Ni una Ailín menos: testimonios de la violencia, un año después

Desde este portal, nos propusimos cubrir este juicio, no sólo para acompañar a la familia y a las amistades que construyó la joven Ailín Torres, que desde hace más de 365 días tienen la herida abierta de una pérdida inentendible. También para aportar a la prevención de la violencia de género, en sus distintas formas y niveles. Por ejemplo, en una ciudad como Tandil, en la que durante este último fin de semana ocurrió un nuevo hecho de esta especie, que no alcanzó a convertirse en un nuevo femicidio sólo de casualidad. Un caso, entre otros ocurridos en este último mes. A un año del asesinato de Ailín, a manos de Damián Alejandro Gómez, su ex pareja y ahora femicida con todas las letras, un violento está prófugo. Ayudar es la tarea.

Luego de las instrucciones iniciales, los alegatos de apertura de las partes, y los primeros cuatro testimonios presentados desde la Fiscalía (entre ellos, el de la mamá de Ailín, Cristina Farías, y el de su ex cuñada, Macarena Ferreira), tuvo lugar el primer cuarto intermedio. Al menos una veintena de personas no habían podido ingresar, ya que habían tenido prioridad las y los familiares de Ailín, junto a los de Gómez. Las preguntas e inquietudes de todas y todos quienes no pudieron ingresar no se hicieron esperar, en torno a puntos de los testimonios, sensaciones vividas y accionares de parte de Claudio Castaño, el abogado defensor.

En ese sentido, al observar algunas fotos de la audiencia, varias personas reconocieron como la hermana del femicida a quien se encontraba sentada entre el acusado y Castaño. Hubo quienes escucharon, minutos antes de iniciarse la audiencia, que a centímetros de la mesa de entradas del Tribunal Criminal Nº 1, el letrado que defendió a Damián Gómez la hizo pasar como su asistente. Al parecer, esta muchacha, que en la sala le hacía señas a nuestra fotógrafa para que no tomara fotografías (pretendiendo que no realizara su trabajo) estudia abogacía.

“ELLA ESTABA COMPLETAMENTE SEGURA DE QUE ÉL NUNCA LE IBA A HACER NADA”

Pasada la hora del cuarto intermedio, se reanudó la audiencia. El quinto testimonio lo brindó Flavia Martínez, que se presentó como amiga de Ailín, a quien conoció en los primeros tiempos de la relación con Gómez. Según su relato, inicialmente, Ailín “estaba muy pendiente de la relación, en cuanto a lo que él pensaba y decía”, en cuanto a lo que ella “se ponía, si estaba linda”. A medida que las amigas se conocieron, “ella como que era muy celosa y muy dependiente de él en un principio, pero era una relación normal”. Años después, Martínez retomó la amistad, y la relación entre Ailín y Gómez era otra: “ya no estaba tan pendiente ni tan celosa de él, pero las decisiones que ella iba a tomar dependían de lo que él le podía decir”. Fiscalía le pidió un ejemplo: “Cuando la invitaba a dormir a mi casa, ella no iba, porque decía que se tenía que quedar con él y amanecer con él, incluso vestirlo”.

Martínez habló de los trabajos de Gómez: como DJ en temporada de verano en Villa Gesell, y en el último tiempo de remisero, según lo que le contó Ailín. Al reanudarse la amistad, Flavia notó que había variado cómo veía Ailín a su relación con Gómez: “Decía que él no le manifestaba cariño, atención, no se sentía contenida en pareja, y que al convivir en casa de sus padres era casi una relación como si fuesen primos, no de novios”. Le llegó a confiar a algunas amigas que “estaba pensando en quedar embarazada, para ver si él le daba más bolilla de la que le daba habitualmente”. Idea de la que recapacitó, por no ser la manera ni el momento.

Las amigas de Ailín veían que, como pareja, “ella hacía muchas cosas por la relación y él no manifestaba el mismo interés”. Mudarse al departamento del complejo de 4 de abril al 500, en esa independización de la casa de sus padres, lo vieron como una buena posibilidad “para que pudiera ver realmente cómo era él en lo cotidiano”, ya que no era lo mismo convivir en familia, donde Cristina “les hacía todo”, a vivir solos. “Recién ahí empieza a notar muchas cosas que nunca le había prestado atención y le parecían normales: que no limpiaba la casa, no ordenaba, se la pasaba acostado en el sillón todo el día y no hacía nada”. De una relación en la que Ailín nunca excluyó a Gómez de todo lo que proyectaba (mientras él parecía no manifestar mucho al respecto), “ella cambió mucho su punto de vista, su forma de ser y pensar con respecto a su relación, cuando entró en la empresa Amway. La motivó mucho”. Según Martínez, la impactó llegar “a su casa y ver que su convivencia no era lo que ella quería para su futuro”.

Damián Gómez, el femicida de Ailín Torres.

Sobre la separación, Ailín comentó con algunas amigas cómo estaba la situación. “Nos alegramos mucho por ella. De hecho hicimos una cena, festejando, porque notábamos que ella iba a salir adelante, que iba a concretar todo lo que estaba proyectando”. A fines de julio, luego de idas y vueltas alrededor de la relación y del departamento, al ser ‘desalojado’ Gómez, Ailín volvió, empezó con sus proyectos y conoció a Nicolás Guallarello, “compañero de Amway, que le estaba interesando, pero nada más que eso”, según lo que le comentó Ailín a Martínez.

Mucho tiempo después de la separación, el 27 de octubre, para celebrar Halloween, Martínez, disfrazada, se lo cruzó a Gómez en un boliche, con amigos y unas chicas. Al verlo, le escribió a Ailín y recibió por respuesta: “Ojalá conozca a alguien, porque me estuvo haciendo la vida imposible toda esta semana”, vía mensajes y llamados, “como hacía habitualmente. Ella nos mostraba los audios que él le mandaba llorando, donde le decía que por favor vuelvan, que recapacite, que él le daba dos días para que pensara, que le daba una última oportunidad”. Tal lo relatado por esta y otras amigas, era habitual que “la estuviera llamando y mandándole mensajes constantemente. Nos juntábamos y a ella, fácil, le sonaba el teléfono 15 o 20 veces, con llamadas de él. Cortaba las llamadas y seguíamos hablando. Ya era algo común”.

A las 7 de la mañana del 28 de octubre, Ailín mandó un mensaje a un grupo de amigas de whatsapp, informando que Gómez estaba tocándole timbre. A las 7.30, otro mensaje llegó a ese grupo, pero en un tono más asustado: Gómez había tirado piedrazos y le había roto una ventana. “Ella empezó a gritar, los vecinos la escucharon, llamó a los padres, y al padre y a un hermano de él, que lo fueron a buscar”. Martínez resaltó que, por lo que les comentó Ailín, nunca tuvo contacto con Gómez esa noche y la marcó como una situación rara de él. “Nos mandó incluso las capturas de las conversaciones, donde él le decía que si no se merecía la oportunidad, algún día ella tampoco la iba a merecer”.

Consumada la separación, Ailín no sólo nunca lo destrató a Gómez, sino todo lo contrario: “Todo lo que él hacía, ella lo justificaba. Si la llamaba muchas veces, era porque él no entendía que se habían separado. Nunca lo quería bloquear, por ejemplo, que era lo que le decíamos, porque ella quería terminar bien la relación, no quería que él sufriera”. Antes de ese 28, Damián se le apareció varias veces: “Sabía que era él porque se le colgaba del timbre. Ella estaba completamente segura de que él nunca le iba a hacer nada”.

En ese mismo período de la separación, los testimonios de las y los más allegados a Ailín coinciden en la situación que se dio una tarde, mientras Ailín bañaba perros en casa de su familia, domicilio de su peluquería canina, y Gómez fue a lavar el auto de remis allí mismo. Allí, él le dijo de salir a tomar mates con las perras (de gran interés emocional para Ailín, a las que Gómez utilizaba para ‘sensibilizar’ a Ailín) y hablar. Ella accedió. “Fueron a tomar mate al Cerro El Mate. Ailín nos contó esta situación porque la había pasado muy mal: él le había manifestado que ella tenía totalmente prohibido conocer a otra persona, que él era de ella y ella era de él, para siempre”. Ailín también había recalcado que él le dijo algo como que “si a él no le importaba su vida, menos le iba a importar la de ella, en algún momento”.

Gabriel Torres y Cristina Farías, padre y madre de Ailín, junto a Macarena Ferreira, ex cuñada.

Cuando sucedían escenas de hostigamiento, Ailín mensajeaba a sus amigas para, cena mediante, hacer su catarsis y mostrar audios, como los que les enviaban algunos integrantes de la familia de Gómez (como su madre y su hermana). Cuando Gómez se fue del departamento, palabras más, palabras menos, le decían cosas tales como que “ahora lo devolvés como un paquete”, informó Martínez. “Ailín no contestaba esos mensajes. Nunca los bloqueaba ni eliminaba. Los tenía ahí”. Cuando contó lo del Cerro El Mate, “creo que fue la vez que peor la vimos, porque ella estaba re mal”. Al volver de ese encuentro, que más pareció a un secuestro, Gómez la llevó al departamento, con una sorpresa: “Le trabó las puertas del auto y no la dejaba bajarse. Estuvieron así como media hora: ella quería bajarse, y lloraba y gritaba, y él no la dejaba. Quería que volviera con él, y ella no quería. Él se enojaba, como que ya no tenía herramientas para generarle interés y hacía esas cosas que la alejaban aún más”.

La casualidad de esa tarde quiso que Guallarello pasara justo por la vereda y fuera testigo del momento en que Ailín bajó, llorando, y corrió hacia el complejo, cuando Gómez le destrabó la puerta de su auto. Quien comenzaba una relación con Ailín malinterpretó la escena, pero luego fue la propia joven la que aclaró, aún con el miedo en el cuerpo de todo lo sucedido. No eran pocas las amistades que le advertían a Ailín que dejara de dar vueltas con la historia con Gómez, “que ya no iba para ningún lado”. Por el contrario, “con Nicolás [Guallarello] había cambiado al 100%: se compraba ropa, se preparaba para salir, quería entrenar. Ella misma decía que estaba feliz, que nunca se había sentido así”, confió Martínez, y ejemplificó: “Me mandó un mensaje, porque este chico le había preparado el desayuno. Para ella, era un montón. Evidentemente, lo que ella conocía no era gran cosa”. Ailín y Nicolás no se exhibían en público ni se mostraban siquiera en redes sociales, “por el miedo de Ailín de cruzarlo a Damián y que reaccionara o se pusiera mal”.

En los primeros tiempos de la separación, Gómez amenazaba con que se iba a matar. “Como veía que Ailín no volvía y no generaba cambios en la relación, la empezó a amenazar por ese lado, para ver cómo reaccionaba ella”, indicó Martínez. Al separarse, Ailín “cambió en un 100% su actitud para con él, cuando antes ella accedía automáticamente. Incluso, nosotras nos sorprendíamos de las decisiones que estaba tomando”.

Luego de lo sucedido en el Cerro El Mate y la rotura del vidrio, a Ailín le aconsejaron eliminar, bloquear a Gómez, para darle fin definitivo a la relación. “Le decíamos que no podía pasar un día más sin denunciarlo. Le dije que si ella no lo denunciaba, lo iba a denunciar yo. Se enojó conmigo, porque me dijo que ‘que yo no entendía lo que pasaba’, que él nunca le iba a hacer nada, que lo re conocía, que ponía las manos en el fuego por él, que él exageraba la situación hasta que conociera a alguien y estuviera feliz, como estaba ella en ese momento”. Martínez agregó: “Ella lo soportaba, y como estaba su interés en Nicolás, seguía con su historia. Ailín no les contaba muchas cosas a sus padres, para que no se preocuparan”.

A propósito de las cenas de ese grupo de amigas, cuando Ailín recuperó su espacio y se hizo de elementos de cocina, se realizaron en su departamento. El fiscal le hizo reconocer a Martínez, en unas fotos de cubiertos, si los mismos pertenecían a ese lugar. También exhibió un cuchillo secuestrado. A lo primero, lo afirmó. Al cuchillo, nunca lo había visto en la propiedad de Ailín.

Por último, el fiscal le pidió que definiera a Ailín. En ese momento emotivo, Martínez señaló: “Es una persona muy buena, muy emotiva, una de las pocas personas en las que podía confiar, siempre muy solidaria, muy compañera. Ella te daba todo siempre, y la familia también, en esa idea de confianza y de fraternidad, amistad. Para mí, no existen muchas personas como ella”.

No pasaron diez segundos, que tomó la posta de las preguntas el abogado Castaño. Le preguntó si estudiaba actuación u oratoria, porque “hay cosas que me sorprenden y quisiera que me las explicaras”, le marcó a la testigo. Ella negó. Hizo preguntas tales como si cuando una pareja se separa, se festeja o se hace un duelo. Volvió sobre de qué se trata Amway (lo que despertó nuevos murmullos en el público) y si había relación con un tipo de captación de personas o lavado de cerebros. Martínez le contestó: “Es una empresa que a ella le generaba motivación y emprendedurismo para llevar a cabo sus proyectos económicos para mantenerse”. También indagó sobre si sabía que “a este famoso Nicolás Guallarello lo conoció en Amway”. “No sé si será famoso, pero sí que lo conoció en Amway”.

El acusado Damián Gómez, junto a su hermana y su abogado defensor, Claudio Castaño.

Como en los interrogatorios anteriores y por venir, y utilizando una de las herramientas de su defendido (explotar la culpa en los demás), Castaño se centró en acosar a los testigos, sobre el por qué de no haber realizado una denuncia. En el caso de Martínez, le preguntó si conocía la Línea 144, ya que “desde la reforma de la normativa, de la NiUnaMenos y los activismos por los derechos de las mujeres, quien tenga conocimiento de un hecho de violencia de género, como los que acabas de relatar, es obligación hacer la denuncia”. La testigo dijo: “Empecé a prestar atención después de lo que pasó con Ailín”. Castaño le contestó con un «Tarde«.

Continuó Castaño preguntando si “lo de Sol, ese fue el día del vidrio, supuestamente”, a lo que Martínez le machacó: “Supuestamente no: fue el día del vidrio”. Sobre ello, el defensor trató de llevar la razón de ese hecho violento a que su defendido haya salido del boliche ‘copetineado’ (SIC). Tampoco creía que Guallarello le haya cambiado la vida a Ailín en un mes y “por un desayuno”. Martínez lo adjudicó a “lo que ella nos demostraba: se producía mucho más, se levantaba contenta, en el día a día estaba radiante, tenía ganas de juntarse, de hacer cosas”. En uno de los pasajes en que trataba de ‘dar vuelta la taba’ y con preguntas muy dirigidas, el abogado trató de demostrar que en esos bloqueos y eliminaciones que, a pesar del pedido de amigas y allegados, no le hizo a Gómez, Ailín estaba manifestando que lo quería, a su manera. También, en modo irónico, le preguntó a Martínez si conocía la palabra autodeterminación, para así definir esa actitud de Ailín para con su ex.

Sobre si Gómez cometió todo esto por odio a Ailín, Martínez indicó no creer en eso, sino en la no vuelta atrás en la relación. Castaño también le preguntó si el acusado amenazaba a Ailín con eliminarla físicamente, a lo que Martínez volvió sobre aquel mensaje mostrado por la víctima, en el que Gómez señalaba que si no le importaba su vida, algún día tampoco le iba a importar la de ella. A pesar de la contundencia del mensaje, Castaño repreguntó qué podía hacer pensar que eso podía llegar al resultado muerte: “Nada, hasta que lo llevó a cabo. Sino, hubiese llamado a la policía o hecho algo. Fue el último contacto que tuve con ella”. Nuevamente cargando sobre la culpa, y por momentos sin dejar responder a la testigo (advertido esto por el fiscal), preguntó cómo fue que ese tipo de mensajes y acciones no le dispararon ninguna alerta. Martínez respondió que sí estaban con esa preocupación en uno de los grupos de amigas, que Castaño le pidió nombrara el nombre y apellido de quienes lo integraban. “Siete personas en un grupo de whatsapp, el 28 de octubre se enteran de algo que podía presagiar lo que pasó, ¿y nadie dio un alerta?”, espetó Castaño, a lo que recibió un ‘No’ por respuesta. Para desacreditar el testimonio, el letrado le manifestó a Martínez que le llamaba la atención que “todo tu relato no coincide en nada con el de la madre”, lo que fue objeto de la oposición de la Fiscalía, por ser materia de los alegatos y porque la testigo estaba dando su versión de los hechos. No obstante, prosiguió: “¿Sabés si Damián, en ese hostigamiento que vos tanto hacés hincapié, amenazaba con otro desenlace, como el suicidio?” A la respuesta afirmativa, Castaño continuó: “Aún así, ¿no tomaste ningún tipo de recaudo?

Como a Ferreira, también le preguntó sobre su activismo en redes sociales respecto de la violencia de género, a lo que Martínez admitió haber compartido fotos de Ailín, “obviamente”. Con preguntas sobre el por qué de no haber participado en redes alertando sobre lo que le pasaba a Ailín, y sus propias respuestas, como que “nos lleva a pensar que sos activista en las redes sociales con los hechos consumados”, el fiscal nuevamente interrumpió. También le preguntó si “este hecho era previsible”, a lo que Martínez declaró que “no que la matara”, pero sí que era probable que Gómez “se enojara o reaccionara de mala manera”. Si era prevenible, y consultada por los mecanismos que adoptó para ello, la dicente citó el “hablar con ella y hacerla entrar en razón”, confiando en que la víctima no le tenía miedo a quien sería su victimario, y en aquello que pensaba Ailín: que Gómez nunca le iba a hacer daño.

Las últimas preguntas giraron alrededor de si sabía que Guallarello era policía y sobre su parecer del comportamiento del entonces novio de Ailín en el trágico desenlace, a lo que el público y el juez se encargaron de interrumpir a Castaño en la pregunta, señalándole que se trataba nuevamente de una opinión suya. Para finalizar, Castaño inquirió sobre vehículos que manejaba Ailín y acerca de dónde cargaba combustible, como en la estación de servicio en la que trabajaba su otrora suegro, Martínez negó que haya sido testigo de que ella o Gómez lo hayan hecho en ese lugar.

“JURO QUE TODAVÍA NO LO ENTIENDO”

Marcos Amezcua, primo de Ailín, dio el sexto testimonio. Fue testigo de la relación de su prima y Gómez “desde el inicio”, compartiendo juntadas o cumpleaños durante siete años. Habló de algunos de las ocupaciones de Gómez, como cuando trabajó con el papá de Ailín y más tarde en el remis del padre. “Yo tenía una relación también de amistad, de afecto con él”, aclaró, con un dejo de dolor. Al producirse la separación, Amezcua integró a Gómez a su grupo de amigos, “para que no esté pensando en la relación, progrese y no verlo mal”. Jugaban a la pelota juntos, como también en la computadora. “Yo también había pasado por una situación parecida, de ruptura con mi ex. Él me pedía algún consejo, y yo le decía: salgamos a correr, a jugar a la pelota. Hacer algo para que no estuviera todo el día maquinándose y pensando en qué iba a hacer mi prima. Para que empezara a hacer una vida nueva”.

Según Amezcua, Gómez “pocas veces hablaba de Ailín. Era más yo el que le preguntaba, porque lo veía medio decaído, pero siempre me decía que andaba bien. Nunca me demostró tristeza ni nada. Le preguntaba por si necesitaba alguna mano, un consejo, algo”. Sobre las expectativas de Gómez en ese entonces, algún afán de progreso, de estudio, de trabajo, Amezcua fue contundente: “No. No había nada”. Sobre la separación en sí, se entera por boca de Ailín, que había vuelto a casa de los Torres, que Gómez se había quedado en el departamento. “En ese tiempo, creo que a él no lo vi. Al mes, volvió ella al departamento, después de que mis tíos tuvieron que ir para que Damián se fuera”.

Al tiempo, Amezcua fue al departamento, a tomar mates y a charlar cosas de primos, “y proyectos que teníamos pensado hacer juntos, como viajes”. En ese punto del relato, el joven testigo no pudo ocultar más el dolor y se quebró. “Ella estaba en Amway y vendía productos, queríamos hacer cosas para nosotros”. El fiscal Morey le preguntó sobre si Ailín le había comentado de su inicio de relación con Nicolás Guallarello, a lo que Amezcua respondió que ‘no’ y que lo conoció “la misma noche del viernes 10, en el cumpleaños de mi tía abuela. Ella vino con el chico, me comentó que era su nueva pareja, y le dije: ‘Bien por vos’ y que me parecía buen pibe”. Con Guallarello habló poco, de lo que hacía. Sobre cómo notó a su prima esa noche, en esa fiesta familiar, presentando a su nueva pareja, Amezcua marcó: “Bien. Feliz”.

El primo de Ailín y en su momento amigo del femicida, en esa noche de celebración en la quinta de los Torres, en pleno baile y al enviar un audio cantando a su grupo de amigos, en el que se escucha de fondo a Ailín, recibe un mensaje de Gómez, no al grupo, sino personal a Amezcua. Le preguntaba cómo andaba y qué iba a hacer su prima, “si va a salir a bailar. Yo le digo que no, que seguro se va a la casa. Le pregunté ‘¿Qué estás haciendo?’, y me dijo: ‘Nada, con los chicos’, pensando que estaba con los del grupo. Ahí quedó”. Todo el 11, el testigo estuvo con su familia. El lunes, al juntarse con algunos de sus amigos, al preguntarles si habían visto a Gómez en la noche del viernes al sábado, ahí se informa de que ninguno había estado con él. Luego les consulto al grupo de ‘Administración de Pymes’, carrera que cursaron juntos, y tampoco lo habían visto.

Amezcua describió al Gómez de aquel momento como “pensativo. Las veces que le preguntaba cómo andaba, el único que hablaba era yo: él sólo asentía con la cabeza. Como que le entraba por un oído y le salía por el otro”. Quebrado en llanto, señaló al fiscal: “Trataba de darle una mano. Hice todo lo posible para que no haga nada de esto. Juro que todavía no lo entiendo”. Consultado sobre si la última vez que se vieron los entonces amigos, Gómez le comentó si sabía o sospechaba que Ailín estaba iniciando una relación con otra persona, Amezcua lo negó.

El acusado Damián Gómez, junto a su hermana, frente al juez Galli.

El abogado defensor preguntó si ese grupo de amigos estaba planeando ir a una fiesta electrónica. Amezcua señaló que tres estaban en una, pero que no sabía si ese viernes estaban hablando de ello, ya que en el último tiempo, “él era más amigo de mis amigos”. Lo integré al grupo, y a veces se juntaban ellos”. Castaño le recordó que, después de sucedidos los hechos, preguntados sus amigos y ninguno habiendo estado con Gómez, “vos declaraste cuatro días después de la muerte, y dijiste ‘que esos mensajes no los tiene registrados en su teléfono, ya que con posterioridad los borró. ¿Qué explicación, si tiene, nos podés dar que ante semejante hecho borraras de tu teléfono pruebas que hoy serían fundamentales para que el jurado pudiera decidir?” Con sinceridad, el primo de Ailín contestó: “El dolor. Cuando me entero el sábado a las 10, por un llamado telefónico de uno de mis amigos, borré todo: la conversación de mi prima, y la conversación de él, por angustia: me clavó una daga en el corazón”. A pesar de la franqueza y el sufrimiento en plena exposición, Castaño siguió: “¿No se te cruzó que podía servir como prueba para que se hiciera justicia?”. Amezcua señaló: “En ese momento, no me puse a pensar que iba a haber un juicio. Perdón, pero reaccioné así. Hoy me arrepiento”.

Castaño preguntó si, en base a pericias y lo relatado, se podría hablar de Gómez como de una persona depresiva, a lo que Amezcua dio un ‘No’. Sobre qué lo hacía pensar que al acusado “le entraba por un oído y le salía por el otro lo hablado”, el testigo admitió que terminaba hablando casi solo cuando se juntaban, y que al preguntarle cómo andaba, o qué hacía, “no me daba ninguna respuesta: sólo gestos”. El letrado leyó de su declaración del 15 de noviembre de 2017, que dijo que Gómez “era una persona muy poco demostrativa de sus emociones. Una bomba de tiempo”, a lo que explicó Amezcua: “Para mí, era el cotidiano. Él siempre fue una persona carismática, alegre, jodíamos todo el tiempo. Cuando se separa de mi prima, empecé a notar cambios, no tanto en las juntadas, sino cuando nos veíamos solos. Empecé a notarlo medio raro”. Para el primo de Ailín, “en algún momento, algo iba a hacer. No se iba a quedar de brazos cruzados o iba a pensar en hacer algo para él. Se la tenía jurada”, basado en la relación de amistad y confianza que mantuvieron durante más de siete años.

Sobre si podía afirmar que Damián o Ailín le cargaran combustible al auto en la estación de servicio en la que trabaja el padre de Gómez, respondió: “Nunca fuimos ahí. Conmigo no”. El defensor le recordó a Amezcua que ese 15 de noviembre, indicó que Gómez “no hacía ninguna actividad: se la pasaba frente a la computadora jugando a los jueguitos, no tenía proyectos a futuro, llevaba una vida muy sedentaria”. Lo que a Castaño le parecía imposible de comparecer con ese amigo con el que “iban a correr, a jugar a la pelota, que era carismático”, Amezcua vuelve a aclarar que ese era antes de la separación con Ailín. En ese punto, Castaño retornó al argumento de que podía tratarse “de un brote de depresión o decaimiento emocional”, lo que negó el testigo: “Él disfrutaba de jugar en la computadora, a lo que le dedicaba más horas que a trabajar en el remis. Si tenés un proyecto de vida y querés mejorar, no vas a lograr algo sentado en una computadora ocho horas con los jueguitos. Se lo veía bien”. Castaño profundizó la apuesta: “Pero una persona depresiva, cuando está socialmente, puede fingir, pero está depresiva”, lo que generó una nueva ronda de murmullos y rechazos en el público.

Al preguntarle si “le llamó la atención el comportamiento de Guallarello en el desenlace”, el fiscal Morey no dejó que Amezcua abriera la boca siquiera, ya que le señaló al juez que se trataban de suposiciones y opiniones sobre actos que el testigo desconoce. Cerró el interrogatorio, aún notoriamente “dolido por lo que estás exponiendo públicamente tu parte más íntima y emocional”, haciéndole reflexionar sobre la importancia capital de los mensajes que borró de su teléfono para hacer justicia por su prima. Mientras el juez Galli le lanzó a Castaño que el testigo ya lo había dicho, el primo de Ailín se retiró de la sala con un llanto incontenible, en un absoluto estado de culpa. La misma estrategia del acusado para con Ailín, esta vez utilizada por su defensor.

Damián Gómez, junto a su hermana, quien le hacía gestos poco simpáticos a una de las fotógrafas de este portal.

UNA NOCHE, UN GRITO Y DOS MUDANZAS

Quien ocupó la silla de las y los testigos, séptima en el orden, fue Eugenia, vecina de Ailín en el departamento 5 del segundo piso, frente al de la joven asesinada. De marzo de 2017 a noviembre vivió en el complejo de departamentos de 4 de abril 517, del que se fue días después de lo ocurrido con Ailín. Al principio, no sabía bien si Ailín vivía sola o junto a su novio, de lo que se enteró porque su propia vecina de piso se lo contó. Si bien lo conoció a Gómez, nunca habló con él, pero sí con Ailín. Escuchaba discusiones, la escuchaba llorar. Una vez la vio subir con los perros, luego del paseo, llorando, y al rato recibió un mensaje de Ailín pidiéndole disculpas, porque “no había tenido un buen día”. En otro momento, al mensajearla por una cuestión de deudas, Ailín le dijo que “se había ido del departamento temporalmente, a la casa de los padres, que estaba quedándose el novio hasta que sacara sus cosas”. A los días, la vio entrar con la mamá y le dijo que había vuelto. “Después de eso, volví a escuchar discusiones, y gritos y llantos de ella. No sabía si era personalmente o por teléfono, porque escuchaba sólo su voz, llorando y diciendo ‘que la dejen en paz, que la dejen vivir’”, expuso la vecina.

Según esta vecina, luego de separados, volvió a ver a Gómez entrar al complejo “en buenos términos”. Alguna vez, lo vio con los caniches “que estaban siempre con ella, a los que “les dejaba la ventana del costado abierta”, la que daba a la entrada en común. Y aclara: “Nunca me enteré de una pelea en concreto. Muchas cosas me las enteré después”.

La noche del femicidio de Ailín, Eugenia estaba en su departamento, con amigas y la música fuerte: “Llegamos a eso de las 21, y cuando estaba subiendo las escaleras, me encuentro con la chica que vivía en el primero piso y empezamos a escuchar como gritos de un gato. No sabíamos qué era ni si Ailín tenía un gato. Subimos a mi departamento y no escuchamos nada más”. Minutos después, la escuchó a Ailín que llegó al departamento. Entró y salió enseguida: “No la vi, pero escuché los pasos de ella, porque usaba plataformas”. A las 3, dos de sus amigas se fueron y Eugenia les dijo a las que quedaron de irse a dormir, porque debían madrugar. “Apagamos la música y ahí escuché un grito, de ella”, relata, en medio del llanto que le comienza a brotar. “Escuchamos un botellazo, y después un grito de ayuda, de un varón, que corría por las escaleras”. Una de sus amigas dijo de ir a ver qué pasaba, a lo que Eugenia le respondió que no, que “seguramente Ailín se había peleado con el novio y él se fue corriendo”. Miraron por la ventana cómo se abrió el portón, que no quiso bajar a cerrar “porque me daba miedo y no sabía qué había pasado”.

Intentaron dormir, pero empezaron a escuchar a policías, a ver las luces, y de repente la esquina de Pinto y 4 de abril se llenó de uniformados. Por Pinto, un chico venía corriendo con las manos arriba. No distinguió si tenía un arma, pero sí que los policías lo tiraron al piso. “Él les dice que por favor suban y, no sé si escuché bien, que había ‘un chorro o alguien que quiere matar a mi novia’”. El susto se apoderó de esas casuales testigos. “Los escuchamos subir, rompieron la puerta de Ailín, y escuché por un handing que decían que la habían matado, y que había un chico con intento de suicidio”. En el público, muchas manos tratando de secar lágrimas, y la testigo también. “Después, me vinieron a contar lo que había pasado”.

El fiscal Morey le exhibió fotos del complejo de departamentos, para que explicara más sobre la disposición. Ella detalló que sólo abrían la puerta, no el portón, que esa noche “vi que se abrió del todo, pero nunca vi a nadie”. A Nicolás Guallarello no lo conocía. A Gómez sí: “Ailín hablaba de él como el novio. No sabía que tenía nuevo novio Ailín. Me enteré esa noche”.

Las preguntas del defensor de Gómez versaron sobre si por la acústica de ese complejo, podían retumbar en otros departamentos los ruidos y gritos; y en si era posible que el chico reducido manifestara ‘hay un chorro que quiere matar a mi novia’, lo que Eugenia respondió: “Fue lo que interpreté en ese momento. Pensé que estaban robando”, y que automáticamente cerró la ventana y se quedó adentro. Castaño continuó: “¿Nunca notaste ninguna pelea en concreto, más allá de discusiones de pareja que se escuchan de uno a otro departamento? No hay que naturalizarlo, pero ¿de revolearse algo?”. A la negativa de la vecina, le preguntó si de haber pasado, lo hubiera escuchado, lo que asintió. También sobre si los perros, al quedar solos y al entrar Damián o Ailín, o algún extraño, se manifestaban con algún ruido o ladrido, a Eugenia le pareció que no.

Luego, el turno de Ángela, también vecina de Ailín en el complejo de departamentos, de marzo de 2017 a noviembre, en el departamento que daba a la calle y al portón, por donde veía quién entraba o salía. Como Eugenia, luego de lo sucedido con Ailín, también se mudó. A Ailín se la encontró en una reunión de inmobiliaria y volvieron caminando al complejo, y luego encuentros breves y circunstanciales, al entrar o salir. A Gómez lo recordaba de una vez que tomó un remis, de cruzarlo con Ailín (donde la que saludaba era ella y no él), y “de situaciones donde él saltó el portón un día que ella no atendía el portero”. Le llamaba la atención que Gómez “siempre tenía los ojos cubiertos, con anteojos (aún en días nublados) o con el pelo”.

Sobre la forma en que se trataban, Ángela informó que en el último tiempo, escuchaba cuando Gómez se anclaba al timbre del departamento de Ailín, durante largo rato, insistiendo y ella no atendía. Salvo semanas antes del femicidio: desde su pieza, con el portero de frente, escuchó que “él tocaba el timbre y ella lo insultaba, porque le había roto un vidrio y le decía que estábamos nosotras durmiendo, y que le iba a hacer la denuncia. Él no respondía. Ella hablaba a través del portero”. El fiscal le preguntó si eso de presentarse en el complejo, era habitual o algo esporádico, por parte de Gómez. Ángela respondió: “Con seguridad, cuatro fines de semana seguidos lo hizo, tipo 6, porque yo no salía a bailar”. No recordó habérsela cruzado a Ailín, “como para hablar del tema”. A la testigo también le proyectaron las fotos del complejo.

Esta vecina fue testigo de que Gómez traspasaba el portón cerrado: “Primero escuchaba el portero y me despertaba, porque se anclaba en el timbre. Cuando ella no abría, se escuchaba un ruido en el portón, cuando lo saltaba, distinto al del viento. Me asomaba y lo veía de un lado, y al escuchar el ruido, iba a la cocina y veía que estaba del otro lado, al lado de un portón de metal que sin llave no entrás”. Sobre otro modo de llegar al departamento de Ailín, acotó: “No, a no ser que haya trepado una escalera que iba al tanque. No sé si llega desde ahí”.

La noche del asesinato de Ailín, Ángela estaba en su departamento, durmiendo, y la despertó el grito de Ailín, seguido del ruido de vidrios y corridas en la escalera en dirección a la calle, el regreso de Guallarello y la interceptación de la policía en la puerta del complejo, la orden de tirar el arma, las corridas hacia el departamento, los gritos de ‘está arriba’, el golpe que abrió la puerta y el pedido de ambulancia. “No había escuchado gritar así, pero no tengo dudas de que era ella. Fue un grito raro”, que todavía la conmueve. Toda la secuencia la estaqueó en la cama, por miedo. Consultada por Morey sobre si después del ruido de vidrios y corridas, volvió a escuchar a Ailín, alcanzó a decir ‘No’ para inmediatamente quebrarse en llanto: “Cuando escuché lo del arma, me tiré debajo de la cama”.

Aún notoriamente acongojada y abrumada, Castaño le recordó haber declarado el 4 de enero, “casi dos meses después, y nunca dijiste que se colgaba del timbre. Se te tuvo que citar para que vengas a la Fiscalía. ¿Necesitás que se te cite para relatarle a la policía el esclarecimiento de semejante hecho?” Luego de varios segundos de silencio, respondió: “Sí. No es algo que me ocurra seguido. No sé cómo actuar. Lo de los cuatro fines de semana no lo dije porque lo recordé en este último tiempo, que estuve pensando en lo que pasó”. También le pidió profundizar sobre “el famoso vidrio roto”. La testigo repitió lo ya testimoniado y agregó: “Más tarde, vino la madre de Ailín, que lo contuvo a él, lo tranquilizaba y después me dormí”.

Como hizo con buena parte de las y los testigos presentados por la Fiscalía, Castaño tuvo en la provocación de la culpa el denominador común de sus interrogatorios. Y esta vecina no iba a ser la excepción: “¿Vos no hiciste ninguna denuncia? ¿No llamaste al 101 cuando escuchaste esto? Los cuatro fines de semana que escuchaste que se anclaba al timbre, ¿no llamaste al 101?” ante el atosigamiento del defensor de Gómez, Ángela señaló: “No. Y me arrepiento”. “Es tarde”, le recriminó. En ese momento, el fiscal se dirigió al juez Galli, para denunciar que “se termina en un acoso a los testigos, que no vienen a ser acosados en las preguntas que se les hacen”. Morey solicitó “se mida el término en que se dirigen las preguntas”, a lo que Castaño respondió que lo tendría en cuenta.

Fiscal Gustavo Morey.

Castaño volvió a la rotura del vidrio y le preguntó a la testigo si se pudo haber tratado de “una rotura accidental, o una joda pesada, de mal gusto”, a lo que respondió que ni le pareció accidental ni le pareció una joda. Luego, le preguntó si el parecerle ‘raro’ que una persona “ande con pelos en la cara y con anteojos de sol en días nublados”, no podría responder a una moda o un prejuicio de esta vecina. Las últimas preguntas del abogado fueron en torno a si alguna vez, en la escalera que le mostraron en foto, vio subir a alguien para entrar a un departamento por la ventana; y si había visto a la persona que gritaba ‘está arriba’ mientras era interceptado por los agentes policiales. Ambas cuestiones recibieron un ‘no’ por respuesta.

La solicitud de ida al baño de un integrante del jurado se transformó en un breve cuarto intermedio de minutos, en los que el juez Galli le preguntó a la decena de miembros cómo se encontraban, y les comentó sobre las instancias que se vendrían en lo que restaba de jornada del jueves 8. Les consultó cómo estaban de ánimos y energías, y así confirmó que en esa misma noche procederían a emitir su veredicto popular. Aún faltaba el último testimonio: el del subteniente Nicolás Guallarello.

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