conservar”. Esta entidad siempre ha planteado que gran parte de los actuales problemas ambientales “tienen que ver con modelos de desarrollo que se impusieron sin discutir sus implicancias ambientales. Hoy, con estos problemas, necesitamos repensarlos, y creemos que el progreso bien entendido del Tandil del siglo XXI requiere de la protección tanto del patrimonio natural como del patrimonio histórico-cultural”.

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Son las 13. En la Plaza de la Democracia, sobre calle Maderni hasta la Escuela N° 4, una postal se repite en cada edición de la Fiesta: ese tramo, en ambas veredas, se puebla de stands de la Feria de la Economía Social y Solidaria, junto a los de las producciones de Cerro Leones. En esta oportunidad, hay poco más de una decena: entre la venta de ropas, equipos materos, medias, sahumerios, cuchillos, lencería y plantines, se encuentran la cerveza ‘Cantera Leones’, los quesos, los ladrillos y los frascos con miel, facturas de la propia barriada anfitriona. En el aire se olfatea el aroma de los chorizos prestos para ser comprados, y ya hay muchas personas que captaron la choriseñal y enfilan hacia la cantina.

Es tal el fanatismo despertado por este evento que cada año repone el puesto de estampado del logo de la Fiesta. Aparece gente de todas las edades, con con remeras, bolsos, parches o lo que sea de tela y se tenga a mano. De manera gratuita, estudiantes de la Facultad de Arte pasan el rodillo… Incluso, les prestan las herramientas a valientes que se animan a hacerlo por sí mismos. En otra coordenada de la Plaza, una presencia infaltable en cada edición de la Fiesta: la murga del barrio, ‘Guardianes de Piedra’, que organiza la muestra fotográfica en la que recorren sus vibrantes y coloridos diez primeros años de vida en el Cerro.

Mientras las familias ubican sus asientos y bolsos materos a lo largo y ancho de los 3.400 metros cuadrados de la ‘Plaza de la Democracia’, en la mitad de este inmenso espacio verde ‘Poshy’ (Javier Silvera Sicco) dispone el lienzo para la hechura de un mural en grafiti que terminará en esta jornada. Ya está rodeado de peques (y no tanto) con la curiosidad a cuestas. Por la paleta de aerosoles que se observa, ‘Poshy’ le dará vivos colores a la escena (no casualmente con predominancia del rojo y el negro) a un picapedrero de principios del XX, con boina y pañuelo, en pleno trabajo sobre una piedra. Entre gatilladas de spray, la radio abierta de estudiantes de la Técnica N° 5 transmite lo que pasa a su alrededor y entrevista a promotores y participantes de la Fiesta; y el trabajador de la piedra realizado por Nico Vilela (más conocido como ‘Nico Ilustraciones’ en las redes sociales) en octubre de 2018, no deja de picar, acaparar miradas y observar el panorama desde lo alto desde entonces, sobre el paredón que une a las dos instituciones educativas.

En aquellas primeras Fiestas, además, la Plaza cobijó las exposiciones de los trabajos en piedra del Taller Municipal de Picapedreros y Escultores; la presencia de la Unión de Colectividades; la muestra de producciones de los talleres de bordado mexicano, de huerta orgánica de niños, de plástica y de artesanías, entre tantos otros oficios impartidos en el Centro Comunitario de Cerro Leones; y hasta hubo lugar para una kermes de juegos tradicionales, a cargo de estudiantes y docentes de la Secundaria N° 16.

A propósito de la Secundaria, la docente Natalia Álvarez Pascucci da cuenta del trabajo realizado por les estudiantes para esta Fiesta 2021: “Integraron los contenidos en distintas materias, aprendiendo sobre el origen de los picapedreros, sus colectividades, la historia de las canteras, desde lo histórico, lo geográfico, lo social. Se hizo un trabajo de guía turística sobre Cerro Leones para la gente que no conoce el barrio, gente incluso de Tandil, para contarles la historia de los picapedreros y de Cerro Leones, en diferentes puntos específicos del barrio”.

En la comunidad de esta escuela, todavía se iluminan las miradas al rememorar su participación en la primera fiesta, aquel 6 de octubre de 2018 que cayó sábado, como el mítico de 1906. Anabela Tvihaug se emociona, hasta se le quiebra la voz de sólo revivirlo en palabras: “Fue muy impactante entrar a una escuela muy humilde, con muchas falencias edilicias, donde el corazón, la pasión y los proyectos hacían brillar a toda esa institución. Era sorprendente: había calles, estampas, cuadros, maquetas, vestuario de época, plecas, espectáculos; habían montado una experiencia sonora sensible, que entrabas en un lugar con los ojos cerrados e ibas escuchando sonidos. Los pibes contando la historia, proponiéndonos hacer un recorrido turístico por el barrio… Fue muy fuerte”.

Anabela se refiere a la ‘Experiencia Picapedreros’, donde les estudiantes fundieron creatividad e investigación. Presentaron intervenciones artísticas como las maquetas ‘El recorrido de la piedra’ y ‘Primeras huellas arquitectónicas’; el teatro de sombras ‘Cuerpos de piedra’; el reconocimiento a los obreros de la piedra en la reproducción de cartelería urbana de Cerro Leones, con el nombre ‘Calles con historia’; recrearon minuciosamente una fonda de los primeros tiempos canteriles, titulada ‘Tradiciones que perduran’; videos sobre la vida cotidiana de las familias picapedreras, ‘Un entorno con Historia’, junto a la proyección de ese trabajo en la escuela… hasta el ‘Juego Interactivo Picapedrero’. En 2019, las instalaciones de la secundaria fueron el escenario de la muestra ‘Imágenes de mi barrio’, de la presencia de estatuas vivientes, y de la proyección del film ‘Cerro de Leones’, que Alberto Gauna estrenó en 1975.

En la Primaria N°4 ‘Mariano Moreno’, antigua construcción en la esquina de Lamberto y Maderni, estudiantes y docentes del Segundo Ciclo exponen ‘Las piedras hacen historia’, junto a la recopilación de información histórica sobre la barriada. En las aulas de esta escuela creada en 1881, gestión de esos inmigrantes recién llegados de Europa a trabajar en el cerro ‘leónido’, quienes forman parte del Primer Ciclo comparten la instalación artística en la que han trabajado arduamente: ‘Piedras primarias’, con producciones en arcilla, piedras, papel, porcelana fría, junto a la proyección de fotos que recrean esas jornadas creativas. La muestra del Centro de Educación de Adultos N° 713 también se exhibe allí.

El equipo docente hace memoria y recuerda que en la primera Fiesta, en esta institución estuvo presente la entonces ‘Fototeca de la UNICEN’ con una exposición fotográfica y scanneo de archivos de las familias del barrio; el Museo Histórico del Fuerte y el área de ‘Patrimonio Cultural y Archivo Histórico del Municipio de Tandil’ fueron de la partida con una muestra temática; sirvió de tablado para la obra ‘Hijo de la piedra’, interpretada por Martín Rosso junto a Rafael Rodríguez; y se proyectó ‘Bepo. La búsqueda de la Libertad’, de Marcelo Gálvez. En 2019, alumnos y alumnas de la escuela representaron ‘Leyenda del Cerro’, obra teatral de su propia autoría. Y hubo muestras, como la de fotografías históricas del Archivo Histórico Digital Unicen; ‘Trabajar la Piedra’, del Museo Histórico del Fuerte; ‘Herramientas del Picapedrero’, de Ariel Díaz; y ‘Los descendientes’, con proyección de entrevistas y fragmentos de la puesta en escena escrita y dirigida por Julia Lavatelli, vinculada al Teatro Nacional Cervantes.

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La pandemia de Covid19 ya es un hito en la historia de la humanidad. Afectó a cada centímetro del planeta a lo largo del 2020 y aún se sufren coletazos en este 2021. La Fiesta Popular del Picapedrero no estuvo desentendida de la peculiar coyuntura. Mientras para cientos de eventos se decidió su postergación hacia tiempos mejores en lo sanitario, la Comisión Organizadora decidió que la Fiesta tuviera su tercera edición, aunque en un formato acorde a los tiempos que corrían. Así fue que la edición del 2020 se realizó en el territorio virtual de las redes sociales y Youtube.

Experiencia ‘rara’ para algunes, porque la esencia de la Fiesta está en el encuentro con la gente; ‘novedosa’ para otres a quienes la virtualidad les era absolutamente ajena y aún así se prendieron y participaron activamente de la propuesta. En el canal de Youtube se encuentran disponibles los más de veinte contenidos audiovisuales que se produjeron al efecto: documentales como el realizado sobre Ariel Díaz y el trabajo picapedrero hoy, y sobre la lucha de los picapedreros desde los archivos históricos de AOMA; conversatorios con Mirta Bujan, Ana Fernández, Lucía Jelusich, Julia Lavatelli, Sara Arrizabalaga, Gabriel Cadona, María Celia García, y a Leonor Alicia y Delia Susana Pascucci, nietas de Roberto Pascucci; dos miniseries, llevadas adelante por el Taller de Teatro de Cerro Leones y un grupo de teatro comunitario de Villa Laza, a cargo de Carolina Giovanini; recetas de la colectividad montenegrina, a cargo de Karina Orahovak, y de facturas por el panadero Jorge Cesareo, vecino de Cerro Leones. Audiovisuales también sobre las producciones actuales en el Cerro, sobre los Guardianes de Piedra, trabajos hechos por estudiantes de la Secundaria N° 16, por alumnos de la Escuela Primaria de Adultos del barrio, junto al cortometraje de animación ‘El último adoquín’ realizado por la Técnica N° 5.

En esa particular puesta en escena, no sólo jugaron las energías para que la Fiesta no se estancara: también pesaba la necesidad de generar encuentros, aún desde lo virtual, para continuar alimentando el fuego del trabajo “como comunidad y equipo, y generar un poco de alegría en ese contexto tan complejo. En el grupo con vecinos y vecinas nos sentimos muy cerca, muy contentos, y fue hermoso”, pondera Tvihaug.

Para esta cuarta edición, estaba decidido que sólo la realizarían si les habilitaban la modalidad presencial. En agosto les llegó la buena nueva desde el Municipio. Los motores se pusieron en ‘turbo’ para trabajar intensivamente en el mes y medio que restaba para este 10 de octubre, con reuniones de la comisión una vez por semana, hasta en la Plaza con las y los vecinos que se acercaban a aportar: “Y salió lo que estamos viendo: algo hermoso. Se notan las ganas de la gente de querer salir, de querer estar. Es totalmente diferente”, comparte orgulloso Flavio García, mientras se organiza para la coordinación del conversatorio. Anabela Tvihaug sigue con celular en mano, transmitiendo en vivo fragmentos de esta tarde de domingo, y reflexiona sobre este regreso a la celebración presencial: “Nos da mucha felicidad y se ve reflejado en las actividades. Está siendo, quizás, la edición más festiva: hay mucha euforia, mucha adrenalina, mucha alegría, mucha comunión. Este año se ve, sobre todo, esa alegría de encontrarnos, la fortaleza recuperada de acompañarnos y compartir un tiempo y un espacio común, fundamental para la comunidad”.

Hora 14. Quienes llegan, luego de estacionar el auto antes de llegar al Club Figueroa, pasan frente al Bar ‘El Cerro’ para comprar algo fresco. Grande es la sorpresa que se llevan cuando descubren que las instalaciones del histórico bar en el que supieron consumir fiestas atrás, hoy son la sede del Punto de Extensión Territorial de la UNICEN. Aún así, se quedan en ese ambiente con tanta historia entre sus paredes de chapa, mientras estudiantes de la Orientación en Servicios Turísticos de la Escuela Técnica N°5 les brindan una suerte de visita guiada. Casa por medio, en el frente del Centro Comunitario una enorme imagen del fotógrafo italiano Carlos Pierroni estampa para la posteridad a un nutrido grupo de personas, enorme mayoría de niños y niñas, frente a una construcción de chapa. Es en blanco y negro, y con una nitidez que impresiona, se lee claramente en aquel óvalo metálico ‘Escuela N° 4’. La fotografía ejerce un magnetismo que detiene a quienes se encaminan hacia la Plaza, comienzan a señalar, a reconocer rostros, a llamar a sus acompañantes y compartir pareceres. Desde hace una hora, integrantes del Centro Comunitario y de la Facultad de Ciencias Humanas están recepcionando testimonios e historias que filman y fotos a las que digitalizan, en el marco de la actividad ‘Haciendo el álbum de Cerro Leones’. Los ‘históricos’ del barrio se acercan con imágenes, cuadernos, y quienes alguna vez vivieron en el barrio hacen memoria, recuerdan a familiares, relacionan apellidos, relatan anécdotas allí sucedidas.

El reloj marca las 14.30. Como desde 2018, en la esquina de Maderni y Lamberto, frente al centenario edificio de la Primaria 4, algunas decenas de personas se acercan al punto de encuentro desde donde partirá el Recorrido Turístico 2021. Estudiantes de la Secundaria N°16 por un lado, de la carrera de Turismo de la Facultad de Ciencias Humanas de la Unicen por el otro, repasan lo que dirán en minutos frente a ocho sitios de interés. El primero de ellos es la propia Escuela N° 4. Bajan por Maderni hacia Basso Aguirre y el ‘Monumento a la Madre’ es la segunda parada. Cruzan la calle, con el debido cuidado porque los automóviles continúan en llegada incesante, para llegar a la entrada del Circuito ‘Basso Aguirre’, otrora escenario de carreras de autos y motos. Continúan hacia la intersección con Cadona y les aprendices de guías turístico se ubican frente a la ‘Casa Histórica’, de chapa, construida por picapedreros a fines del siglo XIX. Mucha gente en la Plaza observa el movimiento y se suma, sin saber a ciencia cierta de qué se trata.

Nuevamente cruzan, nuevamente con cuidado, y se estacionan alrededor de la tranquera de ingreso a la que supo ser la cantera hasta fines de la década del ‘90. En este mojón del recorrido, se profundiza sobre el enlace entre la historia de la explotación de la piedra en Tandil y la de la inmigración que fue su mano de obra. Una cuadra más adelante, el sexto hito es el Monumento al Picapedrero, inaugurado en 2007, en homenaje a aquella iniciática ‘Unión Obrera de las Canteras’ que con el tiempo devino en AOMA. Sobre la piedra, la figura erguida de un picapedrero se adivina en la disposición de los pinchotes y en el rayado del scarpel. Alguien en el público estuvo presente en la edición de 2019 y rememora el emotivo homenaje que se le hizo al artista padre de la criatura, Eduardo Rodríguez del Pino; y en ese homenaje, además, la revalorización de esa escultura que ya es parte de la identidad del barrio y de esa otra manera de contar la historia. Queda atrás el Bar ‘El Cerro’ y nadie entiende nada: sucede que el Club Figueroa es la anteúltima estación, por lo que hacia allí camina el casi centenar de voluntades ávidas de conocer. Club fundado en 1922, institución más que representativa de Cerro Leones por la vida deportiva como por la actividad social. En la segunda Fiesta, Silvia Melo y Mariana Irigoin inauguraron allí su mural ‘Leyenda de Cerro Leones’.

La caravana retorna en sentido hacia la Plaza, y a las 15 el circuito que plantea a Cerro Leones como una alternativa turística hace su cierre en el Bar ‘El Cerro’. Las tildadas en la alocución de les estudiantes de la Secundaria, más allá de las renovaciones, ya se ha vuelto un clásico. Es harto evidente el pánico escénico, pero se les perdona por las ganas que le ponen a esta propuesta para el desarrollo del barrio. De hecho, luego de los aplausos, la gente se les acerca para felicitarles por todo lo investigado y agradecerles por lo mucho que se acaba de aprender sobre Cerro Leones. En la Plaza, integrantes de ‘Granja Los Pibes’ comienzan su charla sobre especies autóctonas y conservación. En las afueras del Bar, se disponen sillas y se acomoda la mesa porque comienza un nuevo conversatorio. Mientras Juan Onofre Rodríguez anima la espera con su bandoneón, se ubican poco más de cincuenta personas prestas a escuchar. El rojo rojísimo estandarte de la Sociedad Unión Obrera de las Canteras de Tandil, extendido dentro de una suerte de nylon, parece agigantarse con el tiempo. No pasa desapercibido. Hay quienes se emocionan ante su imponencia y su carga histórica; también están quienes creen estar ante un fantasma. La gente de AOMA Tandil lo preserva como uno de sus mayores tesoros y no es para menos. Para cada Fiesta del Picapedrero, lo acerca hasta Cerro Leones. Su presencia se impone, a la derecha de la mesa de la disertación.

Flavio García presenta y comienza Jorge Bidaure, que comparte su experiencia como antropólogo en el estudio de Cerro Leones y de la importancia de las demás canteras históricas y prehistóricas de la zona. Luego, Bárbara Sosa, gestora cultural y experta en patrimonio, aborda lo relativo al patrimonio industrial y a los archivos de la historia de los picapedreros que se conservan en la sede de AOMA Tandil, el sindicato de los trabajadores de canteras. Como cierre, las vecinas Nilda Álvarez y Paola Rodríguez, madre e hija, cuentan anécdotas que ilustran qué es vivir hoy en Cerro Leones. Integrantes de AOMA filman la charla. Detrás de ellos, hacen su aparición unos personajes que parecen pertenecer a esta época. Llevan atuendos antiguos, pero algo ahí desentona: también filman, con un artefacto extraño. Son estudiantes de la Facultad de Arte que están haciendo su registro audiovisual de la Fiesta y se dirigen hacia la Plaza.

Los conversatorios son de las actividades abonadas y tradicionales que caracterizan a la Fiesta Popular del Picapedrero, siempre moderados por el vecino Flavio García. Anabela Tvihaug los sitúa entre las propuestas relativas lo histórico y lo patrimonial, para charla y debate en el emblemático Bar ‘El Cerro’: “Se invita a referentes para que las vecinas y vecinos de Cerro Leones les entrevisten. A través de sus expresiones se cuenta la historia desde distintos ángulos”. Desde descendientes de picapedreros y vecinos, hasta historiadores, investigadores y escritores, en la edición de 2018 se reconstruyó la historia de Cerro Leones, sus mujeres, sus luchas y sus trabajadores a través de los aportes de Ivy Cángaro, Ana María Fernández Equiza, Karina Orajovac, Magdalena Conti, Lucía Jelusich, y demás vecinos históricos del barrio. En 2019, desde el conversatorio se lo homenajeó al historiador y periodista Hugo Nario. Se volvió sobre la historia de Cerro Leones, el rol de las Mujeres y las Fiestas Populares, junto a una muestra de herramientas de picapedreros, y allí dialogaron Néstor Dipaola, María Elba Argeri, Tony Ferrer y Ariel Díaz.

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La tranquera de la cantera es trepada y saltada por cientos de personas durante las horas en las que se desarrolla la Fiesta. Muchas de esas visitas a las cavas las hacen quienes acaban de realizar el recorrido guiado. La curiosidad por ese punto al que no se accedió puede más y hacia allí van. La Fiesta es, quizás, el único momento en el año en el que ese paseo por las cavas, por ese lugar que alguna vez fue la altura de dos leones graníticos enfrentados, está ‘permitido’, legitimado socialmente. Poco más de 300 metros de llano camino de pedregullo y árboles separan a la tranquera de la primera cava. Esa que está antecedida por una piedra de enormes dimensiones que recuerda a los desprevenidos e incrédulos que está prohibido bañarse allí… e ingresar.

 

Luego de las 16, circo y teatro se unen y crean ‘Nace un Puente’, una intervención artística que hermana a les artistas estudiantes y graduades de la Facultad de Arte de la Unicen que se pasean con vestimenta de época, a la Cooperativa NACE (Núcleo de Artistas Callejeres Emprendedores), y a Cocoliche y Peter. Ese contraste y paradojal convivencia entre las escenas del pasado revividas en el presente, revive el homenaje que en 2019 realizó el Grupo Intervenciones Mujeres Teatristas a las ‘Mujeres del Cerro’.

Son las 18 y el sol comienza lentamente su huida. En la Plaza, se divisan más tandilenses que turistas. No es un detalle menor: Tandil está colmadísima, desbordada de turistas, por tratarse de un fin de semana con puente turístico incluido. Pero allí está la barriada de Cerro Leones, en una Fiesta que parece un oasis para las y los lugareños. Algunos artistas ya pasaron por el tablado mayor, José Gabriel canta, y otros se preparan al lado del escenario. ‘Poshy’ termina su mural y muchos peques se acercan. No son indiferentes a ese señor de boina: lo observan, lo estudian, posan junto a él. El color que adquiere el paisaje por los últimos rayos del sol intensifica al rojo de esa obra que acaba de ver la luz. Mucha gente emprende su ida, quizás por el frío, tal vez por el partido de la Selección Argentina de Fútbol; pero como ha sucedido durante toda la jornada, la llega de nuevo público no cesa. Lúcida sube a escena, con Gio Latella, Laura Escofet, Clara Herbon y Lara Nicole Buena. Más tarde hará lo suyo ‘La Viajera –Tango’. Este año, el cierre promete ser a todo ritmo, con Los Tapitas, como lo supo ser en las ediciones anteriores con Ajenjo Show.

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Al interior de la vecindad de Cerro Leones, la Fiesta toca distintas fibras, atraviesa las historias familiares con diversos rebotes. Como en toda cuestión que implica convivencia y heterogeneidad, los bemoles emergen. Uno de ellos: cierto pensamiento conservador, cierto cerramiento hacia ‘lo nuevo’ como actitud de esa parte del vecindario que tiene calles con sus apellidos, frente a la novedad que implica desde la gente que se muda al barrio (incluso, quienes ya llevan dos décadas allí) hasta la Fiesta misma.

Flavio García recuerda lo mucho que costó la primera edición de la Fiesta: “Era algo nuevo. Teníamos que convencer a la gente, ir a buscarlos”. Sin embargo, a los escépticos que creyeron que sólo irían diez personas a la Plaza de la Democracia aquel 6 de octubre de 2018, la cantidad de gente que ha llenado ese ámbito del barrio en las tres fiestas presenciales, venida de diversos puntos de la ciudad y la región, “les cambia la forma de verlo”.

En la Comisión Organizadora han ensayado un mapa de esa diversa respuesta barrial: están las muchas y muchos vecinos que son arte y parte, que se involucran en la organización y realización de actividades; otros encuentran en la Fiesta una oportunidad para vender y hacer conocer sus emprendimientos; están quienes lo viven como una verdadera fiesta, con mucha alegría, que la esperan con mucha ansiedad durante todo el año, incluso invitan a familiares y amigos para ir a la Plaza; para quienes desde hace añares no han vuelto a entrar a las escuelas, la Fiesta les permite reencontrarse con sus recuerdos escolares; y para las personas que alguna vez fueron vecinas del Cerro, el evento les significa una excelente razón y excusa para volver, al menos por ese día, a ese terruño.

En esta edición 2021, casi pospandémica, las ganas por salir y reencontrarse han vencido reticencias. García no puede disimular su sorpresa: “La gente nos busca a nosotros: se cambió la historia. Muchos vecinos se incorporaron, se acercaron a ayudar, a dar una mano… Hasta organizaron actividades!”. Observa a su alrededor y encuentra, a golpe de vista, a gente que nunca había estado en pleno disfrute de la Fiesta: “De a poco se van metiendo. Vi gente que jamás pensé que iba a estar en la Fiesta, y en eso tienen que ver las instituciones: el Club, la Biblioteca, las escuelas”. Lo mismo opina Luciana Pillado, vecina de Cerro Leones, que llegó al barrio hace poco más de una década: “Como la Fiesta va saliendo cada año mejor que la anterior, se van entusiasmando más los vecinos para participar y hasta para disfrutarla más”.

Tvihaug no duda de la existencia de aquellas y aquellos habitantes del barrio “que no se sienten interpelados por semejante barullo o que incluso les genera alguna incomodidad”. De lo que sí tiene evidencia es de los mensajes de agradecimiento y de las demostraciones de entusiasmo que despierta la Fiesta, porque alrededor de esta conmemoración popular se palpan las mejoras en el barrio: “En la Fiesta, se habla de Cerro Leones, de su gente, de su historia, pero también de su actualidad y sus necesidades”.

Todavía no llegaron los aplausos que cerrarán el show de Los Tapitas y le pondrán el broche a la cuarta edición, pero la próxima Fiesta Popular del Picapedrero 2022 ya está germinando en algún ínfimo rincón de la mente de varias y varios integrantes de la Comisión Organizadora. Los mensajes de felicitaciones comenzarán a llegar, quizás hasta con sugerencias: ¿Faltará mucho para que la Fiesta se divida en dos días, por las actividades que se superponen? ¿Habrá más FoodTrucks? A diferencia de aquel 2018 en el que no sabían hacia dónde apuntaba la brújula ni en dónde desembocarían esos esfuerzos, el esquema ya está resuelto y establecido, por lo que para las cuestiones más operativas y logísticas, los encuentros e intercambios de mensajes comenzarán en junio.

La fecha está: girará alrededor del 6 de octubre. Otra certeza es que en el Cerro las instituciones seguirán trabajando. Entre los compromisos instaurados por la Fiesta, está la vinculación entre las escuelas Secundaria N° 16, Primaria N° 4 y Técnica N° 5 que, sin ser de Cerro Leones, participa todos los años. Orientada hacia la producción audiovisual y el turismo, organiza sus proyectos institucionales en torno a la historia de los picapedreros. En el camino, además, también surgen nuevos vínculos, actividades y proyectos que se suman a la formación de la Fiesta como un vagón más.

Natalia Álvarez Pascucci, además de ser docente de la Secundaria N° 16, es bisnieta de Roberto Pascucci: tiene una calle en Cerro Leones por la importancia de su figura en la historia grande de las luchas del Tandil picapedrero. Como descendiente, esta Fiesta le devuelve al presente el legado familiar, incluso cierta responsabilidad, pero por sobre todo orgullo: orgullo por ese bisabuelo al que no conoció pero sí, a través de libros y relatos, que luchó y estuvo siempre para defender el trabajo y los derechos de mucha gente; orgullo por saberse parte, como familia, de la historia de la comunidad de Cerro Leones. “El peso de ese legado familiar, de alguna manera, lo tenés… Y no es fácil”, reflexiona, y su voz se quiebra, emocionada. Para ella, la Fiesta Popular del Picapedrero, ya como institución, “sirve para que, como sociedad, hagamos memoria y revaloricemos el legado construido por estos antepasados, que levantaron al pueblo de Tandil de ese momento y fueron generando y dejando legados a las siguientes generaciones”.

Fiesta que le aporta a la sociedad tandilera la instancia para visibilizar y transmitir una parte de su historia muy vedada: “Mucho queso, mucho salamín, mucha cruz… Pero de la piedra y de la lucha de los picapedreros, nada, cuando fue la actividad que, a principios del siglo XX, hizo mover a la ciudad”, señala Flavio García. Para el Secretario General de AOMA Tandil, “es un verdadero orgullo que se reconozca la historia de la gran lucha de pioneros como Luis Negri y Roberto Pascucci, que en 1906 crearon nuestra seccional en pos de un trabajo digno para todos los mineros”. Son los únicos que a nivel nacional festejan su día cada 6 de octubre: “La Fiesta Popular del Picapedrero mantiene viva la historia de la familia minera”, sentencia Walter Marcovich.

Para la Asamblea Ciudadana por la Preservación de las Sierras, esta Fiesta es una instancia “sumamente positiva, no sólo para el barrio, sino para todo Tandil, porque empieza a visibilizar y valorizar la historia de los picapedreros, una deuda que tenemos, con todos los aportes que hicieron”, afirma Ana Fernández Equiza, y alerta sobre lo fundamental de esa valorización del patrimonio histórico tandilense: “Una ciudad que no reconoce los principales aportes históricos-culturales y naturales, no es una ciudad en donde podamos hablar de verdadero desarrollo”. Fundamental también “para recuperar y convertir el pasivo ambiental que dejó la extracción, en una oportunidad para hacer un gran parque público con circuitos patrimoniales ligados a la naturaleza de Tandilia y a la historia de los picapedreros”.

Según Anabela Tvihaug, con aportes históricos como los brindados por gente como Hugo Nario, la Fiesta “pone en relieve la historia de los picapedreros, un capítulo doloroso de la historia: desde el progreso que come y carcome a la naturaleza, que en la piedra se nota y más aún en Cerro Leones, donde directamente el Cerro ya no está; y desde la realidad de esas familias picapedreras que trabajaban ahí, la pasaron mal y lucharon por sus derechos incluso con sus vidas”. Para Tvihaug, en vista de que en ciudades prósperas y pintorescas, los dolores de su historia se suelen ocultar y se prefiere poner la energía sobre lo superficial, “aquí se trabaja precisamente en lo profundo: en el sentido de la identidad local, en la cultura que se sucede entre los lazos, entre las historias familiares y barriales, en las anécdotas entre mates. Esa es la historia que intentamos poner en relieve en la Fiesta Popular del Picapedrero”.

 

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19 horas. El sol se oculta detrás de una pequeña elevación, en donde se desvanece la huella en la tierra y desaparece el trazado de la avenida Basso Aguirre. En la dirección contraria, dos hombres de mediana edad se suben a sus bicicletas y se despiden de Cerro Leones. Atrás quedan los dos leones ahora dorados que hace algunas horas les dieron la bienvenida a la Plaza de la Democracia. Un par de suaves pedaleos más y se percatan frente al Bar ‘El Cerro’ que no se calzaron sus respectivos cascos. A su lado pasa un grupo de caminantes a quienes les espera un largo camino por andar: hacia las 16, lograron estacionar el auto en un recovequito, a casi diez cuadras de la Plaza. Los ciclistas vuelven al ruedo y dejan a sus espaldas al picapedrero recreado sobre la piedra con pinchotes. Alcanzan a los caminantes, los superan y en ese cruce, se escucha claramente que un ciclista le pide al otro que le explique de qué iba eso de las ‘plecas’. El colorido león del mural del Club Figueroa los despide. Casi dos kilómetros después, la conversación sobre todo lo aprendido sobre la historia de la gran familia picapedrera en Tandil prosigue. Los ciclistas dejan atrás el arco de ingreso y creen despedirse de Cerro Leones.

 

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La Fiesta Popular del Picapedrero es un paso de consideración hacia el rescate del legado de lucha de aquellos trabajadores de la piedra que hicieron al advenimiento del Tandil ciudad. Sobre los adoquines de Rodríguez al 1000 se oyen pasos fuertes. Seguramente, bajan de La Movediza, de Cerro Leones, de San Luis, de Albión, de La Aurora. Avanzan hacia el centro. Parece el ruido de botines con tachuelas, golpeando contra el producto que salió del golpe de sus puntas y mazas. Se reconocen estrofas de ‘Hijo del Pueblo’, como susurros de voces graves. Aquello desvanecido toma cuerpo, color y forma. Un ejército de enormes abandona la invisibilidad. ‘Los desconocidos de las sierras’ hacen flamear su rojo estandarte. Los pasos se convierten en miles. Pero hay algo que en este 2021 cambia: ya no se oye, simultáneo a la marcha, el estrepitoso golpe en seco de las persianas y puertas, como en 1908. Quizás en eso reside la fuerza de esta Fiesta surgida a seis kilómetros de la pirámide de la Plaza Independencia: la sociedad de Tandil ya no los niega, sino que los reconoce y les agradece. Ahí están, en cada cordón, entre las sierras, en cada adoquín, en los talleres metalúrgicos, visibles, luchando contra el olvido.