Tres libros para conocer el lado oscuro del «Sueño americano»

Existe un dolor que recorre las venas internas de Estados Unidos, el país que nos vende permanentemente un sueño de grandeza y prosperidad apto para todos quienes se esfuercen lo suficiente, relatos que en algunos casos compran de entre nosotros aquellos desclasados que miran melancólicamente hacia ese supuesto paraíso soñando un futuro mejor de consumo. En esta nota recorreremos tres libros, más un cuarto de obsequio, que muestran ese costado oscuro y para muchos desconocido, del imperio del norte.

Diversos cronistas han expuesto en libros de no ficción ese país que existe dentro de EEUU registrado como la “white trash”, los trabajadores de cuello azul, rednecks que languidecen en el cinturón del óxido, los hillbillies, amantes de las armas. Esos reporteros han navegado los ríos profundos de un sueño que languidece en décadas con su promesa eternamente incumplida para algunos.

La premisa de que con esfuerzo, en el gran país del norte todos podrán triunfar si trabajan lo suficiente, la idea de que todo logro descansa únicamente sobre los propios esfuerzos. Que los que fracasan lo merecen, ha sido el motor de millones de habitantes del continente desde fines de la Segunda Guerra. Recordemos que esa maquinaria de creencias no es enteramente fundacional del país, y su declive comenzó  a partir del proyecto reaganiano, posteriormente continuado por Bush, que destruyó el incipiente estado de bienestar en pos de una globalización que buscó manufacturar más barato en el lugar del mundo donde fuera más económica la mano de obra, pero dejando sin trabajo a quienes fueran por generaciones sufridos pero satisfechos trabajadores. Obreros americanos blancos que no entendieron el quedar sin trabajo, y se culpabilizaron por su propio fracaso.

Los «Baby boomers» nacidos luego del regreso de los combatientes de la segunda guerra construyeron un sueño de barbacoas en el patio trasero, autos relucientes, casas suburbanas con jardines de césped impecablemente cortado, y la idea de que con una cerveza y un partido de béisbol en la televisora a color, todo era felicidad. Pero ese proyecto de vida terminó. Especialmente a partir de los noventa, cuando las grandes empresas decidieron que mejor que producir en EEUU, era tercerizar globalmente la producción, momento en que los honestos obreros fueron derramándose uno a uno sobre la pobreza.

 

Bruce Springsteen, el trovador de la «White Trash»

Peor aún, nadie les avisó claramente que los tiempos habían cambiado. Y a partir de entonces, quienes fracasaban eran convencidos que su derrota era solo personal, responsabilidad pura de alguien que no había luchado lo suficiente. La meritocracia caló profundo en los descendientes de aquellos que bajaron del Mayflower con su impronta puritana impresa desde la cuna que le impedía ver al verdadero culpable.

A partir de Reagan y Bush, la caída del sueño de las expectativas laborales de la mayor parte de los estadounidenses, la vida en las caravanas (casas rodantes) vendida como un paraíso, la obsesión por las armas, el alucinante mundo del cristianismo renacido o el absurdo de unas gentes pobres y enfermas que votan por aquellos que les reducen la asistencia sanitaria gratuita completó el lavado del cabeza del norteamericano medio. 

Para recorrer el lado «B» de este sueño,  para muchos convertido en pesadilla cotidiana, recorreremos tres libros de no ficción -en algún caso ya son películas- y un cuarto ensayo que muestran un derrotero de explotados que no saben, o no quieren creer que lo son, y que quizás aporten datos para entender cómo estos norteamericanos blancos, que trabajan duro toda su vida,  muchos de los cuales nunca han salido de su condado, guardan un arma en la casa y votan siempre al Partido Republicano fueron quienes hace pocos años, cansados de los políticos, llevaron a Trump a la casa blanca.

Y aunque en la última elección no alcanzaron a mantenerlo allí, han visibilizado permanentemente una masa que expresa lo más profundo del sueño americano. El rostro humano de esa desolación, en un un país que es la contracara del glamour neoyorquino, la dulce caricia californiana o la avanzada tecnología del Silicon Valley.

El cuarto libro que proponemos dialoga con todos ellos, como ensayo que traza un mapa de esa comunidad. Lo interesante además es leer estos libros en clave del Sur que habitamos, y destacar lo que para nosotros es claro aunque invisible para ellos.

El primero de ellos, “ Crónicas de la América profunda” de Joe Bageant se construye en base a una galería de personajes típicos. En sus «Crónicas…», Bageant habla de su gente, sus vecinos, sus amigos, la gente de su barrio y la de su ciudad. Norteamericanos casi analfabetos que no son capaces de situar su país en un planisferio,  fundamentalistas cristianos y defensores a ultranza del derecho a poseer armas, que se arruinan cuando se enferman porque no solo no tienen Obra Social, sino que apenas les alcanza para pagar medicinas y, sin embargo, votan a los republicanos y rechazan cualquier ayuda estatal porque para ellos aceptarla es una muestra de debilidad y de fracaso.  Norteamericanos dispuestos incluso a matar y morir por la imagen de un país construida en las películas y en la educación patriotera aprendida en la escuela. 

 

Este autor fue un personaje que llegó tarde a la escritura, pues estuvo toda su vida trabajando duro en empleos casi peor uno que otro. A lo largo de su existencia  fue obrero fabril, cantante, granjero y periodista, recorriendo buena parte de Estados Unidos para volver a su pueblo natal luego de tres décadas. Y cuando comenzó a contar lo que había vivido en sus textos, ya era casi tarde para él porque tenía el cuerpo arruinado. Pero nos dejó su obra, que presenta el desalentador espectáculo de una gente embrutecida, endeudada, fundamentalista cristiana y amante de la caza, a la que no le alcanza ni para pagar las medicinas. Personas que, sin embargo, en defensa del «estilo de vida americano», votan a los republicanos «porque tienen más pelotas», y de este modo acaban decidiendo el destino de un mundo que ni conocen ni comprenden.

Bageant describe con una mezcla de bisturí y radiografías a los «white-trash» o «basura blanca», como la propia sociedad los bautiza despectivamente, quienes sufren un estigma doble pues viven el menosprecio clasista como un fracaso personal, y no como una consecuencia estructural del sistema que los margina, tal como lo marca la ética protestante. Pese «a no ser negros, amarillos ni latinos», según «la visión racista que nos es inculcada desde pequeños», señala Bageant, los blancos pobres se perciben falsamente como «de clase media», aún estando desalojados y quebrados.

Y según el autor, este mismo proceso de resentimiento los acerca más a la propia maquinaria que los tritura. Lo más rescatable es que este panorama de por sí desolador, se contrasta con la auténtica sensibilidad presente en Bageant, un narrador inasible por el cruce de influencias que reconoce. Y ya sea en el bar de borrachos de pueblo, en un geriátrico deprimente o recreando la Guerra de Secesión rodeado de cazadores racistas, sabe encontrar en todos una veta humana sin justificaciones ni indulgencias, con chispas geniales de un salvaje humor sureño.

Los textos de Joe Bageant se pueden encontrar en ColdType, una plataforma de periodismo de investigación de EEUU.

Otro texto que contribuye a describir este mundo es «Hillbilly, una elegía rural«, las tempranas memorias de James David Vance (J.D.), un abogado de 31 años al momento de publicarlas. La historia de un muchacho pobre en una familia pobre que sin embargo logra trascender, estudiar y lograr un buen empleo puede leerse tanto como una historia de superación personal, como un reflejo de la vida de los llamados “perdedores de la globalización”, habitantes de Estados industriales pauperizados por una racha de desempleo y deslocalizaciones.  Vance procede de una familia de ‘hillbillies’ de los montes Apalaches, o sea  son chacareros blancos del este de Estados Unidos, de una zona montañosa y rural, que abarca partes de Kentucky, Tennessee, Virginia, West Virginia y Carolina del Norte, entre otras, y que tiene un largo historial de precariedad y en ocasiones ha sido vista como un emblema del espíritu indómito de los primeros pobladores blancos de Estados Unidos pero también como su mayor vergüenza.

 

Este libro es una historia real y durísima sobre la pobreza, las familias desestructuradas, las adicciones, la violencia, un sistema económico averiado y también, y esta es la parte más polémica del libro, una crítica a ciertas maneras de vivir que condenan a sus descendientes a perpetuar un modelo social horrible.

El término «Hillbilly» se acuñó a principios del siglo XX para definir a los habitantes de la zona montañosa de los Apalaches y vendría a ser el equivalente a decir “paisanos” o «rústicos» para nosotros, en el sentido despectivo del término. Incluso alguna vez una serie de TV los representó con todos los estereotipos, si no la recuerdan se llamaba: «Los Beberly Ricos», en el original «The Beberly Hillbillies » justamente mostrando que estas personas, aunque accidentalmente accedieran a una gran fortuna nunca dejarían de ser unos incultos.

 

Lo primero que vemos en este texto es a Vance en una entrevista en Yale para formar parte de un importante estudio de abogados. En esa reunión él se ofende cuando uno de los entrevistadores trata con displicencia a los hillbillies, de los que él forma parte junto a su familia. Y entonces recibe una llamada con una mala noticia: su madre, Bev, está ingresada en una guardia por sobredosis. Y aquí está el dilema, o la esencia, del libro -y la película- pues J.D. no duda en dejar la entrevista y viajar hasta Middletown, en Ohio, para intentar -inútilmente- ayudar a su madre.

Él es uno de los pocos de su entorno que ha conseguido salir de su opresivo ambiente y llegar a Yale donde se ha integrado bien. Sin embargo también siente una especie de llamado de la sangre, el afecto a un lugar y a una familia que ahora demandan su presencia. Es cierto que él de alguna manera pertenece también a ese mundo meritocrático, y el libro nos mostrará en su devenir un final «feliz» en el que el autor a la larga logra conjugar ambos mundos.

«Hillbilly una elegía rural», se bifurca en dos tipos de narración. Una corresponde al tiempo presente y cuenta el regreso del James adulto a Middletown para ver a su madre tras su reciente sobredosis, en tanto la otra que se va intercalando a modo de flashbacks nos cuenta su infancia y adolescencia en las cuales vemos quien realmente le inculcó la necesidad de estudiar y trabajar fue su abuela, en tanto algunas instituciones lo ayudaron a encaminarse -entre ellas el ejército y las universidades- y al final el amor -de sus abuelos, de su hermana, de su mujer- le redimieron.

 

Trailer de «Hillbilly, una elegía rural», película de Ron Howard

Lo interesante para que nuestra lectura sea más nutritiva, es que Vance es un conservador a rajatabla. Está convencido de que el gobierno puede hacer algo por gente como él, pero sólo si se esfuerzan. Cree que quizá una buena intervención gubernamental pueda aliviar los problemas de su comunidad, pero que los destinos de los individuos van más allá de lo colectivo. Si bien en la película se sugiere que es «progresista», en el libro queda claro que está convencido de que el problema de los suyos es de valores. Puede ser que el gobierno y la globalización, que dejaron sin trabajo a mucha gente en el otrora próspero Ohio, tengan parte de culpa en que la gente de Vance, el clan de los hillbillies, lo pasen mal, pero para él está claro que los responsables son ellos mismos: si ellos no cambian su vida, nadie podrá hacerlo. Si eres un vago y no te presentas a trabajar por la mañana, no culpes al Estado de tus desgracias.

La tesis de este  volumen puede presentarse como una radiografía de la situación social de un grupo de gente -blancos, empobrecidos, sin estudios, machistas y reaccionarios- que posibilitó el triunfo de Trump. Algo de eso hay: con algunas excepciones, los ‘hillbillies’ que pasan por el libro desdeñan a los políticos tradicionales, no creen en las instituciones, y piensan que nadie, y mucho menos un político o un intelectual tiene derecho a decirles qué vida llevar. Y es que hay en ellos algo asombroso: su primer orgullo es su libertad, aunque sea la libertad para arruinarse la vida tomando malas decisiones. Las bravuconadas son para ellos como la música Country o la comida basura: un rasgo de carácter imprescindible.

El libro de Vance se podría leer como la enésima historia de un hombre que se superpuso a las adversidades y logró el sueño americano. Es, en parte, eso. Pero no es para nada autoayuda si sabemos leer el trasfondo. Es el retrato de una gente vapuleada por la historia que no ha sabido cambiar de vida para sobreponerse, ni un poquito, a esa devastación. Y, en términos más generales, un inmenso interrogante sobre hasta qué punto somos dueños de nuestro destino, en los Apalaches o en cualquier otro lugar.

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El tercer texto País Nómada”, o «Nomadland» de Jessica Bruder, describe la existencia invisible, de quienes viven en casas rodantes, trasladándose de un lado a otro de EEUU hacia donde los llame un trabajo temporal. La autora descubrió la existencia de ese colectivo laboral en una breve nota al margen de un diario local y comenzó a investigarlo, obsesionandose cada vez más, hasta el punto de llegar a comprarse un autoportante para salir a la ruta a vivir como lo hacen sus entrevistados, encontrandolos y reencontrandolos en paradores de descanso y trabajos efímeros. 

 

Esta obra es conocida últimamente por la cinta dirigida por Chloé Zhao e interpretada por Frances McDormand, quien da cuerpo a una mujer convertida en nómada por las consecuencias de la crisis económica del 2008.  «Nomadland» fue incluida en la lista de las diez mejores películas del 2020 por el American Film Institute y la National Board of Review. Asimismo fue nominada para seis premios Óscar, entre estos mejor película, mejor director (Zhao) y mejor actriz (McDormand). También se llevó dos premios en los Golden Globe Awards como mejor película dramática y mejor director (Zhao), así como cuatro Critics’ Choice Awards.

 

Estos «nuevos nómadas” descritos en el libro rechazan la etiqueta de “Homeless” dado que disponen de cobijo y a la vez de un medio de transporte. Se definen como quienes optaron por una solución drástica a sus problemas financieros: Ante la pérdida de valor de su salario, y ya que no podían subirse el sueldo, tal vez podrían suprimir el gasto del alquiler y renunciar a una vivienda estática para pasar a vivir sobre ruedas. Y por eso estos nuevos nómadas rechazan la etiqueta de «personas sin hogar» para autodenominarse simplemente «personas sin casa», o «sin una vivienda fija».

Lo que sorprende en las primeras páginas de «País nómada» es encontrarse con historias de personas que habían trabajado toda la vida, muchas de ellas en puestos cualificados, y que por alguna circunstancia se han visto despojadas de todo y obligadas a vivir en la carretera.

Peor que eso, tienen que seguir trabajando duro casi hasta la muerte, ahora en puestos mucho más precarios y exigentes físicamente, pasados los sesenta y los setenta años. Testimonios de personas que lo tuvieron todo y que por una «piedra en el camino», como la llaman, estuvieron a punto de perderse a sí mismas. En realidad siempre hemos sido conscientes de la profunda desigualdad existente en Estados Unidos, así como de la falta de oportunidades para una parte de su población, pero comprender que cualquiera puede ser el protagonista de esas historias es un golpe que Jessica Bruder gestiona bien en su obra.

Esta opción se ha invisibilizado porque algunas campañas han descrito como un ideal para quienes se jubilan, vivir en un autoportante recorriendo la gran nación como parte de un exilio dorado. Sin embargo eso esconde la realidad de quienes han perdido su casa y como última opción, les queda vivir en una “caravana” como las traducciones le llaman. La cuestión incluso está contemplada por empresas como Walmart, que deja a sus trabajadores estacionar -o sea vivir- en sus inmensos estacionamientos mientras trabajen para ellos.

 

Esa realidad se descubre en sus claroscuros recorriendo la multitud de canales en YouTube que describen las experiencias de vida de quienes incluso viven en autos, hasta explicando cómo transformar casi cualquier modelo de automóvil en una vivienda permanente, compartiendo trucos de habitabilidad, cuál comprar, donde estacionar, cómo inscribirse en gimnasios para tener donde bañarse y así…

Pero atención, aunque pobres son casi todos blancos. Negros hay pocos, quizás no sobrevivirían a la violencia del camino. Hay un límite a los permisos rurales, sino recuerden el final de «Easy Rider». Y también las mujeres deben tener precauciones extra para salir indemnes a cada noche.  

En muchas películas vemos que las «caravanas» y otros tipos de casas rodantes gozan de cierta popularidad en Estados Unidos. El personaje marginal que vive en una especie de camping es ya un lugar común, como también lo son esos mayores que aprovechan su jubilación para vivir de un lado para otro, conociendo el país y disfrutando de aquello que han cosechado durante el resto de su vida. Lo curioso es cómo aceptamos esta última e idílica versión, sin cuestionarnos si es posible, o por lo menos agradable vivir de camping permanente. Y descubrir que lo que se vendía como un retiro de ensueño es en realidad una lucha constante por la supervivencia puede resultar chocante. Tanto como una noche, o muchas noches, durmiendo en un auto con temperaturas bajo cero. 

Hace poco los medios celebraron la historia de un argentino que abandonó todo para vivir en un motorhome recorriendo EEUU. Sin embargo, una lectura atenta de su experiencia revela las aristas difíciles de su camino. No todos pueden trabajar de Youtubers de casas rodantes, y no queda claro de qué vive esta familia…

Vistas de lejos, las personas de las que habla este libro en muchos casos sería fácil confundirlas con despreocupados caravanistas jubilados. Cuando ocasionalmente se regalan una sesión de cine o una cena, no destacan entre el resto de espectadores o comensales. Por su aspecto y sus ideas, son mayoritariamente gente de clase media. Lavan la ropa en lavanderías de autoservicio y se anotan a gimnasios para poder usar las duchas. En muchos casos, se lanzaron a la carretera cuando la gran recesión consumió sus ahorros. Para llenar el estómago y el depósito de gasolina, trabajan duramente largas jornadas en pesadas tareas manuales. En una época de salarios estancados y aumento de los alquileres, han elegido -o no- liberarse de los grilletes del pago mensual y las eternas hipotecas como una estrategia para ir tirando. Son supervivientes.

Pero lo que describe el libro, es que ellos no se conforman simplemente con sobrevivir. Por eso, lo que comenzó como un último intento desesperado de no caerse totalmente del sistema -aunque quizás ya no quede eslabón más bajo- se ha convertido en la reivindicación de algo más significativo. Ser humano, ser humana significa anhelar algo más que la mera subsistencia. Además de alimento y cobijo, hace falta esperanza. 

Y de alguna manera la vida en la ruta ofrece esperanzas, como un subproducto de un impulso de progreso. La intuición de una oportunidad, tan amplia como lo es el gran país del norte. Una convicción profundamente arraigada de que el futuro traerá algo mejor, como les enseñaron. Una oportunidad que aguarda a la vuelta de la esquina, en la población siguiente, en el próximo trabajo temporal, en el próximo encuentro casual con una persona desconocida. Para ellos, de alguna manera Estados Unidos es una inmensa Road Movie que intentan protagonizar.

Lo que resalta en esta obra es la sensibilidad de Jessica Bruder y su mirada empática. También su concepto del periodismo y de las historias, de cómo deben ser contadas y de por qué importan. Quizás uno de los motivos por los que Bruder se atrevió a meterse de lleno en la historia y a vivirla en primera persona fue porque comprendió su importancia. La necesidad de que la sociedad conociera la realidad de cientos de personas que han sido pisoteadas por la economía y por las crisis del mercado. 

Las páginas de «País Nómada» se quedan cortas… Hay tantas vidas, tantas almas recogidas en ellas que el lector sentirá que puede pasar días y días conociéndolas. Vidas tan diferentes quizás a la que estamos acostumbrados que queremos descubrir más. Y por supuesto, saber de Linda, la protagonista en la película interpretada por Frances McDormand. Tenemos la necesidad de saber qué ha sido de ella. En qué punto se encuentra de su vida y especialmente si ha logrado cumplir su sueño de establecerse.


Estos tres libros podrían complementarse con un estudio que les da apoyo y contexto, en este caso sí un ensayo académico. Se trata de «White Trash«, (o escoria blanca) de Nancy Isenberg, cuya premisa básica es destruir el mito del «sueño americano»,  de la «tierra de las oportunidades». Examinando la retórica política, la literatura popular y las teorías científicas a lo largo de cuatrocientos años, Isenberg cuestiona los mitos de la supuesta sociedad libre de clases estadounidense, donde la libertad y el trabajo duro garantizan la movilidad social.

Su propio mito fundacional lo repite con tenacidad: Estados Unidos es una sociedad igualitaria, donde todo el mundo tiene la misma oportunidad de prosperar al desembarcar en sus orillas. Como si, al cruzar el Atlántico, los padres fundadores hubieran tirado por la borda los rancios abolengos de la vieja Europa. Una certeza que, como tantos aforismos sobre la vida estadounidense, se revela falsa si uno practica un examen riguroso. Isenberg se dio cuenta de que el proyecto de Jefferson, su «ideología», se basaba en la promesa de la conquista del oeste para que la gente pobre que vivía en la costa este pudiese empezar una nueva vida allí y tener su propia tierra.

Pero se trató sencillamente de movilidad física, no de movilidad social. Esas personas se mudaron hacia el oeste, pero a menudo no eran dueños de las tierras: en un segundo momento, venían los ricos especuladores y los echaban. Este es un retrato más preciso de cómo han funcionado las clases en la historia de Estados Unidos y no la imagen de que todos tienen sus oportunidades para conseguir el sueño americano.

 

En realidad, la desigualdad social ha existido desde el primer asentamiento colonial, en este ensayo que penetra en la historia oculta de los blancos pobres, que fueron marginados en el plano territorial, desterrados a recónditas zonas rurales e infames trailer parks, y también en el simbólico, víctimas de un desdén que se ha traducido en un sinfín de burlas e injurias culturalmente toleradas.

En este texto, Isenberg expone el negado aunque permanente rol de la «white trash» en la historia de EEUU. Los votantes que pusieron a Trump en la Casa Blanca han sido una parte permanente del tejido estadounidense: los pobres, marginados y sin tierra han existido desde la época del primer asentamiento colonial británico hasta los actuales hillbillies. Denominados como «basura», «timadores perezosos», «comedores de arcilla» o «crackers» en la década de 1850, los oprimidos eran conocidos por tener niños prematuramente envejecidos que se distinguían por su piel amarillenta, ropa andrajosa y actitudes apáticas.

Los blancos pobres fueron fundamentales para el ascenso del Partido Republicano y la Guerra Civil en sí misma se libró casi tanto por cuestiones de clase como por la esclavitud. Por otro lado, la escoria blanca siempre ha estado en el centro de los principales debates sobre el carácter de la identidad nacional.

Y este cuarto libro puede funcionar entonces de complemento a la promesa de este artículo, una especie de conclusión amarga pero necesaria para fundamentar lo expuesto más visceralmente en los demás.

Es interesante agregar que si bien dos de estos libros han sido adaptados como películas, las producciones cinematográficas son un algo diferente que la obra escrita. En el caso de «Hillbilly una elegía rural«, la película funciona como un mosaico de postales de lo que el libro cuenta. Algunas cosas meramente se exponen, y fuera de contexto quizás no se entiendan, como la paliza que le pegan los compañeros de curso al protagonista, en el libro, se muestra como la solidaridad de su famila revierte brutalmente la acción, en tanto la secuencia de la detención de la madre es literal en el film . Por otra parte, la actuación magistral de Glenn Close como la abuela «Mamaw» construye un relato vívido de algo que la literatura solamente puede sugerir.

 

En «Nomadland» por su parte, quien solo ve la película le falta algo del devenir mental de la protagonista. Cómo ha llegado hasta allí , y cuál es su proyecto de vida futuro, el de comprar un terreno en el medio de la nada, pero cerca de las rutas que recorren sus amigos, para hacer su «barco de tierra» donde espera vivir hasta el fin de sus días, acogiendo además a quienes busquen fundar su propia tierra…

Paralelamente, el rol de los críticos cinematográficos en algunos casos es incompleto, pues en «Nomadland» es evidente que en los casos contemplados, además de echarse en falta la percepción de cierta tesitura emotiva de la viajera. Además de confundir papas con remolachas congeladas en una de sus actividades laborales.

Hemos recorrido en estas líneas varios libros cuya premisa es mostrarnos el lado menos conocido del gran país del norte. Obras que muestran el trasfondo que sufren algunos, los menos favorecidos de quienes habitan un territorio famosos por construir relatos que en algunos casos compran aquellos desclasados de entre nosotros que miran melancólicamente hacia ese supuesto paraíso, soñando un futuro mejor de consumo de chucherías. No todo lo que reluce es oro, y menos aún, en la tierra de las oportunidades…