Hacia una Argentina sin pueblo

El intento por desentrañar el supuesto misterio del resultado electoral de las elecciones PASO 2023, está consumiendo reservas neuronales y creando paranoias y profecías de todo tipo donde abundan los exitistas incendiarios y los desesperanzados crónicos conviviendo con intelectuales que agotaron la búsqueda en sus cajones habituales y ensayan posturas novedosas con el diario del día después.  (Opinión Por Alejandro Ippolito)

 

Lo cierto es que ni las encuestas -nunca las encuestas- ni los analistas, periodistas especializados y opinadores improvisados de todos los sectores atinaron a esbozar, antes de los datos empíricos finales, las líneas iniciales de este boceto de la debacle nacional.

Entre pisos y techos supuestos, se movía el Minotauro, esperando por Teseo, pero el héroe nunca llegó, y la bestia, lejos de morir, acrecentó su figura y escapó del laberinto para exponerse obscenamente frente a la atónita multitud. El monstruo fue creado por propios y extraños, por acción, descuido, desidia o irresponsabilidad; y ahora muestra los dientes con absurdo desparpajo.

La Argentina es, finalmente, todo el laberinto, el territorio absoluto donde desesperar a gusto, un laboratorio ideal para la creación del enemigo. Pero la novedad es, quizás, que ese enemigo es hoy una parte mayoritaria de la sociedad, incluso con aquellos que afilan despreocupadamente el sable de su verdugo.

Para que una minoría económica se constituya en mayoría política, no mediando un sistema dictatorial impuesto por un golpe de Estado, necesita del apoyo de sectores populares que desconozcan su propia historia y, con la memoria anestesiada, aporten caudal de identificación con los sectores dominantes que no harán más que eliminarlos con las primeras medidas de gobierno sin siquiera agradecerles por los servicios prestados.

El tan mentado “enojo” con que se justifica la torpeza en el acto eleccionario que pretende la utopía de castigar a un gobierno destruyendo sus propios derechos, no parece ser una emoción recomendable a la hora de elegir una propuesta política. Pero, de todas formas, quien sepa canalizar y capitalizar el descontento, verá acrecentar sus posibilidades políticas de forma exponencial.

Así lo entendió Milei, que de loco tiene poco, por lo menos en lo que a estrategia se refiere. Un amplio sector social, más atento a las morisquetas y ademanes grandilocuentes que a los contenidos y argumentaciones, se volcó hacia la novedad, como si se tratará de un producto recién lanzado al mercado para competir con dos marcas conocidas. Probemos, a ver qué gusto tiene. Pero no hay devolución ni garantía de satisfacción o le regresamos su voto.

Votar con furia pretendiendo “castigar” al gobierno apoyando a la extrema derecha es como pretender curarse una jaqueca pegándose un tiro en la cabeza. Jugar irresponsablemente con el propio futuro y el de casi toda la sociedad, no es precisamente un signo de madurez social a pesar de los 40 años de democracia que hemos celebrado de la peor manera.

La propuesta es pedirle al pueblo que sueñe con una Argentina sin ellos: sin derechos, sin garantías civiles ni judiciales, sin posibilidades de desarrollo, sin educación pública, sin acceso a los servicios mínimos, sin ascenso social, sin capacidad de progreso, con una exclusión masiva y un estado de caos que impondrá respuestas represivas y el exterminio de los expulsados.

El político y productor agropecuario ultraliberal, José Luis Espert, soñó alguna vez con un país “ideal” donde se pudiera despedir libremente sin que hubiera protestas ni manifestaciones.

Por su parte, el ex secretario de Empleo del macrismo, Miguel Ángel Ponte, arrojó en el 2017 un patético aforismo: “contratar y despedir debería ser natural como comer y descomer”. Se trata de un personaje de la primera línea del holding de Paolo Roca, Techint, encabezando el sector empresarial más conservador y reaccionario a cualquier proyecto de inclusión social y reparto más equitativo de la riqueza.

Todas estas definiciones, que parecerían no ser atinadas a la hora de captar adhesiones populares para un proyecto político, resultan hasta poéticamente moderadas frente a la diarrea discursiva del líder de La Libertad Avanza, Javier Milei, que proclama el incendio y la demolición de todo lo público como forma de administración exitosa de la nación.

En Jujuy, mientras aún continúa el reclamo de la población contra las acciones totalitarias de su gobernador Gerardo Morales, con el Malón por la Paz incluido en el marco de las protestas, la propuesta violenta y xenófoba de Milei cosechó el 39,83% de los votos. Un contundente muestra para profundizar el asombro.

El pueblo quiere una Argentina sin pueblo. La mística de las movilizaciones obreras y la celebración de los derechos obtenidos y recuperados, parece haber dejado su lugar a un deambular sin sentido, un desfilar que emula a cualquier capítulo de la reconocida serie The Walking Dead, donde los marginados son apenas muertos vivientes, sin otro destino que devorar sobrevivientes o perecer con un puñal clavado en la cabeza.

Una metáfora brutal pero posible, el virus zombi será la inoculación de la ponzoña liberal de extrema derecha y el distópico escenario propuesto será un desolador territorio arrasado sin otra ley que la violencia desmedida de todos contra todos. Para crear al enemigo, primero hay que señalarlo para luego deshumanizarlo hasta reducirlo a la entidad de un objeto.

Cuando la derecha habla del pueblo trabajador, de la educación pública, de los científicos del CONICET, de los empleados públicos; los menciona como un “gasto”. Números que deben corregirse como si no hubiera una vida detrás de cada cifra. Si pensamos en cosas y no en sujetos, la barbarie se parece a la sensatez y celebramos la aniquilación del otro (y de nosotros) como si se tratara de una plaga.

Mejorar los números de la economía pisoteando derechos y empobreciendo a las mayorías, no es un valiente proyecto de gobierno, una epifanía económica o una genialidad política; es una bajeza descomunal que solo lleva a la degradación de la sociedad y al desmedido sufrimiento de los que no han tenido la precaución de nacer al resguardo de los millonarios. Si los patrones aplauden, nada bueno se avecina para los trabajadores.

Ojalá que haya un atisbo de coherencia, de memoria, de cordura republicana y que la solución a este dislate no provenga de la desesperación sino del reconocimiento de los desafíos de la hora.

Qué sentido podríamos reconocer en las matanzas de la Patagonia Rebelde, con qué fin las multitudinarias caravanas de obreros hacia las plazas.

Para qué las Madres y las Abuelas, para qué Rodolfo Walsh y Angeleli, y los pibes de Malvinas que finalmente olvidaremos.

Porque en la locura no hay espacio para la memoria, solo emoción y sinrazón, delirios y espejismos de una mente perturbada por medios miserables y una justicia rastrera.

Estas líneas no hacen más que agotarse en el diagnóstico, no resultan un recorrido válido para despejar la niebla y apaciguar el desencanto. Un llamado apenas, un grito con el rostro hundido en el agua para alcanzar el eco de aquellos momentos de nuestra historia en donde fuimos mejores.

Todavía esperamos que Teseo despierte, que el Minotauro agote su furia en su propio laberinto y que el hilo de Ariadna nos muestre el camino de regreso.